En las esquinas de sus pensamientos
cuelgan viejas heridas
que trepan como hiedras
y se vuelven isla.
Es un mundo redondo y ciego,
un silo de sonrisas de amor,
un tesoro de ego blanco,
hielo bajo las pestañas
que escupe miradas que abrazan
la tinta prisionera
hermana de la luz y la sombra,
una dama de encajes de madera,
cruz de hogueras viejas,
de noches tristes
cuando el llanto llama.
Sol de tardes quietas
cuando el viento muere cada mañana
y el niño juega
y la tumba calla.