Crees, en la tarde,
adivinar su silueta,
vigilante.
Crees ver sus pisadas
en la arena,
que guían tus pasos
hacia el lugar seguro.
Crees mantenerte
flotando
con su simple mirada,
pero la tibia caricia
del soplo frío de la noche
te devuelve a la incertidumbre
donde todo se desvanece
y morimos, un poco,
también.
Hambrientos de su imagen
nos desconsolamos
al soñar con sus abrazos
que nos devoran.
Luego,
los años nos entierran,
poco a poco
y nos alejamos
sin dejar de mirar atrás
para adivinar su silueta.