En tu nuevo abrigo de madera
se esconden mil tesoros
en forma de secretos
donde brillan las sonrisas,
amables, juguetonas, cómplices.
También lágrimas generosas,
caprichosas, agotadas,
que regaron las primaveras,
escasas,
con tu parasol,
en los días nublados.
Partiste de los puertos
que no elegiste
para llegar con rumbo preciso
a los destinos que te habías propuestos.
¡Qué buen navegante!,
supiste guiarte por las gaviotas
hacia los horizontes lejanos
sabiendo que no volverías.
Nos dejaste el eco de tu voz
que llega con la brisa
como una imagen:
de tu pelo liso,
de noches furtivas,
de tardes de risas
y mañanas…
que no llegan,
cuando la paz se derrama
y los ojos se cierran,
amiga mía.