Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas

jueves, 3 de enero de 2013

Rencor



¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana? –me pregunto, mientras observo cómo se tensan los músculos de su cara y sobresalen sus ojos proyectando una mirada de odio.
Me cuesta reconocer esa expresión de rencor en un niño de su edad, aunque ya sé que no es fácil aceptar que no tuviéramos suficiente dinero para subirnos todos en el submarino.


Micro presentado al concurso de REC de la Cadena SER

viernes, 21 de diciembre de 2012

Ocupas



No, claro que no queremos vivir de esta manera, ¿pero qué podemos hacer si no tenemos dónde caernos muertos? –dijo resignado, y, ante la sorpresa del empleado, el ocupa volvió a meterse por el  agujero hasta desaparecer.
Después, tras permanecer durante un rato un tanto perturbado, el enterrador prosiguió su ronda  golpeando las lápidas, para saber si los inquilinos eran provisionales o definitivos.

miércoles, 6 de junio de 2012

Alma de nariz




            El día en que nació, sus ojos le negaron la mirada; sus oídos lo enclaustraron en el silencio; su voz,  sin savia que lo hiciera crecer, se marchitó para siempre. Desde entonces, el olor del llanto o el aroma de la risa fueron su único cordón umbilical que lo mantenía unido al mundo. Los años pasaron entre las frías fragancias del invierno y  los resecos amaneceres del verano; entre las rebeldes esencias de primavera y la fetidez otoñal de lo caduco.  Así, su nariz se convirtió en su alma, donde se acumulaban sus sentidos, que daban forma a sus sensaciones, sus sentimientos, sus emociones. Husmeó mil lugares, con sus emanaciones tan particulares que los rondaban: la pestilencia del vicio y  la degradación; el hedor penetrante del egoísmo; pudo diferenciar donde se respiraba solidaridad y bondad de aquellos otros lugares que apestaban a maldad y codicia.
            El día que lo operaron, sin saber por qué ni para qué, despertó horrorizado al comprobar que no podía olfatear la luz ni oler los colores. Todo le pareció insípido y sólo cuando cerraba fuertemente los ojos podía encontrarse con sí mismo y entender su mundo tan diferente al que acababa de descubrir. Desquiciado, el suicidio lo acercó a la muerte y lo alejó definitivamente de una vida aún por disfrutar. Desde entonces, dicen, que su alma penitente ronda por las noches  los cementerios adornados con flores frescas, los asilos llenos de ternura, o cualquier hogar donde una tarta al horno se haya quemado. También cuentan que su espectro tiene forma de una nariz grande y feliz.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El vecino de abajo



    Sus pasos acariciaban una alfombra de mentiras, rompiendo las hojas secas del otoño cuando el aire se manchaba de frío. Esa mañana, cerca de Gloucester Road, donde se levantaba su imponente casa victoriana, sus labios perfilaron esa sonrisa que acoge a los seres que parecen flotar en la autosuficiencia: una vida confortable sin sobresaltos, como una zona ajardinada que aseguraba su tranquilidad; una familia perfecta y ordenada en torno a una moral recta y a unos principios sólidos. Su bienestar descansaba en el bien común, en la ayuda al prójimo, y todo aquello que te permite dormir sin  quebrantar tu conciencia. Ya en su casa, tras acariciar a su viejo West Highland White Terrier, que corría a recibirlo, dejaba el abrigo en el perchero de la entrada  y se ponía cómodo. En el salón encontraba a su mujer tomando el té  y sus hijos bajaban a saludarlo para luego seguir con sus quehaceres. Tras excusarse, iba a la cocina donde preparaba rápidamente una especie de sopa muy líquida, casi sin color en la que flotaba, de forma anecdótica, algunos fideos. Al llegar a la puerta camuflada bajo la escalera, la abría y descendía a un  sótano oscuro con paredes de ladrillos mugrientos y húmedos. En ese espacio en el que se respiraba un aire fétido y denso se divisaba una cama en la que yacía alguien. Era un ser grande y fuerte, un hombre negro con el cuerpo cubierto por una sábana sucia y  ensangrentada  hasta el pecho. Al presentir su llegada, habría sus grandes ojos enrojecidos y sombreados por grandes ojeras y trataba de mostrar su gratitud con una forzada sonrisa. Su benefactor lo ayudaba a incorporarse un poco y le daba de comer. Tras terminar, el hombre grande y negro suspiraba, como si temiese algo. Entonces el hombre blanco al retirarle la sábana podía ver como el cuerpo medio podrido tenía parte de sus órganos al descubierto,  lo miraba a los ojos percatándose de su respiración agitada antes de agacharse, y agarrándolo con fuerza mordisqueaba sus intestino, el hígado, los riñones… mientras el hombre negro intentaba contenerse sin poder evitar retorcerse de dolor. Como si estuviera fuera de sí, el hombre blanco, insaciable, revolvía sus tripas y con las manos manchadas extraía jirones de carne de su pecho, algunas costillas,  petróleo, cacao, caucho, diamantes, marfil, esclavos, piedras preciosas…  

viernes, 20 de enero de 2012

Ataud




Se acercó sigilosa, despacio, engañando al tiempo para retrasar la despedida, el último adiós, el beso en sus labios fríos, el fin de una historia como cuando se pasa la última página antes de cerrar el libro. Sintió como sus fuerzas flaqueaban. Sus piernas, incapaces de mantener su cuerpo, provocaron que sus manos se apoyaran en la fina madera del ataúd  y sintió, entonces, su suavidad, como una tierna caricia que la reconfortó hasta provocarle una sonrisa. Se excusó en su abatimiento para rozar sus mejillas sobre la tapa de fina madera, repujada en sus bordes donde formaban graciosos elementos decorativos vegetales que caían por los laterales; disimuladamente extendió sus brazos sobre aquella obra maestra reconociendo sus formas y, así, pasó un rato, sin que se percatara de que su esposo seguía muerto. Cuando fueron a buscarla costó que reaccionara  y se apartara del precioso ataúd, cayendo en esa admiración todos los que se acercaban y tocaban su cuerpo de fino ébano. Cruzaban sus miradas incapaces de describir las sensaciones que ello  le producían, así,   el rumor se fue extendiendo  y multiplicando por todas las salas del tanatorio, atrayendo a todo tipo de gente que nunca habían conocido al difunto o a su familia. En menos de veinticuatro horas se inició toda una peregrinación llegando gentes de todos los barrios de la ciudad, incluso de otros lugares de la provincia. La noticia se había extendido por internet y los medios de comunicación  y al día siguiente empezaron a llegar más curiosos de todo el país y los primeros turistas extranjeros, junto a destacadas personalidades religiosas, políticas y del mundillo de los famosos. El gobierno autorizó que el velatorio se alargara durante cuatro días más, dada la repercusión mediática y las consecuencias económicas que de ese hecho se empezaba a producir, hasta que el mal olor se hizo inaguantable. Fue en ese momento cuando se reunieron las principales autoridades  para tomar una determinante  decisión: sustituir al difunto por otro más “fresco”. Es así como este lugar se ha convertido en un referente mundial, y, a pesar de haberse  creado otros tanatorios similares en régimen de franquicia,  ninguno como éste ha alcanzado la popularidad  y ese magnetismo, por eso no es de extrañar que el famoso ataúd haya sido declarado no sólo Bien histórico-artístico y Monumento nacional sino Patrimonio de la Humanidad.

martes, 15 de noviembre de 2011

El paraíso




Cuando llegué al paraíso, me pregunté qué dios me trajo hasta aquí si sólo tengo fe en mí, sólo en mi profundo convencimiento de volar hasta lo más alto posible, a costa de de los demás, a los que vi caer al abismo implorándome ayuda,mientras yo los observaba indiferente, convencido de que para existir vencedores tienen que haber muchos más perdedores, y sobre sus cadáveres fundé mi imperio. Y ahora estoy aquí lejos de todo, en esta paz inmensa, en medio de la calidez que me soporta, rodeado de un azul celestial, en el Edén del que tanto oí hablar y que me aseguraban que era el destino del honrado y del trabajador, y no para granujas como yo. ¡Qué equivocados estaban! ¡Qué lejos de la verdad se hallan los ignorantes cuando no quieren ver! Como si yo no me mereciera más estos placeres que otros, incapaces de creer en sí mismos; que aquellos débiles cuyos rezos no le sirvieron de nada, ni su vida ejemplar y sacrificada de verdaderos imbéciles. No, sólo los hombres como yo se han ganado este premio, los guerreros  más fuertes, los más astutos, sólo los más ambiciosos y sin falsos escrúpulos supimos sobrevivir entre tanta sangre para llegar hasta aquí. Firmado: Anónimo, Islas Caimán, verano de 2011.

viernes, 11 de noviembre de 2011

El volcán


Antes de  que  a alguien se le ocurriera inventar  el telégrafo y se tendieran miles y miles de kilómetros de cable, uniendo continentes y océanos, como si se tejiera una inmensa tela de araña para atrapar al mundo para siempre; las noticias se tomaban su tiempo para recorrer las distancias, a veces insuperables, otras tardaban semanas,  meses en muchos casos. Las cosas ocurrían cuando tenían que ocurrir, sin prisas, en su momento. Las guerras se hacían en verano y luego se sembraba. Los días eran largos, la vida corta. Y todo ya estaba escrito, sólo había que esperar y morir y resucitar.
Cuando escribo estas palabras puedo hacer clic  con el ratón en una pestaña del monitor y saber si ya hay un nuevo gobierno en Grecia o en Italia; si el dictador de un país de África es el mismo de ayer o la OTAN y/o el presidente Obama han puesto a otro; si ya estamos salvados o nos hundimos definitivamente en la crisis económica que nos tiene atenazados; si los hijos de Rajoy se han comido hoy los dos plátanos o no; si el paro sigue aumentando a unas cifras de vértigo o existen los milagros, o si el dichoso volcán del Hierro estalla de una vez o nos va a tener en ascuas para siempre.
Ya nos estábamos acostumbrando a esto de la Globalización,  para lo bueno y para lo malo; al Cambio climático; el agujero de la Capa de ozono; las canciones de Pepe Benavente… pero, últimamente, parece que todo se precipita y nos acercamos al abismo. El terror nuclear tras el accidente de Fukushima nos ha puesto los pelos de punta y ya tememos lo peor, en cualquier momento la historia se puede repetir en cualquier país como el nuestro, menos avanzado que el del Sol naciente. Pero también vuela sobre nosotros la sombra de una crisis desconocida hasta ahora por sus dimensiones y terribles consecuencias. Ya se habla de un después donde nada será igual que hasta ahora y nuestras vidas se llenan de interrogantes: ¿China la nueva potencia? ¿Dejaremos de ser un país rico? ¿Cuándo me quedaré sin trabajo? ¿Una Unión Europea sin unión y sin Europa? ¿Qué va a pasar con España? ¿y la sanidad? ¿y la enseñanza? Y tantas otras cosas…
El vértigo nos acorrala y nos va devorando por dentro, minando nuestras ilusiones, carcomiendo la esperanza, rebajando nuestras expectativas hasta quedar colgados en el presente, en ese abismo al que no nos atrevemos a mirar. A veces parecen que hasta los apocalípticos hayan enmudecidos superados por una realidad que se muestra despiadada como si fuera todo a explotar.
Y tanto es el miedo a lo que pueda ocurrir que casi deseamos que ocurra de una vez por todas para poder superarlo cuanto antes. Todo eso, de alguna manera, parece que está simbolizado por el volcán del Hierro, esa continua amenaza, una posible erupción que puede ser violenta o explosiva y que puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar de la isla, mientras los sismos aterrorizan sin tregua a sus habitantes.  Pocos hombres y mujeres han conocido, en la rica y tranquila Europa, una situación tan llena de incertidumbre, donde nos estamos jugando tanto nuestro porvenir, incapaces de hacer nada, superados por las adversidades, solo contemplando las aguas del Mar de Las Calmas esperando a que todo ocurra, como si, de repente, nos diésemos cuenta de que somos mortales, mientras se agrieta, cada vez más, nuestro Olimpo.

Decisión



            Había puesto todas sus cartas sobre la mesa y, ahora, era consciente de que no le quedaba otra opción que vender su alma al diablo. No lo dudó ni un segundo y se propuso huir lo más lejos posible. Rápidamente se subió al coche y en un santiamén se puso en el aeropuerto. Por más que buscó no encontró a nadie que lo mirase a los ojos, justo en el instante en que extrajo la pistola del estuche. No escuchó el ruido ensordecedor, ni percibió como la bala se abría hueco entre sus sesos reventados. Solamente sintió el cálido resplandor que lo acogió, antes que el calor lo penetrara y deformara la sonrisa que acompañaba a sus palabras: “Ya estoy aquí…” Finalmente su mundo se había convertido en un infierno.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Alucinación


 
    Cuando estás ahí, un aire impuro y espeso ahoga todas tus esperanzas; las venas de tu cabeza se te hinchan como si fueran a reventar  y tu piel se tensa y enrojece haciendo más visible la expresión de odio y rabia de tus ojos.
    Siempre hay algo que te invita a levantar la vista, como si quisieras agujerear el techo de la cueva, donde te hallas prisionero, para llegar hasta el cielo y suplicar sin amor, sin nada a cambio que ofrecer. Es entonces cuando te das cuenta del vacío que sientes y hasta qué grado te desprecias.
–Chacho, colega, déjate de rollos, ¿me vas a comprar las joyas de la vieja, o no? Que te juro que es para comprarme un aipá de esos.  Joo, vaya tela tiene el literato este.

domingo, 23 de octubre de 2011

Desayuno familiar



Era un día nublado, pero en el interior de aquel hogar siempre daba la impresión de  que resplandecía el Sol durante el fin de semana, y que se extendía un cálido ambiente adormecedor. Como todas las mañanas del domingo, la joven pareja se parapetaba, con sus dos hijos, frente al televisor, aún en pijamas y abrigados con numerosas mantas, mientras los pequeños, como dos cachorrillos,  se empujaban  buscando el calor de sus padres, que los abrazaban y acariciaban mientras ellos no paraban de jugar hasta que comenzaban las noticias. Era el programa  preferido de toda la familia, que provocaba que se excitaran nada más oír la música  de cabecera, manteniendo toda su atención y concentración.  Marta  hacía un intento de levantarse para ir a preparar el desayuno, pero sabía que Jose  la retendría para ofrecerse él. No le importaba, le encantaba mirarlos tiernamente desde la cocina, que quedaba abierta al salón por un gran ventanal y a la terraza, desde donde se divisaba el frondoso bosque que cubría las montañas. Jose disfrutaba con solamente contemplar cómo sus pequeños y Marta se llevaban las manos a la cabeza y reían al ver aquellas graciosas imágenes de la tele. Era sorprendente ver como gritaba el dictador mientras le arrancaban literalmente los pelos de la cabeza hasta convertirse en un amasijo de sangre que caía por su rostro horrorizado. Los niños parecían explotar de risa al ver al personaje suplicar mientras lo linchaban a patadas entre el tumulto. Uno de los pequeños, sin dejar de reír, comparaba esas divertidas  imágenes  con la de la noticia sobre la violación  y asesinato de una mujer la semana anterior, en la que se podía observar como sus gritos se ahogaban antes de perder el sentido a medida que se desangraba por las numerosas cuchilladas que le habían asestado aquella banda juvenil. Jose, que no quería perderse todo el espectáculo se apresuraba con la bandeja del desayuno que colocaba entre los suyos. En ese momento es cuando llegaba la madre de Marta que al abrir la puerta se encontraba con aquel espectáculo “¡¿cómo pueden dejar ver eso a los niños?!” –gritaba escandaliza– frente a los gestos de indiferencias de Marta y Jose que se miraban riéndose “¡no seas anticuada mamá!” –le respondía Marta, mientras su madre seguía mirando con horror cómo sus pequeños nietos devoraban compulsivamente sesos humanos de Irak, costillas de niños de Somalia, riñones haitianos, zumo de ojos de narcos mejicanos y asado de desaparecidos macerado con tripas de toreros muertos.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Los hombrecillos


Dicen que los grandes seres que gobiernan el mundo, a veces, se reúnen en secreto en algún lugar del espeso bosque. Llegan desconfiados y temerosos de que los descubran, recelando de los otros, mostrándose hostiles y agresivos, como si tuvieran miedo. Cuando rebasan la puerta principal, se quitan sus pieles y se descubren, para luego salir del interior de sus titánicos cuerpos unos miserables hombrecillos desnudos, temblorosos y asustadizos, de grandes ojos que sobresalen de sus pálidos rostros enfermizos.
 Ya en el interior de la humilde casita de madera, bajan por una larga rampa, moviéndose torpemente, chocando unos contra los otros y emitiendo pequeños gruñidos, como si fuera una manada de ratas desorientadas. En la oscuridad, el silencio parece adormecerlos hasta que se oye la débil voz de uno de ellos, que inicia una especie de plegaria que repiten los demás intermitentemente, provocando un murmullo que se vuelve ensordecedor a medida que rezan cada vez más rápido, casi gritando, a la vez que despiden un olor nauseabundo que ilumina todo el espacio, hasta que, casi al unísono, comienzan a vomitar una especie de jugo verdoso muy espeso con babosas flemas ensangrentadas.
El lugar se vuelve fangoso e irrespirable. Es entonces cuando, precipitadamente, salen exhaustos  y jadeantes de allí, con sus estómagos vacíos, y, tras ponerse sus enormes disfraces, se mueven entre ellos violentamente, como si estuviesen bailando una danza guerrera, mientras que, a modo de lamentos  emiten, abriendo exageradamente sus fauces voraces, unos rugidos atronadores que se extiende por todo el planeta, tras lo cual comienzan a correr en todas las direcciones, dispuestos a devorar el mundo y saciar nuevamente su codicia desmedida.

martes, 25 de enero de 2011

Alma de arena




            El aire se volvió arena y los rostros se convirtieron en esculturas, que se arrastraban entre las dunas. Las huellas cayeron en el olvido y el tiempo borró el recuerdo; la memoria de aquellos humanos quedó reducida a los últimos gritos, ahogados por los aullidos eólicos. Luego, sus carnes se secaron y se pudrieron rápidamente, y los huesos emblanquecieron  y se separaron de su armazón, para viajar libremente por el desierto, arrastrados por el viento, hasta que se sumergieron en él. Si alguna vez existieron lo fueron exclusivamente para ellos.
            Sus almas, desesperadas, recorrieron el mundo buscando su reconocimiento, pero no encontraron a nadie que los recordaran. Entristecidas, las almas lloraron durante muchos años; fue, entonces, cuando sus lágrimas se confundieron con la lluvia, y muchos vieron como sus cuerpos se empapaban respirando esa humedad triste y desgarrada. No tardaron en caer en la locura y despertar en desiertos arenosos de una belleza indescriptible, bajo un cielo limpio de un azul intenso, y un aire que embriagaba por su pureza, pero lo más que sorprendió fue el silencio absoluto que lo llenaba todo. Quedaron admirados, contemplando aquello durante horas, hasta que comenzó a rugir el viento.

jueves, 21 de octubre de 2010

Insomnio


Egipto es un lugar que nunca soñé, ni imaginé sus desiertos bajo el Sol, sus babosas serpientes moviéndose entre la arena o los cocodrilos verdosos y vigilantes entre el limo. No sé por qué me faltaron sueños que soñar y engullir el mundo, devorándolo insaciablemente, como un niño hambriento sin ojos. Las líneas que hieren el aire de cristal siempre me han sorprendido, creo que sólo yo las veo, como se aproximan despacio, como una leve caída. Soñar…sólo soñar, eso nos hace fuertes, como si fuera vivir, pero con nuestras propias normas, casi como si fuéramos dioses. En definitiva ¿no somos un antojo de los dioses? Somos sus sueños. Soñar es una magia, como volar sin cerrar los ojos; es el vientre de donde salen las palabras que se dibujan en el papel y que nos cuentan historias, penas o celebramos con ellas los triunfos en el amor y en las guerras. Soñar es como descolgar el teléfono y hablar con quien quieras, no importa que ya estén muertos, hablar y hablar sin dejar de reír; y si quieres puedes pintar el aire de azul, a mi me gusta el verde, aunque no es tan fresco huele a menta. Pero tienes que tener cuidado, te los pueden robar. Los ladrones de sueños te lo extraen, a veces tiran tan fuerte que te hacen daño. Yo los odio. No me gustan sus caras, aunque con frecuencia se disfracen de mujeres guapas, se creen que nos engañan. Ya no quiero que me roben ni que me hagan daño ¡Malditos siquiatras! Ya he decidido dejar de soñar, ahora vago por las noches. Eso no me disgusta, al contrario es divertido. Anoche estuve en Egipto…

martes, 31 de agosto de 2010

Tras la sonrisa XVII




    La noche se anunciaba hermosa. El mar, tranquilo, se oscurecía de sombras y el barco parecía batir las olas con suavidad, como si caminara de puntillas. A lo lejos, los últimos destellos de luz se apagaban sobre la costa, que se adivinaba en el Poniente, coronada por un velo sedoso de nubes ensangrentadas. El mar susurraba y la brisa fresca aliviaba los cuerpos ligeros y agobiados que subían a cubierta para despedirse del día y contemplar el cielo estrellado y limpio, como un guiño de la buena suerte, antes de ir a cenar al restaurante.

   Juani lucía un traje muy colorido de estampes étnicos, que le daba un aspecto muy juvenil y resaltaba su bronceado y su melena rubia. Subía las escaleras de forma apresurada y risueña, sujetándose el traje y el chal. En su mano tenía el móvil, que volvía a mirar, “Estamos en cubierta, tenemos poca batería, Victoria”. La coquetería de Juani le pasa algunas facturas, se negaba a llevar gafas, “…total, apenas son un par de dioptrías...”, en realidad las suficiente para confundirse con frecuencia y perder amistades o hacer amigos anónimos. Allí la vio, sobre la otra cubierta, con el pañuelo ondeando al viento, mientras la saludaba con la mano.

-¡Victoria! –Grito, mientras su amiga levanta, aún, más el brazo, confirmando ser quién Juani creía que era.

   No se terminaba de acostumbrar a orientarse en el gran barco, ni lograba identificar los lugares del navío con claridad y, con frecuencia, daba vueltas sin darse cuenta que volvía al mismo lugar. Tardó en encontrar la escalera exterior, con la que subir a la cubierta superior, cuando lo estaba haciendo, notó como el viento arreciaba, fruto de la velocidad del barco y el viento en contra. Una vez arriba, buscó a su amiga, protegiéndose los ojos del viento con una mano, mientras que con la otra sostenía el pequeño y gracioso bolsito que lo sujetaba junto al chal, para que no se volase. No la vio donde esperaba. Extrañada corrió por un lado del barco, no había nadie, parecía que ya todos habían bajado a cenar. Bueno, se veía una luz…, una luz reflejada en una especie de… esfera muy grande…que se elevaba por la chimenea y caía por las cubiertas rodando… En la superficie transparente se formaban dibujos, que pronto se deformaban adoptando colores muy tenues, para volver a aparecer figuras con mayor claridad. Juani estaba tan extrañada como yo, no lográbamos entender todo aquello, parecía un sueño… hasta que de repente lo vimos con claridad… ¡Eran nuestros amigos lectores! ¡Dácil Martín y Amando Carabias! Se movían por la superficie de la gran pelota transparente, sin que pareciese que se percataran de que estaban allí. Miraban a todas partes, sin que se vieran, parecían felices, al menos sus sonrisas los delataban, y se empeñaban en agacharse, como si se escondiesen, realmente parecían unos polizones. Un fuerte azote de viento hizo que Juani cerrase los ojos con fuerza, cuando volvió a abrirlos la pelota había desaparecido, entonces dudamos de que todo aquello hubiese sido real. Sin embargo, y cuando ya parecía renunciar a buscar a su amiga vio un bulto que se movía tras una de las grandes vigas exteriores, junto a la barcazas que quedaban colgadas sobre la cubierta. Con disimulo se acercó, evitando que la vieran, al hacerlo oyó unos sonidos inaudibles pero presintió que eran gritos de una mujer, pensó en Victoria, Un hombre parecía furioso y forcejaba con ella. De repente el hombre la golpeó y, al perder el equilibrio la mujer, éste aprovechó para empujarla fuera de la borda y sin mucho esfuerzo la tiró hacia el mar. La silueta del hombre parecíó petrificarse, encorbado hacia el exterior, mientras se llevaba las manos a la cabeza. Sin embargo, a los pocos segundo reaccionó, moviendose rápidamente, a la vez que miraba a su alrededor buscando algún testigo, antes de desaparecer apresuradamente. El corazón de Juaní dio un golpe, como si quisiera salir del pecho, quedando sin respiración cuando de un salto se ocultó tras un saliente. Sus ojos se afanaban en desprenderse de sus órbitas, como si se quisieran arrojar al vacío. No lo podía creer, se repetía una y otra vez y como si fuese un autómata. Enseguida hizo el montaje de la película; se veía venir, el bueno de Juan, por una vez en su vida despertó el demonio que llevaba dentro, nunca lo habían oído rechistar ni quejarse de lo más mínimo.

jueves, 10 de junio de 2010

Tras la sonrisa (XVI)


-¿No te habré despertado Victoria? ¿te noto como si estuvieses media dormida? –Preguntó Juani, temiendo haber sido imprudente.

-No, no es nada, solo que me acosté un rato sobre los cartones porque estaba un poco mareada- Dijo Victoria Eugenia, aparentando normalidad pero sin quitarle un ojo a su vecino.
-¿Sobre los cartones? -Preguntó extrañada Juani.
-Ah, no, es un decir, me refiero a los colchones de la suite. La verdad que está estupenda, la decoración es preciosa y las vistas ni te cuento –Explicaba Victoria Eugenia con todo lujo de detalles, mientras el hombre negro, que se había sentado al el otro lado de la callejuela, miraba a su alrededor buscando, atónito, la “decoración preciosa” de la que hablaba Victoria Eugenia.
-¡Vaya! Con que una suite, ya veo que os va de maravilla. Por cierto, hemos visto a Juan hace un momento pero lo hemos perdido. Estaba muy gracioso y divertido hablando con una camarera morena muy guapa y bailando –Dijo Juani insinuósamente.
-Gracioso sí, no te imaginas las gracias que me ha hecho, no he parado de reírme, aunque, no creas, yo he bailado también lo mío, tengo los pies destrozados –Dijo Victoria Eugenia disimulando su situación.
- Oye, a ver si nos vemos pronto, lo vamos a pasar de maravilla, ya verás –Dijo Juani muy animada y deseando encontrarse con su amiga.
-Sí, la verdad que sí, Juani, este crucero es una maravilla –Dijo con lágrimas en los ojos- lo vamos a pasar muy bien. Ya Juan llamará para vernos, que mi móvil no funciona bien y me estoy quedando sin batería –Dijo Victoria Eugenia, antes de despedirse apresuradamente cuando observó que se acercaba una pareja de la policía municipal.
Como pudo, se levantó muy dolorida y se acercó a los dos policías, muy compungida y nerviosa, agarrando a uno de ellos, sin darse cuenta del aspecto que presentaba.
-¡Agente, agente, ese africano me ha atacado! –Gritó, señalando al hombre negro, sin soltar al policía, que se asqueaba al verla tan sucia y con las manos ensangrentadas.
-¡Quita loca! –La apartó el policía con expresión de repugnancia para después sacudir su uniforme como si evitara contagiarse de algo.
-Espere un momento -Dijo uno de los agentes, mientras el otro se acercó al hombre negro, que miraba impasible preparándose un café con una pequeña cocinilla de camping.
-Buenas tardes, Doctor Janssen –Saludó militarmente el agente cuadrándose delante del “africano” ante la sorpresa de Victoria Eugenia.
-Hola Migué –Respondió el doctor- ¿cómo va eso? –Preguntó sin dejar lo que estaba haciendo.
-¿Qué ha ocurrido aquí, Yan? –Le preguntó el municipal.
Yan le contestó en voz baja al policía, que le interrogaba, mirando de reojo a Victoria Eugenia, que recibía las aclaraciones del otro agente y se enervaba, al comprobar que el interlocutor de Yan se reía sin parar al escucharlo.
-¿Cómo que doctor? –Se quejaba Victoria Eugenia por el trato que le dispensaban a Yan.
-Sí, es un doctor holandés y es muy apreciado en el barrio.
Cuando el otro agente regresó sonriente, también saludó a Victoria Eugenia, que se seguía mostrando contrariada y enfadada.
-Bueno señora, al parecer ha habido un malentendido. Usted se ha caído y el doctor Janssen, simplemente, la ha atendido –Dijo, señalando al vendaje casero que llevaba puesto Victoria Eugenia en la rodilla, antes de despedirse y seguir su camino sin dar más explicaciones a la que parecía una mendiga loca.
-Adiós, doctor Yan. Adiós, señora. Ah, y que tenga una feliz travesía y disfrute de la suite –Dijo el policía riendo, ante la extrañeza de su compañero.

Victoria Eugenia incrédula ante lo que estaba viviendo, no entendía como el agente municipal sabía lo del crucero ni como aquel espantapájaros era holandés y doctor. Ahora, comprendía el numerito que había montado y se sentía ridícula y avergonzada ante el gentil doctor. Tras recoger sus cosas, se acercó hasta Yan y, tragándose su orgullo con gran esfuerzo, se disculpó como pudo, sin que Yan le hiciera mucho caso. Éste le puso una tacita de café en las manos de Victoria Eugenia, sin que ésta se atreviera a rechazarlo, hacía tiempo que no había comido nada y ya su estómago se empezaba a quejar. Sentada en aquel rincón tecleó un mensaje por el móvil y se quedó quieta, sin quejarse, compartiendo algunas galletas con Yan, hasta que quedó rendida sin darse cuenta.

lunes, 7 de junio de 2010

Chani en el bosque encantado

   Durante años hemos recorrido el mismo pasillo, estrecho y oscuro, donde la luz se vuelve miserable y anidan tristes azulejos, que la sombra decolora; hijo de los días grises que nos apenan como si fuera catacumbas, asfixiando las sonrisas y encendiendo los ojos que buscan angustiados la salida. Y cuando crees que ésta se aproxima, las corrientes humanas se arremolinan llevándonos con ellas para alejarnos de nuestro destino.

   Cuando vemos un claro en el bosque, luchamos contracorriente entre las raíces agrias y fuertes, de savia añeja y cortezas rencorosas, para llegar a un recodo del río donde surge una luz amable que nos invita a descansar. Es un lugar fresco y familiar, con agradables fragancias, que nos insita a charlar y reír, olvidándonos del fatigoso viaje y del próximo encuentro con belicosas tribus río arriba.

   Como una lámpara de los deseos, conseguimos todos los pertrechos para proseguir el viaje. Una voz amiga te complacerá y sus ojos se iluminarán para darte la bienvenida en forma de tierna sonrisa. Allí descansamos y dejamos la pesada carga, el malhumor o las penas, que son quemadas en hogueras festivas purificándolo todo y sus malos humos son aspirados por los árboles milenarios de savia rica.

   Si preguntas por ella todos la conocerán y recordarán su paso por esas aguas como un canto de sirena del que ya no querrás separarte. Y, mientras el reposo se vuelve placentero, te contarán mil historias y leyendas, que te llenan de curiosidad y tu mente vuela hacia otros mundos encantados, de misterios insondables, y mil imágenes se mostrarán ante ti para contarte tantas historias incontables.

   Sí, esa parte del bosque encantado tiene alma. Desde hace más de cuarenta años, cada día, ella hace respirar a la jungla, sin que los demás nos demos cuenta, y alimenta cada uno de sus latidos… y las fieras se vuelven dóciles, al verla, respetuosas y agradecidas, casi siempre.

   Son muchos años y algún día se irá, y sabemos que ese día será pronto, muy pronto, inevitable… Después, seguiremos viajando por estos ríos secos entre penumbras, en cada recodo habrá luz y su huella quedará, siempre; pero, cuando pases por ese lugar, no podrás evitar sonreír, porque sabrás que, de alguna manera, seguirá ahí y te sentirás chanimente feliz.

miércoles, 2 de junio de 2010

Cuentos chinos

   Nunca antes había escrito sobre mí en este blog, no lo había considerado necesario, ni siquiera para opinar sobre algún hecho o alguna cuestión, no es esa la función que dio luz a este blog, y que aspira a reflejar el pulso artístico y literario actual.

   Permítanme, sólo hoy, pues puede ser la última vez que escriba, que me desfogue, ahora que me siento triste y amargado; y siento decirlo, creo que también lo estarán ustedes cuando terminen de leer este artículo, al menos aquellos que les gustan escribir y/o sueña con ser escritores algún día.

   Nos gusta ser aceptados, por eso vestimos a la moda; vamos a la peluquería (en mi caso es un decir) para que nos hagan peinados que desafían las más elementales leyes de la gravedad; aprendemos chistes, incluso los ensayamos en casa, para luego, entre los amigos, resultar graciosos y simpáticos; o nos empapamos en documentales televisivos, Internet o libros sobre diversos temas, desde el futbol hasta la influencia de los caracoles polinesios en el desarrollo artístico del Renacimiento y sus consecuencias en el modelo turístico alternativo.

   A los que nos gusta escribir, los escribidores, como diría mi amigo Amando Carabias, o a los que ya son escritores con-sagrados o con-sangrados, también, queremos gustar a los lectores. Queremos que nos lean y nos aplaudan, lo necesitamos, es lo que da sentido a lo que hacemos, lo que nos mueve y da fuerzas.

   Pero cuando el arte se vuelve ciencia, o peor aún, negocio, caemos en las manos más deshumanizadas del Liberalismo económico y las leyes del mercado, allí donde concurren la oferta y la demanda, en nuestro caso escritores y lectores. Si yo fuese el único escritor, por muy mal que escribiese, sería el más famoso y todos me leerían. La realidad no nos quiere sonreír, cada día son más los que quieren escribir para los menos que quieren leer. La suerte de los árboles es nuestra desgracia, se prevé que disminuya la publicación de libros, mientras que los soportes informáticos se extienden como un virus con inmunodeficiencia adquirida, con ellos también todos nos convertimos en autores cibernéticos en busca de lectores. Sin duda somos muchos: lo aceptamos y mantenemos nuestras esperanzas. Sin embargo, hoy me derrumbado tras llamarme la atención un artículo: “Un millón de chinos se ganan la vida escribiendo en Internet”. Ya lo he decidido, volveré a mi anterior afición, la jardinería tiene la ventaja que le puedes contar mil cosas a las plantas sin la menor queja por su parte, además, siempre podrás contar con ellas, siempre estarán ahí, contigo.

lunes, 31 de mayo de 2010

Tras la sonrisa (XV)

   El gentío bailaba, reía y todos levantaban sus manos, también Juan, que se atrevía a dejarse llevar por el ritmo de la música, tarareando el estribillo de algunas canciones, como si aquel brebaje mágico lo hubiese transformado, dándole un poder que desconocía.

   Todo empezaba a resultar familiar y sus desconocidos amigos lo miraban con simpatía, reían y cantaban en torno a él, que no se percataba del magnetismo que resultaba tener, ni como muchos lo seguían, imitándolo. Se sentía reconocido. Incluso los del fondo lo saludaba desde lejos, en especial una atractiva mujer cuyo pareo era permisivo a las miradas que adivinaban su coqueto cuerpo. A su lado, un hombre fornido y muy bronceado, que llevaba unas bermudas con figuras verdes, también levantaba su copa. Él, Juan, sonreía hasta que, de forma inesperada, su expresión se heló “!joder, pero si es el purasangre!” –gritó en su interior, acordándose, de golpe, de aquella promesa en forma de juramento: “¡Prométemelo Juan! Tienes que ingeniártelas para hacer ver a todo el mundo que estoy en el barco”. Sin saber como enfrentarse a esa comprometida situación se agachó repentinamente, escabulléndose de allí caminando como si fuera un pato, perseguido de la misma manera por algunos de sus más fervientes y animados seguidores, que creyeron ver en aquella actuación un nuevo baile veraniego, hasta las escaleras más próximas, por donde huyó apresuradamente, internándose por las laberínticas entrañas del gigante marino.

   Juani y Joaquín estaban encantados de haber encontrado a Juan, lo que les inducía a creer que pronto, también, encontraría a Victoria Eugenia; sin embargo, su ilusión pronto se volvió decepción al comprobar que Juan no se encontraba en aquella cubierta por más que buscasen, como si todo hubiese sido un espejismo. Extrañados, por no encontrarlos allí, la pareja no quiso renunciar a dar con sus amigos, no era una cuestión de rendirse, habían pasado muchos años, pensaba Juani, para, otra vez, volver a separarse.

   Se sentía aturdida, náufraga de un sueño turbio que se transformaba en pesadilla; los rayos de Sol del mediodía se alejaban cuando entraba en una tempestad tenebrosa, de la que luchaba por escapar desesperadamente, sus ojos parecían explotar y su cuerpo convulsionaba en medio de una resaca sudorosa hasta que algo la despertó. Era una voz dulce de una niña de acento mejicano que se volvía chillona e insistente. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la oscuridad de aquella estrecha y maloliente callejuela. Al observarse, se descubrió como una mujer despatarrada sobre cartones viejos y húmedos. Comprobó que su traje estaba desgarrado por algunas partes, entonces recordó dónde estaba y lo que había sucedido justo antes de desmayarse. Su corazón dio un vuelco y sus latidos se desbocaron, en medio de una sensación confusa de asco, rabia e indignación, pero pronto el miedo se apoderó de ella y sus miradas se lanzaron en la búsqueda del autor y responsable de todo aquello. La chillona seguía gritando, hasta convertirse en estridente, y, entonces, Victoria Eugenia se revolvió, de forma desesperada sobre los cartones, hasta dar con su móvil, como la que se agarra a un salvavidas, dispuesta a gritar y pedir auxilio. Pero, atragantada, antes de que pudiera decir ni una palabra, escuchó una voz familiar.
-¡Por fin lo coges querida! –Dijo Juani
-¡Aaah..? ¿eres tú? –Dijo, Victoria Eugenia, confusa, sorprendida y decepcionada, era la última persona que esperaba escuchar en ese momento, y a la que no podía, por ningún motivo, confesar su situación. Su mirada, de repente, se detuvo , casi como su corazón, al contemplar aquello ojos negros y profundos, que se le clavaban indiferentes, delante de ella, a escasos diez metros, mientras su cuerpo se helaba irremediablemente.

lunes, 24 de mayo de 2010

Tras la sonrisa (XIV)

Cuando el móvil dejó de latir, creyó que se rompía el cordón umbilical que le había mantenido unido a ella durante tantos años, como si fuera amarras de aquel barco, y, de repente, el aire fresco impactó en su rostro a bocajarro, al alongarse al exterior desde la barandilla del barco, para perder su mirada entre la espuma que surgía como una risa.

Sus pensamientos se enredaban en el remolino de agua que persistía en acompañar al navío y se sumergía en una especie de vacío que parecía abarcarlo todo, sólo al fondo se oía el ritmo de la música, sin que apenas se pudiese distinguir la letra de Edwin Rivera. Una voz lejana repetía una y otra vez la misma palabra...

-Señor…! –Oyó finalmente cuando una mano femenina le tocó suavemente el hombro, haciéndolo girar en un acto reflejo- Perdone, le apetece un mojito –Dijo la camarera, con un acento dulce y caribeño.

De su rostro, lleno de una morenez iluminada, ligeramente escondido por su larga cabellera rizada, que era batida por el viento; brotaba la mirada de unos ojos rasgados color café, pero era su cálida sonrisa la que llamaba la atención, como si fuese la puerta del alma. Sus dientes, como un collar de perlas, resaltaban entre sus labios sensuales, dibujando una sonrisa de ensueño.

Juan, boquiabierto, la miraba sin decir nada, incrédulo, parecía que no se fiaba de sus propios ojos, adoptando una expresión que no se distinguía de la del bobo oficial del pueblo.

-Señor… -Insistió Marcela pacientemente, mientras hacía un ademán con la bandeja, sobre la que se amontonaban los vasos enramados con aquel mejunje .

Juan, indeciso, cogió uno de los vasos, mientras miraba de arriba abajo a la camarera, deduciendo su nombre por la plaquita que colgaba sobre el bolsillo de su camisa de rayas azules. Su edad, la disimulaba su aspecto juvenil y sus contorneadas piernas que eran censuradas por su corta falda pantalón, igualmente, azul.

La mirada silenciosa y melancólica de Juan le resultaba extraña en medio de aquella explosión de júbilo.

-¿Se encuentra bien, señor? –Le preguntó con cierta preocupación pero sin dejar de sonreír.

-Ah,…sí, gracias –Fueron sus primeras palabras a bordo, después de la conversación telefónica.

-Es muy refrescante y de sabor agradable –Dijo Marcela, animando a que bebiera Juan. Éste no dejaba de escrudiñar el interior del vaso tratando de adivinar de que brebaje se trataba.

-Mmm…, sí, es cierto –Corroboró Juan, que finalmente se decidió a probarlo- y es muy dulce –concluyó a la vez que iniciaba una charla amigable, en la que Marcela trataba de satisfacer la curiosidad de Juan por la bebida, indicándole cuáles eran los ingredientes y cómo se elaboraba la bebida.

-¿Es la primera vez que viaja usted en un crucero? –Le preguntó Marcela.

-Sí, en realidad nunca habíamos viajado en barco –Contestó.

-¡Ah que bien!, por un momento pensé que viajaba solo. –Confesó la camarera a Juan.

- ¿Sólo…?, bueno…, sí, ella… -respondía torpemente, como si el mismo no lo supiese.

-Lo siento, señor… -Volvió a decir Marcela, temiendo haber sido demasiado imprudente, e imaginándose que su estado, ahora lo veía claro, se debía a una muerte o una separación.

Marcela se despidió intrigada, deseándole una feliz travesía y esperando volver a ver al enigmático personaje en otro momento.

Sin proponérselo, Juan, fue consumiendo poco a poco el mojito cubano, esquivando con la pajita las hojas de hierbabuena y raspando el azúcar que quedaba en el fondo del vaso.

Un agradable calor interno se iba apoderando de su cuerpo, generando sosiego y tranquilidad. Sentado en un gran banco, compartía sonrisas con los demás, como si se conocieran de siempre y se comunicaran de alguna forma extraña. Los botones de su camisa rompieron amarras para dejar su pecho al descubierto, abrazado por frecuentes soplos de brisa marina que aliviaban las suaves heridas de los rayos de Sol. Respiraba profundamente inmerso en un mar de fragancias, seducido por la inmensidad y la luminosidad del Mediterráneo.

sábado, 15 de mayo de 2010

Tras la sonrisa (XIII)

   Sus pensamientos, viajeros ausentes de aquel cuerpo en forma de barco fantasma, que parecía navegar por el Mar de los Sargazos, sin rumbo ni destino conocido, giraban sin parar en la búsqueda de un punto de referencia que diese sentido u orientación a las ideas que se descomponían en flashes.


    Las calles, cada vez más estrechas, arropaban, con sus frescas sombras, a la extraña figura que martilleaba los adoquines, sumergidos, con frecuencia, en espesos charcos, desde donde ascendía un hedor húmedo y cálido. Victoria Eugenia pareció despertar cuando el eco de gritos lejanos y el ruido de alguna motocicleta se multiplicaba por el apretado espacio de la callejuela.


    El frío de la corriente de aire parecía rasgar su piel, que se rebelaba provocando una reacción de extrañas sensaciones; y sus ojos parecían abrirse para descubrir un submundo sombrío y amenazante que le resultaba desconocido. Comenzó a sentirse observada, casi vigilada, desde las alturas por algunas miradas. Se sentía perdida y amenazada en aquellas aguas peligrosas, donde, seguro, acechaban a victimas como ella. Temerosa, dudaba, sin saber hacia dónde ir, a medida que la calle serpenteaba, desapareciendo cualquier rastro humano justo en el momento en que, al girar, la calle se volvía oscura bajo un edificio antiguo.


    Su miedo se transformó en un temblor, casi doloroso, y su respiración se volvió agitada y entrecortada, sus ojos insistía en visualizarlo todo y sus oídos afinaron su agudeza para detectar lo que presentía. De repente un ruido la alertó y salió disparada por aquella galería, pero, cuando ya llegaba al final del túnel, miró hacia atrás desequilibrándose y cayendo violentamente al suelo, junto a unos trastos viejos, que estaban repartidos a un lado de la calle.


     Por un momento quedó aturdida, hasta que, tras los siguientes segundos, un intenso dolor se fue apoderando de ella. Notaba como sus manos, que intentaron minimizar la caída, estaban ensangrentadas, y casi insensibles; su cuerpo magullado presentaba algunas pequeñas heridas, pero lo más que le preocupó fue ver como su rodilla se hinchada, sin apenas poder moverla. Dolorida se quejaba entre sollozos, sin dejar de mirarse, hasta que algo le llamó la atención. Vio moverse unos cartones, arracimados junto a la salida del tunel, del cual empezó a salir una silueta, a la que Victoria Eugenia miró con desprecio, sin lugar a dudas era el origen de lo que le había ocurrido, pensó.


     La oscura silueta seguía siendo oscura cuando finalmente se liberó de aquel envoltorio, como si fuese un ave recién nacida. Sucio y grasiento el hombre negro miraba fijamente a Victoria Eugenia, tratando de darle sentido a lo que veía. Su cara cambió de color cuando vio acercarse al hombre alto y delgado que se movía torpemente. Parecía un gran espantapájaros desarrapado con su gorro del que salía mechas de pelo amasado y lucía una encanecida barba de varios días. Cuando se arrodilló hasta ella y agarró su pierna, Victoria Eugenia, quiso gritar pero, extrañamente, no salía ningún sonido de su boca abierta, sin duda era una mala copia de “El Grito” de Edward Munch. Antes de desmayarse lo último que oyó fue el sonido de su móvil que no paraba de sonar.

La sal de tu ausencia

Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifica...