No, claro que no queremos
vivir de esta manera, ¿pero qué podemos hacer si no tenemos dónde caernos
muertos? –dijo resignado, y, ante la sorpresa del empleado, el ocupa volvió a
meterse por el agujero hasta
desaparecer.
Después, tras permanecer
durante un rato un tanto perturbado, el enterrador prosiguió su ronda golpeando las lápidas, para saber si los
inquilinos eran provisionales o definitivos.