Los ratones bendecidos
bajan de los cielos desgarrados
para izar banderas en los patios
tras conquistar los viejos palacios
entre gritos uniformes
y carreras alocadas.
En los cristales nobles,
cuando lágrimas de lluvia
recorren su fría y sucia superficie
borrando, como una cortina,
el viejo Régimen,
se dibuja una silueta de una princesa desolada.
Triste y vieja,
sus ojos se hunden
mientras muere en arrogancia,
y el olor fétido
se vuelve perfume
inundándolo todo,
cuando la noche se vuelve noche,
el frío humo
y los ojos cuelgan
sobre las sonrisas
de ratones.