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Consuelo

“Tuve que salir de allí”, me repetía insistentemente, como intentado justificarme , mientras, sudoroso, me aflojaba la corbata de aquel traje negro. “Ella me perdonará, lo sé, ella lo entenderá”. Como un autómata, con los ojos enrojecidos, mi mirada se perdía entre calles, persiguiendo las escasas sombras que se colgaban de algunas paredes sin apenas querer tocar el suelo. A esa hora de la tarde los sádicos rayos de sol se colaban por el cuerpo, como perforándolo , hasta llegar al estómago, recalentando todo el café que había tomado durante la noche. La acidez se mezclaba con el cansancio, la rabia y la pena, era como un barrizal que no dejaba fluir las ideas empantanadas. No sé cuanto tiempo pasó, ni cuantas calles vacías recorrí hasta que fuí tropezando con otras gentes, que me empujaban hacia dentro. Ahora, recuerdo sus lágrimas temblorosas, uniéndose al agua que salía por su nariz para empapar sus labios asustados. Cuando me vio, dio unos pasos vacilantes hasta agarrarme, como cu

A tu lado

Cuando muere el calor en tus manos, ahogado por las lágrimas vacías, tu sonrisa vacila, hasta perderse, mientras tu piel se vuelve de un gris sin brillo ahumando tu morenez . Cuando una mirada amiga te observa, desde lejos, ve como tus otoños se precipitan en tu alma, escarchas astilladas por el golpe, Duro y seco, de agitada desilusión, de arrastradas pisadas que se niegan a recorrer el camino inverso. Cuando te grito, la voz se vuelve inútil con el viento en contra que roba las palabras. Tu sombra, mala sombra, que te da la espalda, avergonzada, enlutada, muerta en vida, maltratada. Cuando corro y te alcanzo, mi aliento, tu mirada perdida, desenamorada. Y te abrazo, como un amigo. Y te beso, como un hermano. Tus sollozos se pierden entre mis brazos y de tu risa brotan tibias primaveras y de tus labios carnosos mil gracias. Y mi mano acaricia tu pelo. Y mi corazón escondido muere enamorado.

HOY

Este día quiero salir de mí, de puntillas, sin mirar atrás dejando ese cuerpo dolorido, desgastado, incoloro. Hoy no quiero ser más esclavo de mi esclavo. Hoy quiero romper la cadenas de papel que me momifican como un mal regalo; alejarme lo suficiente y retorcerme en el éter, sin necesidad de respirar, y ahogarme en la lluvia fresca, acribillándome , deshaciéndome en una muerte limpia, en una muerte dulce con champiñones y salsa de Champagne , como si me degustara en lentos y breves sorbos. Hoy quiero probarme, para saber si me gusto; mirarme con atención, con cuidado, con respeto. Hoy quiero quererme, como a un recién nacido, y llorar, si fuera necesario, sin dejar de reír . Y mimarme… Y crecer, sin prisas, con el tiempo imprescindible para contar estrellas, muriendo las veces que sean precisas, aprendiendo de mis errores, bromeando con ellos. Hoy quiero bañarme en las lagunas de las dudas, entre sus olas, de espuma fresca, sin temer navegar, dejando estelas en el olvido. Hoy quiero

Tierna infancia

Lejos, entre la nada y el tiempo, cuando los ojos no pueden cerrarse ante tanta miseria, cuando los niños dejan de serlos, para confundirse con los desperdicios, las pisadas descalzas en las encharcadas calles de podredumbre, gusanos retorciéndose entre el lodo, luchando por el excremento, endureciendo su piel, afilando sus miradas, muriendo todos los días, un poco, vigilantes cerca de la trampa, coqueteando con la muerte, vendiendo sus almas, victimas y verdugos de otras almas sin almas, secos, vacíos sin lágrimas, desafiando al reloj que avisa a los que mueren de que ya no están vivos. La navaja por el videojuego, el pintalabios por la muñeca, el hoy por el mañana. Y sobre el charco pasa la gente, impasible, inmune, sin saber, sin importale que es de sangre.

Andamana, la reina mala IX

Los niños corrían despavoridos al ver aquel ser acercarse a ellos. La niña que vieron subir hacía dos años bajaba ahora en forma de mujer arrastrando una larga sombra enlutada cuando Magec se empezaba a esconder tras aquella Fortaleza de Chipude, uno de los más impresionantes macizos de las islas sobre el que se sostenía el cielo. - ¿Eres Andamana, verdad? – Le preguntó una de las viejas que adelantándose a los chiquillos asustados parecía querer protegerlos del misterioso ser. - Sí, soy yo – Respondió la joven mujer que parecía que a acababa de descubrirlo, mientras miraba a su alrededor como comprobando que todo estaba en su sitio. En su interior retumbaba una y otra vez la misma idea – Soy Andamana, ¡Soy Andamana!. - ¡Pero mi niña! ¿Cómo te has atrevido a bajar sola por ese peligroso sendero? Preguntó preocupadala vieja con un tono tierno y cariñoso, mientras intentaba rodearla con sus gruesos brazos sin conseguirlo, pretendiendo protegerla sin saber de qué. - No he bajado sola – Co

Andamana, la reina mala VIII

Desde hacía algún tiempo la palabra gentilhombres había perdido su masculinidad . Ciertas mujeres habían accedido a la asamblea por designación real. Algunas harimaguadas y la guayresa Andamana resumían la aportación femenina. Los hombres aún no se habían acostumbrado a su presencia y, aunque correctos con ellas, no solían darles conversación . Quizás se debía a que los nobles tenían prohibido dirigirse a las mujeres cuando se las encontraban solas por los caminos, delito que estaba castigado con la pena de muerte. Andamana no necesitaba oír ni hablar con nadie para darse cuenta de las cosas. Perspicaz, observadora y más inteligente que cualquiera de los hombres presentes, poseía un olfato especial para presentir los acontecimientos . Su demoledora oratoria estaba provista de una afilada ironía que destrozaba a sus adversarios, a los que después golpeaba con una profunda y sonora carcajada ahogándolos definitívamente . A sus cuarenta y tantos años largos disfrutaba de una madurez

Las Canteras

En la leve sonrisa de un día cualquiera, en el cálido rayo de sol de un amanecer embriagado, la piel se retuerce vagamente de placer, estirándose, hasta casi romperse, ausente de pasados ni ayer, sin agobios de futuros inciertos, recreándose en el paisaje, casi sin mirar, permaneciendo…, como si fuera un cuadro de segundos eternos, con los sentidos ordenados: sintiendo el pesado cuerpo, rozando en la arena, algo húmeda, oyendo el murmullo lejano de las olas, roto por el quejido de alguna gaviota. Olor a mar salado. Junto a las huellas de amigos desconocidos cierro los ojos para no pensar, sin encontrar nada en mi interior, sin importarme ese vacío que me inunda, echando de menos el presente, casi infinito, sin querer terminar estas letras que me transportan... y vuelvo a recordar que no estoy en las Canteras, que no soy un lobo marino de otra época, que ya no hay gaviotas que vuelen, que la mar está desabrida, que los rayos de la Luna no iluminan, que la piel se marchita, que ya es ta