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Mostrando las entradas etiquetadas como El bulto

El bulto (V)

Ya se que soy pésimo con las matemáticas, nunca entendí las ecuaciones de segundo grado, ni la importancia que pudiese tener. Siempre creí que eran inútiles, y una majadería de los profesores, hasta ahora. La moneda seguía en el aire dando vueltas sin parar. Mis pasos temblorosos se preguntaban quién o qué podía ser aquello, mientras recordaba la imagen de Montse escapando de mis brazos. Al menos los cerditos , ranitas y fantasmas no entraban en la ruleta, o eso esperaba. Y mis pasos seguían llevándome con ellos, sin yo querer. El bulto parecía crecer y mi temor con él. No me atreví a tocar aquella cosa, irreconocible , empaquetada en mantas, como si fuese un regalo impredecible. Bordeé la cama, hasta el otro lado, sobre el que se recostaba, y adiviné un rostro que a duras penas sobresalía. Me acerqué, con cuidado, con miedo, temiendo algo, que a lo mejor ya sabía y lo miré: ¡¡era él!! Quiero decir: ¡era yo! ¡¿Cómo él podía ser yo?! Bueno, dejémonos de ecuaciones” –pensé. Era joven

El bulto (IV)

Peggy estaba tan fuera de sí que la tomaba con todos los allí presentes. -¡ Montse , no te rías que mí no tener gracia! –Le gritó, con su peculiar acento británico, a la chica X , haciéndole perder la incógnita. -Perdona Catherine , es que no me esperaba tu reacción ante tal acto romántico – dijo Montse para volver a reír. - Aaah , no…? ¿Tú que haber hecho si ser yo? –Le preguntó Catherine , sin esperar que la catalana se ruborizara. - Puess …, no sé, a lo mejor estoy a tiempo de hacer lo mismo –Dijo con una mirada afilada y amenazante, pero con sonrisa divertida. A mí se me ponía una sonrisa de tímido corderito indefenso, a medida que Catherine se iba acercando hasta donde estaba yo. - Uff , Jose que mal te veo, –Dijo Musculitos – no te imaginas de lo que es capaz de hacer mi hermana –añadió el enlutado hermano. -¡ Aaaah es tu hermano! –Dije, casi gritando de alegría, y todos volvieron a explotar de risa. Mi reacción les resultaba absurda e inesperada. Montse celebró mi ocurren

El bulto (III)

Cuando llegué a la cocina, maniatado por pensamientos confusos, la encontré de espalda, junto al fregadero haciendo no sé qué. Su silencio y su indiferencia a mi “Hola…”, que salió vacilante y tímido de mi boca, como queriendo decir: “te buscaba, pero no se que decirte”, me dejó abatido. Decepcionado me senté para no dejar de contemplarla. Su largo pelo ondulado, de color castaño, con reflejos más claros, se extendía sobre su camiseta azul, que a duras penas cubría sus culottes rojos. La camiseta disimulaba un cuerpo llenos de curvas que daban forma a aquella delgadez. Su morenas piernas parecían fuertes y contorneadas como un balaustre. Lo que quiera que estuviese haciendo con sus manos se reflejaba en su atractivo trasero, que parecía equilibrar los movimientos de sus miembros superiores. De repente, su cuerpo pareció temblar, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Pero era un temblor sensual y rítmico que se extendía desde su cabeza hasta los gruesos calcetines rojiazule

El bulto (II)

Mientras avanzaba, sin saber por qué ni a dónde, como si fuera arrastrado aguas abajo, mis ojos se abrían de vez en cuando, deslumbrados por las grietas de luz que surgían de algunas ventanas. Nuevas arcadas me recordaron que teníamos que llegar a puerto lo antes posible, sin embargo, las numerosas puertas que había a lo largo del pasillo, y que parecían desdoblarse por momentos, no advertían al navegante de ser un destino seguro. ¿Qué oscuros secretos se ocultarían tras ellas? ¿Qué extraños seres serían sus moradores? En forma de fantasmal barco pirata, avanzaba inseguro, tropezando, de vez en cuando, con los témpanos de hielo, en forma de mesillas adosadas a la pared o de algún que otro objeto no identificado . Al final del pasillo, la puerta entreabierta invitaba a entrar. Al asomarme vi una amplia cocina, levemente iluminada por la luz de una ventana, y dentro de ella una discreta puerta que anunciaba ser el baño. Esperanzado me abalancé sobre ella y la abrí con cuidado. De la osc

El bulto (I)

Cuando me di cuenta que tenía los ojos abiertos, aún tardé en comprender que miraba. El azul borroso parecía un cielo extraño, lleno de zonas oscuras, como si fueran humedades. No había estrellas ni nubarrones y, pronto, empecé a observar como la luz, cada vez más intensa, descubría aquellas esquinas. No me resultaba un ambiente familiar, o al menos no lo recordaba con claridad. Mis pensamientos eran torpes, como mi seca boca entreabierta; las ideas se sucedían lentamente como gotas que caen del deshielo. Mis ojos inauguraron los primeros movimientos, para hacer descender la mirada, siguiendo la esquina de aquella pared hasta descubrirlo. Allí estaba, inspeccionándome, con esos ojos profundos, casi desafiantes, e inmóvil. Su gorra estrellada y su barba revolucionaria me recordó su acento argentino y casi podía olfatear el humo de su cohiba. Su presencia abarcaba toda la pared desnuda, que parecía ser sostenida por un viejo ropero, que ocupaba la pared vecina. La penumbra se resistía a