Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2012

Ocupas

No, claro que no queremos vivir de esta manera, ¿pero qué podemos hacer si no tenemos dónde caernos muertos? –dijo resignado, y, ante la sorpresa del empleado, el ocupa volvió a meterse por el  agujero hasta desaparecer. Después, tras permanecer durante un rato un tanto perturbado, el enterrador prosiguió su ronda  golpeando las lápidas, para saber si los inquilinos eran provisionales o definitivos.

LA CANCIÓN OLVIDADA

El olor del tiempo muere lejos cuando los sueños rotos nos olvidan y las lágrimas huérfanas nos persiguen entre la maleza del hastío y la rabia. Lejos, cuando tu pelo se ondula  en el viento envenenado de la memoria y tus labios incoloros se deshacen en la distancia, siguiendo el ritmo oscuro de los deseos, a golpes del eco que esparce  el aroma de tu taconeo azul; presiento las huellas sobre el asfalto hasta la trampa mortal bajo la canción olvidada de  noches de blanco satén.

Codorniz

El eco del prejuicio, como el punzón  que golpea a una codorniz malherida, alumbra la palabra, en el  rojo atardecer que resbala de las manos y acaricia el silencio marmóreo, bajo las miradas que se precipitan desde el cristal público, maceta en la que  se exhibe la flor artificial que da color a las mentiras, cuadro grotesco que decora la pared de las conciencias en las tristes mañanas ahogadas por el ruido del viejo y negro piano de cola desafinado instrumento prisionero de las sombras cuando la lámpara se apaga, clandestina. Reto en La Esfera Cultural

OTOÑO

Ana Déniz in memorian Mientras nos ahogábamos en las sombras, el otoño llegó sin darnos cuenta y los caminos se perdieron bajo la hojarasca. Este otoño agónico y seco que se retuerce sobre sí mismo con sus dobleces anunciando heridas más profundas cuando la rabia se arruga hasta envejecer y las lágrimas se convierten en una savia babosa y amarga. Sí, el otoño ha llegado y ha cubierto el cielo de nubes negras, sobre las que anidan cuervos disfrazados de gaviotas que nos arrancan del alma jirones de recuerdos. El otoño ha llegado tarde,  cuando ya no lo esperábamos como un pozo infinito donde se vierten las esperanzas como una noche oscura que nos cubre como una lápida. Y en medio de tanto vacío  el sueño nos acaricia  en las madrugadas y las raíces  se encrespan en la memoria cuando la brisa fresca arrastra la hojarasca                                                  y los caminos nos buscan para llevarnos.

La sal de tu ausencia

Alguna veces, cuando los días nos dejan solos, huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifican en la roca. La mirada naufraga entre las olas, allá por el atardecer, cuando el Sol acaricia el horizonte y tu rabia contenida se adormece. Entonces, me abrazas para sentirme isla,  prisionero de tus orillas,  libertad adherida al azul inmenso. Cierro los ojos para navegar en las noches por los mares de espinas cuando la luna siembra su velo en el aleteo de luz surcado por la estela de los viajeros por donde se esparcen sus sueños. Somos peces secos, jareas de alma marina que arrastran las corrientes  para buscamos en las orillas: esclavos, piratas, bucaneros y polizones; hombres y mujeres de maletas vacías, cruzadores de charcos de sueños rotos. En el fondo descansan nuestras derrotas, tumbas de sirenas  y sus cantos, viento que se vuelve brisa aletargada cuando se pierde la última batalla.

Nos quedará el aire

Y después … nos quedará el aire, un desierto de silencios, las palabras enterradas en la piel, noches tibias adormecidas que se esparcen en la memoria exiliada. Nos quedará el eco y sus palabras, el susurro de las conciencias, que mecen el recuerdo envenenado en la rabia y crecen echando raíces entre las malas hierbas. Nos quedará un mar de cenizas, lágrimas que hieren los horizontes, donde se ahogan las madres ciegas de las cosas cuando la tempestad amaina y ya no hay regreso. Nos quedará un día, un instante que permanece, una imagen de una mujer desnuda, una mirada limpia y penetrante que busca en el interior de la gente y remueve el fango miserable. Nos quedará las manos vacías, el espejo agrietado que rememora, una concavidad donde cobijarnos y acunar la desesperanza. Nos quedará el aire, frío y distante, como cristales rotos,   manchados de sangre, un espacio irredento donde conquistar los sueños. ESCRIT

Alma de nariz

            El día en que nació, sus ojos le negaron la mirada; sus oídos lo enclaustraron en el silencio; su voz,  sin savia que lo hiciera crecer, se marchitó para siempre. Desde entonces, el olor del llanto o el aroma de la risa fueron su único cordón umbilical que lo mantenía unido al mundo. Los años pasaron entre las frías fragancias del invierno y  los resecos amaneceres del verano; entre las rebeldes esencias de primavera y la fetidez otoñal de lo caduco.  Así, su nariz se convirtió en su alma, donde se acumulaban sus sentidos, que daban forma a sus sensaciones, sus sentimientos, sus emociones. Husmeó mil lugares, con sus emanaciones tan particulares que los rondaban: la pestilencia del vicio y  la degradación; el hedor penetrante del egoísmo; pudo diferenciar donde se respiraba solidaridad y bondad de aquellos otros lugares que apestaban a maldad y codicia.             El día que lo operaron, sin saber por qué ni para qué, despertó horrorizado al comprobar que no podía

Resistencia

No dejes que los muros de tu piel te hagan prisionero y te hagan isla. No dejes que tus ojos cieguen  tu alma ignorante mientras los cuervos desesperan en el cielo. No dejes de jugar en la inocencia y en las verdes orillas de las cosas. No dejes que la noche te acurruque y el miedo te espante a la hora de las brujas. No sientas el pulso temblar cuando el cuchillo asesino caiga en tu mano. No dejes de pensar palabras hermanas de las tuyas. No dejes de llorar cuando las almas rotas te aprisionen y supliquen con lamentos tus heridas. No vuelvas la mirada atrás cuando te alejes del camino y tu mano ensangrentada acaricie a las víctimas. No dejes de navegar surcando entre la espuma y la brisa. No,  dejes que seas náufrago de tu destino; que te lleve  la corriente a su antojo. No, nunca dejes que te lleve gratis la muerte.

Cuando cerré los ojos

Cuando cerré los ojos dejé de oír sus gritos ahogados, los que encogen el alma  cuando el miedo revienta cuando el dolor se desangra. Primero la zarandearon y la insultaron luego violaron a mi hermana, la tuya, la que siempre paga. Destrozaron la vieja tele  y sus cristales cayeron como lágrimas,  cayeron las cortinas rojas sobre el suelo y el suelo se llenó de golpes y de sangre. El aire se tiñó de lamentos, el amor de odio el refugio en tumba el grito en llanto. Cuando cerré los ojos las huellas se borraron. El viento sobre la arena, La piel quemada, los tambores de guerra la tierra mutilada. Cuando cerré los ojos hundieron sus uñas en el mar de sangre negra, de peces de plástico, de gaviotas sin plumas, de piel acerada. Y sus carnes podridas de oro, fueron devoradas por rostros buenos, por rostros malos, los que salen en la tele, los que siempre salen cuando cerramos los ojos, cuando apagamos l

El vecino de abajo

    S us pasos acariciaban una alfombra de mentiras, rompiendo las hojas secas del otoño cuando el aire se manchaba de frío. Esa mañana, cerca de Gloucester Road, donde se levantaba su imponente casa victoriana, sus labios perfilaron esa sonrisa que acoge a los seres que parecen flotar en la autosuficiencia: una vida confortable sin sobresaltos, como una zona ajardinada que aseguraba su tranquilidad; una familia perfecta y ordenada en torno a una moral recta y a unos principios sólidos. Su bienestar descansaba en el bien común, en la ayuda al prójimo, y todo aquello que te permite dormir sin  quebrantar tu conciencia. Ya en su casa, tras acariciar a su viejo West Highland White Terrier, que corría a recibirlo, dejaba el abrigo en el perchero de la entrada  y se ponía cómodo. En el salón encontraba a su mujer tomando el té  y sus hijos bajaban a saludarlo para luego seguir con sus quehaceres. Tras excusarse, iba a la cocina donde preparaba rápidamente una especie de sopa muy líquida
Las mareas En las mareas, donde anidan el tiempo perdido, la cobardía de vivir se va deshaciendo lejos de la maleta que persigue la mirada cuando los pasos mueren sobre una alfombra de mentiras. En las mareas perdemos los recuerdos viajando por los mares de espinas dejando un reguero de huellas sin pisadas que juran el retorno sin lamento cuando las madres reposan en la ausencia  y sus hijos anidan en sus tumbas. En las mareas los años deambulan mendigando horizontes nuevos que conquistar en un mar prestado  sin caricias de sombras indoloras donde hundir las raíces ahogándonos en la podredumbre cuando sabemos que todo está perdido pero incapaces de dejar el juego.

Ataud

S e acercó sigilosa, despacio, engañando al tiempo para retrasar la despedida, el último adiós, el beso en sus labios fríos, el fin de una historia como cuando se pasa la última página antes de cerrar el libro. Sintió como sus fuerzas flaqueaban. Sus piernas, incapaces de mantener su cuerpo, provocaron que sus manos se apoyaran en la fina madera del ataúd  y sintió, entonces, su suavidad, como una tierna caricia que la reconfortó hasta provocarle una sonrisa. Se excusó en su abatimiento para rozar sus mejillas sobre la tapa de fina madera, repujada en sus bordes donde formaban graciosos elementos decorativos vegetales que caían por los laterales; disimuladamente extendió sus brazos sobre aquella obra maestra reconociendo sus formas y, así, pasó un rato, sin que se percatara de que su esposo seguía muerto. Cuando fueron a buscarla costó que reaccionara  y se apartara del precioso ataúd, cayendo en esa admiración todos los que se acercaban y tocaban su cuerpo de fino ébano. Cruzaba