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Reseña de Ana Joyanes sobre la novela "Andamana, la reina mala" en La Esfera Cultural

Ana Joyanes, autora entre otros libros de  Lágrimas Mágicas, Sangre y Fuego, Oscurece en Edimburgo  o su última novela  "Noa y los dioses del tiempo" (Idea Aguere  Col. G21) ,  ha dedicado una magnífica reseña a mi novela  "Andamana, la reina mala"  en el blog literario "La Esfera Cultural" .  A Ana me une una entrañable amistad y la admiración que se suele sentir por esos seres que poseen unas capacidades extraordinarias y una energía inagotable y desbordante, también el hecho de haber colaborado ambos en múltiples proyectos, junto a otros compañeros de la Esfera Cultural, y en especial en la inolviable aventura de "Oscurece en Edimburgo", una novela a escote escrita entre siete autores. Así que no es de extrañar que lleve algunos genes suyos en mi genética literaria. A lo largo de la gestación de "Andamana" y después de ella, durante su presentación, he tenido la suerte de haber podido contar con la ayuda y colaboración inestim

Niños de trapo

En el taconeo roto de largo viaje las prisas escondidas entre sueños han mordido a los niños de trapo junto a la puerta vacía sorprendidos por la tarde y por las escaleras van cayendo los tristes pasos y sus maletas grafiteando con sus cosas los instantes mientras la vecina gritona escupe besos y los hijos de los hijos se curan sus ombligos ensangrentados y llenan la tarde de despedida dejando un eco de silencios como estela y el mar se llena de brazos y sus huesos esperan en la orilla donde la voz lejana se hunde en el barro alimentando las entrañas de la tierra fecunda hembra que pare semillas fuertes raíces que se retuercen flor que huele a veneno veneno que hiere y mata perfume que mendiga a sus hijos.

Leña rota

La leña rota sacude sus alas y el color de la risa arde banderas alzando la noche como una fiesta en la trastienda del fuego herido en los frentes sin fe pariendo cenas de cadáveres en los armarios, cunas de cenizas en los pozos caducados donde aún se escuchan el canto de los sables dibujando fronteras que profanan el mar levantando muros en los ojos y el amanecer se cubre de moho olor a olvido reciclado que cae como lluvia fresca sin vértigo, estelas que emborronan el aire, y la patria se hace himno y se hace música, y los ríos de madera arrastran mentiras que escupen en el papel violado de sangre y tinta corrompida, huérfanos de la verdad que mendigan sus culpas una voz atronadora como un eco que fluye anunciando clandestina la derrota. 

Heridas

En las esquinas de sus pensamientos cuelgan viejas heridas que trepan como hiedras y se vuelven isla. Es un mundo redondo y ciego, un silo de sonrisas de amor, un tesoro de ego blanco, hielo bajo las pestañas que escupe miradas que abrazan la tinta prisionera hermana de la luz y la sombra, una dama de encajes de madera, cruz de hogueras viejas, de noches tristes cuando el llanto llama. Sol de tardes quietas cuando el viento muere cada mañana y el niño juega y la tumba calla.

Mañanas en San Cristóbal

Nada,  solo caminar sobre las perlas arrugadas de un aliento azul, susurro de una mañana sobre la sombra vieja de la piel. Esa brisa de salitre pegajoso escupe el nombre, solo un nombre que arrastran los callados hasta el mar murmurando brillos azabaches sus labios rotos sobre una cuerda de infinito besan, lentamente, las nubes ocres, juramento de hombres arracimados, lombrices de dientes de oro que navegan sin dejar estela y los rayos parten el cielo de un dios imposible maldecido entre rezos y miedos. 

Olvidé

Olvidé el murmullo de las olas, la lenta agonía de los sueños, el vértigo del amanecer. Olvidé arrancarme el cordón umbilical que me encadena a la vida y renuncia a la conquista del vuelo. Olvidé tantas cosas… y tantas otras que nunca imaginé, ahora, cuando regreso a la casa y las puertas ya están cerradas,  y las ventanas colgadas de la tarde, y los platos vacíos sobre la mesa. Olvidé despedirme y mirarme al espejo y ya no sé quién soy. Sin darme cuenta me fui alejando de mí.  Y, ahora, cuando ya no soy, sin darme cuenta… olvidé  los fantasmas  que deambulan por la casa sin saber a dónde ir.

Olor a café

Como manos enracimadas, el olor a café acaricia los ojos ciegos de recuerdos, sabor amargo que recorre las venas, secreto a voces que llama a escondidas. Café amargo y tibio de un negro brillante como la vida retuerce su aroma en la memoria, canción desgarrada de despedida, gota amiga que surca los vacíos profanos y cae sobre todos nosotros hundiendo sus garras cuando en el atardecer se marchita la rabia y la renuncia se deshace en la nada. Los féretros se hacen pequeños para contener tantas lágrimas desparramadas que rebozan sin dolor cuando la imagen surge tras ellas y la lluvia hiere y quema. Una gota que cae de tus ojos una mañana que se apaga en tus manos, el sueño imposible cuando la noche llega con ese sabor  que se queda en el alma. Vicente in memoriam