Al atardecer las huellas persistentes hieren la suave arena rubia escamando tu piel, que lames con delicadeza con la espuma de las olas. La variopinta comunidad, como una hilera de hormigas, se entrega con devoción en la procesión silenciosa de miradas perdidas, que buscan su interior, anestesiados por la fresca brisa y el murmullo de las olas, abandonándose al rumbo prefijado. El piberío impío, en franco desorden, rompe el ritual alejándose de la fila, persiguiendo jacas hurgando en las tripas de las rocas, mientras los niños vestidos de viejos corretean descalzos por la arena resistiéndose a la decadencia. Y las olas parecen parir nuevos hijos que resbalan de sus crestas para deslizarse hasta la orilla. El pecho se llena de olor a mar y los interiores rebosan limpiándolo todo. El cuerpo se abandona para que el alma fluya. Te respiramos y te sentimos cada latido que golpea las rocas, y tu respiración, allá por la Cicer, se vuelve agitada. El sueño se hace pesadilla, y el b
Este blog es un parto prematuro en el que el autor aún anda aprendiendo a cambiar pañales. A modo de incubadadora, solo pretendo que éste sea un lugar cálido y acogedor donde lo más importante sea compartir y aprender para seguir creciendo. ¡Bienvenidos!