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Entradas

Tras la sonrisa (XI)

-¡Hijo de la gran puuuta ! ¿Qué has hecho!¡Me has dejado tirada como a un perro!¡Qué vergüenza cuando se enteren en el pueblo! –Dijo sollozando entre gritos. -¡ Dile al capitán que regrese, por favor!¡Qué será de mí! –Gritaba y lloraba la desafortunada mujer. A Juan se le hizo un nudo en la garganta sin saber qué hacer ni qué decir. Sabía que ya no habría solución posible. Sintió una gran pena por aquella mujer, a la que no recordaba haberla visto nunca suplicar ni estar tan apenada, desesperada y desamparada. -No te preocupes mi amor, aún puedes coger un avión hasta Roma o Florencia –Le dijo Juan, a sabiendas que todo aquello resultaba muy complicado. -Eso va a ser muy difícil, además no llevo la tarjeta de crédito encima –Le recordó sin dejar de llorar. -Vete a la casa de Cristina y pídele que te deje dinero, ya arreglaremos después con ella –Le aconsejó Juan. -¡De eso nada!¡Nadie debe saber lo que me ha pasado, ni Cristina ni Juani ! –Gritaba desesperádamente . -¡ Promét

Tras la sonrisa (X)

Su corazón latía con fuerza. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación, hasta ahora su vida había transcurrido lentamente, sin sobresaltos. Cuando se despertaba hacía siempre las mismas cosas, como si fuese un ritual, hasta que llegaba a la cooperativa, en la que trabajaba como administrativo. De vuelta a casa, tras comer, aún le quedaba algún tiempo para dedicarse a lo que más le gustaba: Hacer maquetas de barcos antiguos y edificios o monumentos históricos, mientras su mujer y sus hijos se entretenían viendo la televisión. La pasión por los barcos antiguos y edificios que construía, que terminaba conociendo al dedillo, fue despertando en Juan un gran interés y curiosidad, informándose sobre las técnicas que emplearon para diseñarlos y fabricarlos, investigando a sus autores, conociendo la época y el ambiente en los que se desenvolvían o los sucesos más relevantes que tuvieron que ver con lo que presentaban sus maquetas. Las numerosas preguntas que se hacía encontraban respuest

Castillos

El Sol de la mañana te acompaña en tu lento caminar por la ladera y la brisa acaricia tus mejillas y tus ojos se cierran para soñar castillos de cartón, cuando eras princesa. Impuntual, siempre llegabas tarde a tus citas y tus bailes se inundaban para transformarte en sirena, juguetona entre olas, mientras te esperaban en la orilla. De tu caja de música brotaron mil chispas que prendieron en la arena, para borrar las huellas que no querías seguir, preferías las estrellas de mar con las que jugabas, mientras te acechaban los horizontes. Lejos, cuando las lágrimas te ahogan sigues soñando, atrapando estrellas en el camino, construyendo castillos de cartón en las alturas, esperando a príncipes, pero te salen ranas. Y cuando las alturas se desploman y te acercas a la orilla, tu corazón palpita y el vértigo te reclama ante el abismo, y todo te parece diminuto, y lo mucho se hace poco, y lo poco decepción, y te miras al espejo inoportuno, como si fueras un retrato, despreciándote, desa

Su silueta

Crees, en la tarde, adivinar su silueta, vigilante. Crees ver sus pisadas en la arena, que guían tus pasos hacia el lugar seguro. Crees mantenerte flotando con su simple mirada, pero la tibia caricia del soplo frío de la noche te devuelve a la incertidumbre donde todo se desvanece y morimos, un poco, también. Hambrientos de su imagen nos desconsolamos al soñar con sus abrazos que nos devoran. Luego, los años nos entierran, poco a poco y nos alejamos sin dejar de mirar atrás para adivinar su silueta.

Tras la sonrisa (IX)

Pasados unos minutos, Juan seguía firme, junto a la puerta, como si estuviese guardando la entrada del Buckingham Palace . Sin embargo, al cabo de un rato empezó a moverse nervioso, como si estuviese oyendo una canción. Como le solía ocurrir, cuando tomaba una cerveza, necesitaba ir urgentemente al servicio, pero no se atrevía a desobedecer las órdenes. Los minutos seguían pasando y tras consultar el reloj, no pudo resistir más y desertó de su puesto, entrando apresuradamente en el servicio de caballeros. Seguramente tardaría menos que su mujer, y si ésta salía primero lo esperaría. Dentro había una cola de hombres esperando a entrar al baño de inválidos, porque el otro lo estaban limpiando en esos momentos. La espera parecía interminable. Dudó en volver a salir y aguantar las ganas de orinar hasta llegar al barco, pero ya le quedaba poco. Esperó. El último hombre que estaba antes de él tardó bastante tiempo en salir y, cuando lo hizo, salió con una gran sonrisa de satisfacción. Juan,

Despedida

Nadie me salvará de este naufragio; con tan solo veinte años quedo sola en este mundo perdiendo a todo ser que amaba. Cómo puede ser la vida tan injusta, capaz de destruir el corazón de una persona como si de un fino cristal se tratara, dejándonos huérfanos, viudos, desamparados. Las calles por donde ahora camino han perdido su color siendo en este día distintas, pero tampoco son iguales los cientos de rostros sumergidos en tristeza que hoy contemplo desolada, y que antes por muy poco que tuvieran caminaban felices junto a sus hijos, ahora perdidos, quizás, en un barco sin rumbo a la deriva...

Tras la sonrisa (VIII)

Las tres tazas de café espumoso despedían un agradable aroma, confundiéndose con el olor a tabaco. Juan había optado por tomar una caña, tenía calor. Aún estaba sudoroso, su inapropiada camisa de manga larga no le permitía soportar el calor, que empezaba a notarse esa mañana, menos aún, después de la lucha mantenida contra la gran maleta. A Victoria Eugenia, el café le parecía algo fuerte, pero no se quejó. Volvía a reír con su amiga del alma, a la que no veía desde hacía mucho tiempo. Habían estado muy unidas cuando vivían en el pueblo, de hecho el exmarido de Juani le presentó a Juan, su mejor amigo, que vivía en un pueblo cercano. Pasados unos años, las dos parejas se casaron con apenas una diferencia de unos meses. Ahora eran compadres y seguían viéndose con frecuencia. Roberto, el ex de Juani, era el más hablador y bromista. Solía contar, con éxito, historias curiosas de cuando eran más jóvenes, en la que los protagonistas, Juan siempre representaba el papel mas destacado, salían

Tras la sonrisa (VII)

Gonzalo , al pasar al lado de las dos chicas, con sus dos sabuesos, les saludó con una reverencia, que fue imitada de forma grotesca por uno de sus pupilos, provocando una expresión de repugnancia en las dos jóvenes. El “niño travieso”, con paso seguro y decidido, fue subiendo las escaleras hasta llegar a la puerta de seguridad, donde saludó cortésmente a los extrañados guardias de seguridad , como si los conociera de toda la vida. Una amplia galería acristalada los separaba de la escala. Una vez dentro del barco, los tres hombres lo recorrieron todo, subiendo escaleras arriba hasta llegar a la cubierta. Ramón, el más bajito , regordete y moreno, con los ojos pequeños y achinados, miraba extrañado a su colega Honorio , algo más alto que él, flacucho, canoso, de inexpresivos ojos azules, y una extraña piel pálida, que le daba un carácter enfermizo y decaído. Sin embargo, su fe ciega en el jefe los disuadía de cualquier acto indisciplinario . Los únicos que protestaban, por aquel paseo

Tras la sonrisa (VI)

-Lo siento mucho señor ¿Se encuentra bien? –Dijo Alicia nerviosa y avergonzada, tratando de incorporarse, cuando ya Yolanda y los allí presentes se acercaron a socorrerlos. - Joooo …. –Se lamentaba Juan –No te preocupes, no es nada –Dijo quitandole importancia a lo que había ocurrido, mientras se revolvía para levantarse, apoyando la rodilla en el suelo y levantándose con la ayuda de varias manos anónimas que lo rodearon por todos los lados. El insignificante Juan se había convertido de repente en el protagonista de aquel tumulto. Joaquín, que también intentaba levantar a Juan, le susurró bromeando algo al oído –¡ Joo macho, qué conquistador , corren a tus brazos!. A Juan no le dio tiempo de contestar, al ser recriminado por Victoria Eugenia –¡Siempre tienes que llamar la atención adonde quieras que vayas! Alicia volvió, cojeando, a interesarse por Juan, tratando de explicarle lo que había ocurrido. -Eso le puede pasar a cualquiera –Le dijo Juan. -Bueno sí, esperemos que esto sea lo

El otro lado

Sé de amaneceres tranquilos, sepultado por las sábanas que se aferran a mi cuerpo, sin que se resignen a despedirse de la noche, los ojos vuelven a cerrarse para viajar entre mares de arena, siguiendo las huellas que se borran, y el olor intenso, casi salado me invade tras la rendición, dejándome conquistar cuando mi piel deserta y renuncia a sentir. La distancia parece infinita y calma las despedidas en ese mundo ajeno donde nos escondemos de los otros, de nosotros mismos. Es cuando surgimos, renacemos, casi magníficos, sin que la mirada se detenga en los demás, como si fueran pequeñas cosas, como si las cosas se escondieran de nuestras miradas y una sonrisa surge devorándolo todo, las ruinas se precipitan, mientras nos mantenemos contemplativos, también, ajeno, al otro lado donde despertamos asustadizos deseosos de que llegue la noche.

Carta al verdugo

Las paredes de tu existencia, de tu olvido, reducen tu alma ennegrecida, mutilada, rezumando un odio grasiento, que empapa trocitos de recuerdos que se alejan en el tiempo, como si cayeran en el profundo pozo del amanecer, deshaciéndose en la desmemoria, pero te acechan en la noche cerrada surgiendo como la marea que te inunda y te ahoga en el mar sudoroso de los sueños, enredado entre las neuronas que sobrevivieron cuando dejaste de ser humano, para convertirte en un monstruo marino, maloliente. Y ahora, cuando los años te atemorizan y la luz alumbra el fondo de los pozos te pesan las cadenas que forjaron tus culpas, con los huesos de tus víctimas, que chirrían como gritos de clemencia, y al amanecer tu pulso tiembla cuando la muerte te acaricia, recordándole, al verdugo, aquellas víctimas temblorosas, desnudas, ensangrentadas, de aquel amanecer, que ahora se repite, con los que compartes tus lloros y que te esperan bajo la tierra