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Andamana, la reina mala IX

Los niños corrían despavoridos al ver aquel ser acercarse a ellos. La niña que vieron subir hacía dos años bajaba ahora en forma de mujer arrastrando una larga sombra enlutada cuando Magec se empezaba a esconder tras aquella Fortaleza de Chipude, uno de los más impresionantes macizos de las islas sobre el que se sostenía el cielo.
- ¿Eres Andamana, verdad? – Le preguntó una de las viejas que adelantándose a los chiquillos asustados parecía querer protegerlos del misterioso ser.
- Sí, soy yo – Respondió la joven mujer que parecía que a acababa de descubrirlo, mientras miraba a su alrededor como comprobando que todo estaba en su sitio. En su interior retumbaba una y otra vez la misma idea – Soy Andamana, ¡Soy Andamana!.
- ¡Pero mi niña! ¿Cómo te has atrevido a bajar sola por ese peligroso sendero? Preguntó preocupadala vieja con un tono tierno y cariñoso, mientras intentaba rodearla con sus gruesos brazos sin conseguirlo, pretendiendo protegerla sin saber de qué.
- No he bajado sola – Contestó Andamana con gesto indiferente a la vez que seguía mirando a ninguna parte.
- ¿Ah, no? ¿y dónde está Gerehagua? ¿Se ha quedado atrás? – Preguntaba la vieja a la vez que unas preguntas hacían de respuestas a las anteriores.
- Llegaron antes que yo – Respondió la joven princesa antes que la vieja la soltase dando un paso para atrás y mirando para todos los lados buscando a la repugnante pareja sin entender nada.
Andamana, indiferente, siguió su camino. Los del lugar no entendían nada, era imposible que hubiesen bajado por el sendero sin que los hubiesen visto. No había otro modo de bajar o eso creían. Unos días más tarde algún pastor encontró a Gerehagua y su mujer. Yacían aplastados contra unos peñascos en el fondo del barranco, sobre el que se colgaba un acantilado de más de cien metros de alto y por el que se ceñía un estrecho y peligroso sendero que bajaba de la Fortaleza.

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