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Tras la sonrisa (XIV)

Cuando el móvil dejó de latir, creyó que se rompía el cordón umbilical que le había mantenido unido a ella durante tantos años, como si fuera amarras de aquel barco, y, de repente, el aire fresco impactó en su rostro a bocajarro, al alongarse al exterior desde la barandilla del barco, para perder su mirada entre la espuma que surgía como una risa.

Sus pensamientos se enredaban en el remolino de agua que persistía en acompañar al navío y se sumergía en una especie de vacío que parecía abarcarlo todo, sólo al fondo se oía el ritmo de la música, sin que apenas se pudiese distinguir la letra de Edwin Rivera. Una voz lejana repetía una y otra vez la misma palabra...

-Señor…! –Oyó finalmente cuando una mano femenina le tocó suavemente el hombro, haciéndolo girar en un acto reflejo- Perdone, le apetece un mojito –Dijo la camarera, con un acento dulce y caribeño.

De su rostro, lleno de una morenez iluminada, ligeramente escondido por su larga cabellera rizada, que era batida por el viento; brotaba la mirada de unos ojos rasgados color café, pero era su cálida sonrisa la que llamaba la atención, como si fuese la puerta del alma. Sus dientes, como un collar de perlas, resaltaban entre sus labios sensuales, dibujando una sonrisa de ensueño.

Juan, boquiabierto, la miraba sin decir nada, incrédulo, parecía que no se fiaba de sus propios ojos, adoptando una expresión que no se distinguía de la del bobo oficial del pueblo.

-Señor… -Insistió Marcela pacientemente, mientras hacía un ademán con la bandeja, sobre la que se amontonaban los vasos enramados con aquel mejunje .

Juan, indeciso, cogió uno de los vasos, mientras miraba de arriba abajo a la camarera, deduciendo su nombre por la plaquita que colgaba sobre el bolsillo de su camisa de rayas azules. Su edad, la disimulaba su aspecto juvenil y sus contorneadas piernas que eran censuradas por su corta falda pantalón, igualmente, azul.

La mirada silenciosa y melancólica de Juan le resultaba extraña en medio de aquella explosión de júbilo.

-¿Se encuentra bien, señor? –Le preguntó con cierta preocupación pero sin dejar de sonreír.

-Ah,…sí, gracias –Fueron sus primeras palabras a bordo, después de la conversación telefónica.

-Es muy refrescante y de sabor agradable –Dijo Marcela, animando a que bebiera Juan. Éste no dejaba de escrudiñar el interior del vaso tratando de adivinar de que brebaje se trataba.

-Mmm…, sí, es cierto –Corroboró Juan, que finalmente se decidió a probarlo- y es muy dulce –concluyó a la vez que iniciaba una charla amigable, en la que Marcela trataba de satisfacer la curiosidad de Juan por la bebida, indicándole cuáles eran los ingredientes y cómo se elaboraba la bebida.

-¿Es la primera vez que viaja usted en un crucero? –Le preguntó Marcela.

-Sí, en realidad nunca habíamos viajado en barco –Contestó.

-¡Ah que bien!, por un momento pensé que viajaba solo. –Confesó la camarera a Juan.

- ¿Sólo…?, bueno…, sí, ella… -respondía torpemente, como si el mismo no lo supiese.

-Lo siento, señor… -Volvió a decir Marcela, temiendo haber sido demasiado imprudente, e imaginándose que su estado, ahora lo veía claro, se debía a una muerte o una separación.

Marcela se despidió intrigada, deseándole una feliz travesía y esperando volver a ver al enigmático personaje en otro momento.

Sin proponérselo, Juan, fue consumiendo poco a poco el mojito cubano, esquivando con la pajita las hojas de hierbabuena y raspando el azúcar que quedaba en el fondo del vaso.

Un agradable calor interno se iba apoderando de su cuerpo, generando sosiego y tranquilidad. Sentado en un gran banco, compartía sonrisas con los demás, como si se conocieran de siempre y se comunicaran de alguna forma extraña. Los botones de su camisa rompieron amarras para dejar su pecho al descubierto, abrazado por frecuentes soplos de brisa marina que aliviaban las suaves heridas de los rayos de Sol. Respiraba profundamente inmerso en un mar de fragancias, seducido por la inmensidad y la luminosidad del Mediterráneo.

Comentarios

Mercedes Pinto ha dicho que…
Parece que esta repentina soledad de Juan le ha dejado un sabor agridulce, como el mojito.
Hasta pronto.
Un abrazo.
Amando Carabias ha dicho que…
A ver si hoy tengo suerte, y puedo publicar también en tu blog.
Me ha gustado mucho esta parte del relato.
Para una vez que Juan es tratado por una mujer (y qué mujer) de manera tan distinta a como le trata Victoria Eugenia, al hombre le pilla despistado y pendiente de su queridísima esposa.
PS: No sé por qué había pensado en el Atlántico.
Seguro que algo he leído mal o no he leído.
Amando Carabias ha dicho que…
¡¡¡¡Entró, entró, entro!!!!
Marcos Alonso ha dicho que…
Sí, Mercedes, aunque dale algo de tiempo para que le haga efecto el brebaje y ya verás lo pronto que se olvida de todo ¡Estos hombres!

Besos
Ya te he saludado por 7plumas, espero que todo te esté saliendo bien
Marcos Alonso ha dicho que…
Enhorabuena,Amando! Estos PCs nos pueden fastidiar el día cuando quieren. Pues eso, Amando, vamos a ver si este hombre se nos espabila un poco, aunque quien me tiene preocupado es la Victoria.
Buena la idea era recrearme en Barcelona, como punto de salida, aunque no queda claro en el texto.
Militos ha dicho que…
POR DIOS, DEJO UNOS DÍAS DE APARECER por esta tinta entre papeles y me encuentro todo cambiado. ADEMÁS HAS ESCRITO MUCHÍSIMO.
Esta noche sólo leo este capítulo porque ya son las 4 de la madrugá.
Ya me voy dando cuenta del giro de Juan en su soledad de navegante, ¡cómo todos!
Pobre Victoria que caro va a pagar este crucero.

Un beso, otro día sigo.

La nueva plantilla te queda estupenda, se lee con mucha claridad, Marcos

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