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miércoles, 6 de junio de 2012

Alma de nariz




            El día en que nació, sus ojos le negaron la mirada; sus oídos lo enclaustraron en el silencio; su voz,  sin savia que lo hiciera crecer, se marchitó para siempre. Desde entonces, el olor del llanto o el aroma de la risa fueron su único cordón umbilical que lo mantenía unido al mundo. Los años pasaron entre las frías fragancias del invierno y  los resecos amaneceres del verano; entre las rebeldes esencias de primavera y la fetidez otoñal de lo caduco.  Así, su nariz se convirtió en su alma, donde se acumulaban sus sentidos, que daban forma a sus sensaciones, sus sentimientos, sus emociones. Husmeó mil lugares, con sus emanaciones tan particulares que los rondaban: la pestilencia del vicio y  la degradación; el hedor penetrante del egoísmo; pudo diferenciar donde se respiraba solidaridad y bondad de aquellos otros lugares que apestaban a maldad y codicia.
            El día que lo operaron, sin saber por qué ni para qué, despertó horrorizado al comprobar que no podía olfatear la luz ni oler los colores. Todo le pareció insípido y sólo cuando cerraba fuertemente los ojos podía encontrarse con sí mismo y entender su mundo tan diferente al que acababa de descubrir. Desquiciado, el suicidio lo acercó a la muerte y lo alejó definitivamente de una vida aún por disfrutar. Desde entonces, dicen, que su alma penitente ronda por las noches  los cementerios adornados con flores frescas, los asilos llenos de ternura, o cualquier hogar donde una tarta al horno se haya quemado. También cuentan que su espectro tiene forma de una nariz grande y feliz.

viernes, 20 de enero de 2012

Ataud




Se acercó sigilosa, despacio, engañando al tiempo para retrasar la despedida, el último adiós, el beso en sus labios fríos, el fin de una historia como cuando se pasa la última página antes de cerrar el libro. Sintió como sus fuerzas flaqueaban. Sus piernas, incapaces de mantener su cuerpo, provocaron que sus manos se apoyaran en la fina madera del ataúd  y sintió, entonces, su suavidad, como una tierna caricia que la reconfortó hasta provocarle una sonrisa. Se excusó en su abatimiento para rozar sus mejillas sobre la tapa de fina madera, repujada en sus bordes donde formaban graciosos elementos decorativos vegetales que caían por los laterales; disimuladamente extendió sus brazos sobre aquella obra maestra reconociendo sus formas y, así, pasó un rato, sin que se percatara de que su esposo seguía muerto. Cuando fueron a buscarla costó que reaccionara  y se apartara del precioso ataúd, cayendo en esa admiración todos los que se acercaban y tocaban su cuerpo de fino ébano. Cruzaban sus miradas incapaces de describir las sensaciones que ello  le producían, así,   el rumor se fue extendiendo  y multiplicando por todas las salas del tanatorio, atrayendo a todo tipo de gente que nunca habían conocido al difunto o a su familia. En menos de veinticuatro horas se inició toda una peregrinación llegando gentes de todos los barrios de la ciudad, incluso de otros lugares de la provincia. La noticia se había extendido por internet y los medios de comunicación  y al día siguiente empezaron a llegar más curiosos de todo el país y los primeros turistas extranjeros, junto a destacadas personalidades religiosas, políticas y del mundillo de los famosos. El gobierno autorizó que el velatorio se alargara durante cuatro días más, dada la repercusión mediática y las consecuencias económicas que de ese hecho se empezaba a producir, hasta que el mal olor se hizo inaguantable. Fue en ese momento cuando se reunieron las principales autoridades  para tomar una determinante  decisión: sustituir al difunto por otro más “fresco”. Es así como este lugar se ha convertido en un referente mundial, y, a pesar de haberse  creado otros tanatorios similares en régimen de franquicia,  ninguno como éste ha alcanzado la popularidad  y ese magnetismo, por eso no es de extrañar que el famoso ataúd haya sido declarado no sólo Bien histórico-artístico y Monumento nacional sino Patrimonio de la Humanidad.

La sal de tu ausencia

Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifica...