lunes, 22 de marzo de 2010

Carta al verdugo



Las paredes de tu existencia,
de tu olvido,
reducen tu alma ennegrecida,
mutilada,
rezumando un odio grasiento,
que empapa trocitos de recuerdos
que se alejan en el tiempo,
como si cayeran en el profundo pozo del amanecer,
deshaciéndose en la desmemoria,
pero te acechan en la noche cerrada
surgiendo como la marea que te inunda
y te ahoga en el mar sudoroso de los sueños,
enredado entre las neuronas que sobrevivieron
cuando dejaste de ser humano,
para convertirte en un monstruo marino,
maloliente.

Y ahora,
cuando los años
te atemorizan
y la luz alumbra el fondo de los pozos
te pesan las cadenas
que forjaron tus culpas,
con los huesos de tus víctimas,
que chirrían como gritos de clemencia,
y al amanecer tu pulso tiembla
cuando la muerte te acaricia,
recordándole, al verdugo,
aquellas víctimas temblorosas,
desnudas, ensangrentadas,
de aquel amanecer,
que ahora se repite,
con los que compartes tus lloros
y que te esperan
bajo la tierra

2 comentarios:

Mercedes Pinto dijo...

Triste y desgarrador este poema. Es verdad que con el paso del tiempo, llega un momento en que nada de lo que hicimos nos es ajeno, y todo el daño perpetrado se convierte en el verdugo de nuestra propia agonía.
Un abrazo.

Mayte S. dijo...

Asi o creo y convencida de elo vivo... nuestra guadaña es nuestra propia acción...que todo gira y encuentra el momento de que nos alcance su filo al biés.

Muy buen poema.

con cariño, esencia

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Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifica...