Su corazón latía con fuerza. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación, hasta ahora su vida había transcurrido lentamente, sin sobresaltos. Cuando se despertaba hacía siempre las mismas cosas, como si fuese un ritual, hasta que llegaba a la cooperativa, en la que trabajaba como administrativo. De vuelta a casa, tras comer, aún le quedaba algún tiempo para dedicarse a lo que más le gustaba: Hacer maquetas de barcos antiguos y edificios o monumentos históricos, mientras su mujer y sus hijos se entretenían viendo la televisión. La pasión por los barcos antiguos y edificios que construía, que terminaba conociendo al dedillo, fue despertando en Juan un gran interés y curiosidad, informándose sobre las técnicas que emplearon para diseñarlos y fabricarlos, investigando a sus autores, conociendo la época y el ambiente en los que se desenvolvían o los sucesos más relevantes que tuvieron que ver con lo que presentaban sus maquetas. Las numerosas preguntas que se hacía encontraban respuestas de las que surgían otras preguntas, y así fue empapándose de saber en Internet y en los numerosos libros que empezó a devorar.
Ahora era distinto, empezaba una aventura que estaba destinada a ser un sueño y que se había transformado en una pesadilla. Las carreras por el barco en busca de sus mujer, en medio de tanta gente, se volvía agobiante y asfixiante. Sin saber cómo, llegó a cubierta y sin aliento se apoyó en la barandilla mirando hacia el muelle.
Volvió a sonar la sirena cuando ya tiraban amarras y Victoria Eugenia despertó. Sintió un gran dolor de cabeza y empezó a recordar que estaba en el baño y cómo al oír la primera sirena se alarmó y al intentar levantarse violentamente se golpeó con la cisterna perdiendo el conocimiento.
Juan confiaba que más tarde o más temprano encontraría a su mujer en el barco. Lo que más le agobiaba era tener que soportar las quejas de su ama y señora, quejas que serían mayores cuanto más tiempo pasara. Ya más calmado empezó a observar aquel gentío. Sus caras eran todas iguales, atravesadas por una amplia sonrisa de lado a lado, algunos viajeros, se habían provisto de bañadores o bikinis, otros portaban en sus manos copas de exóticos brebajes, también los había que, abrazados, se movían al ritmo de la música salsera, que salía de la megafonía, y muchos, como Juan, se apoyaban a la barandilla para despedir a los que se quedaban en tierra. Juan, sin darse cuenta, contagiado por la multitud, comenzó a despedirse con gestos exagerados, gritando a los desconocidos, mientras su rostro se encendía, extrañamente, con su nueva sonrisa desbordante y unos ojos emocionados y brillosos. Los diminutos seres comenzaron a moverse, como si quisieran seguir al barco que ya se desplazaba lentamente. En concreto uno de esos seres corría más que los demás, de repente se paró y se llevó una mano hasta la oreja, en el mismo instante que le sonó el móvil a Juan.
-¿Victoria?¿Dónde estás? –Preguntó Juan aliviado, a la vez que miraba a su alrededor.
-¡Serás desgraciado! ¡Yo estoy en el muelle viendo cómo se va el barco! Ese barco con el que tanto he soñado –Dijo finalmente rompiendo a llorar -¿Y tú? ¿Dónde demonios estáss! – Le gritó a Juan con cierto tono amenazante sin dejar de mirar a todos los lados, sin sospechar que su marido la había abandonado vilmente, como Jasón a Medea en medio de su periplo. Juan se iba agachando como intentando esconderse de aquel ser diminuto, que era su mujer, para que no lo reconociese.
-Yo, yo… estoy en el barco. ¡Mira, te estoy saludando! –Dijo, sin darse cuenta que lo hacía con un tono alegre.