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Andamana , la reina mala (I)

Cuando las noches enviudan son mas largas. Quizás, pierden el sentido del tiempo recordando la Luna, que con su velo blanco cubre el valle dormido. Las horas pasan lentamente, posiblemente sean las mismas, que dan vueltas y vueltas, sin querer despertar del sueño mágico. Ese sueño dormido que siempre tiene una leve sonrisa sobre la cara amable de la Luna. Pero a veces, la noche cerrada frunce su ceño y aprieta el puño golpeando las montañas. Retumba el valle aterrado, entre histéricos truenos y relámpagos, que dejan ver siniestras siluetas. Es en ese instante cuando salen los extraños animales de la noche, que se ocultan durante el día. También, es cuando sale lo peor de nosotros mismos: nuestros miedos, nuestros deseos… gritan, desesperados, queriendo respirar insistentemente el aire de la noche oscura. Sin embargo, algo esta atado a nosotros mismo, mil cadenas lo rodean asfixiantemente y en cada imperceptible movimiento, cada mínimo respiro nuestros ojos se encienden gritando a nuest

El bulto (I)

Cuando me di cuenta que tenía los ojos abiertos, aún tardé en comprender que miraba. El azul borroso parecía un cielo extraño, lleno de zonas oscuras, como si fueran humedades. No había estrellas ni nubarrones y, pronto, empecé a observar como la luz, cada vez más intensa, descubría aquellas esquinas. No me resultaba un ambiente familiar, o al menos no lo recordaba con claridad. Mis pensamientos eran torpes, como mi seca boca entreabierta; las ideas se sucedían lentamente como gotas que caen del deshielo. Mis ojos inauguraron los primeros movimientos, para hacer descender la mirada, siguiendo la esquina de aquella pared hasta descubrirlo. Allí estaba, inspeccionándome, con esos ojos profundos, casi desafiantes, e inmóvil. Su gorra estrellada y su barba revolucionaria me recordó su acento argentino y casi podía olfatear el humo de su cohiba. Su presencia abarcaba toda la pared desnuda, que parecía ser sostenida por un viejo ropero, que ocupaba la pared vecina. La penumbra se resistía a

TARDES

El mar en calma sin color brilla levemente sediento de sal. Rocas pensativas recordando el oleaje, su espuma. Gaviotas sin alas que se masturban queriendo soñar. Arenas sin huellas, sin historias sin estrella de mar. Dulces sueños, sin sueños, de serpientes mordidas. Alma vendida, Comprada, paz. Piel gris curtida al sol de fuegos apagados (cenizas). Baja la marea sobre un cielo sin Luna. Vuelven los cangrejos, sin querer, de sus escondrijos. Late el corazón muerto de sangre envenenada.

TE BUSCABA

Te buscaba. Busqué en el templo vacío y no estabas, entre las sábanas frías y te habías ido. Busqué entre los sueños y me los habías robado; fuí hasta el mar y me habías ahogado. Tampoco te encontré porque no te buscaba en las altas montañas, en las montañas nevadas, donde están los corazones de hielo, las lágrimas congeladas. Grité en el vacío sin tener palabras, lloré y llovieron ranas. Príncipes azules como yo entre dragones sin damas. Bebí de los arroyos que tú lloraste y ví tu imagen sin mirate. Frío, errante volví a caminar sobre tus pasos para llegar a ninguna parte. Perdido, miré en tus horizontes donde las olas contaban tristes canciones. Lejos te olvidé, y si te buscaba ya no recuerdo el porqué.

Me matas

Acaricio tu piel con mis dedos, mis labios, constantemente, sintiendo tu perfume envenenado, en lo más profundo. Siempre juntos, Besándonos en las noches solas, y en los tristes amaneceres sin hablar sin mirarnos Como un rastro, te mueves girando en el aire, entre finos hilos, dentro de mí, robándome. Tus cadenas, oxidadas de tanto tiempo, de tantos años secuestrándome, me van asfixiando, te voy detestando. Tu egoísmo asesino, me va mordiendo, me va matando en silencio engañando. Te maldigo y te escupo, te rompo con saña, pero vuelves riéndote, encendido envenenado. Tus cenizas son las mías que van cayendo enterradas en el cenicero mortal.