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Andamana, la reina mala (IV)

Las risas, el murmullo y los gritos se extendían por toda la grada. La gente iba de acá para allá, saludándose y abrazándose. Los más jóvenes saltaban y hasta bailaban, agitando ramas en sus manos, siguiendo el ritmo de chácaras y tambores, mientras sonaban las caracolas, y los guayres y fayacanes golpeaban sus baras en el suelo. El tufo a higos y manteca de cerdo con gofio se mezclaba con el fuerte olor a tabaco, que salía de las cachimbas de los más viejos e incluso de los más jóvenes, escondidos entre el gentío para no ser recriminados. De vez en cuando, se veían pasar a manadas de muchachos de un mismo bando, que cruzaban miradas amenazantes con otros, que sentados se reían y burlaban de ellos. Cada bando solía sentarse en un sitio distinto, arropado en torno a sus machos, que eran los mas fuertes y bravucones. Los líderes de la manada, casi siempre, se hallaban de pie haciendo aspavientos y gestos amenazantes a los machos de otros bandos, a los que les recordaban sus victorias en

Extraño

Extraño tus silencios cuando pienso en ti, mujer sin rostro, de palabras acariciadas por tus dedos que acarician tus labios de sonrisa inexistente Te presiento cerca, como un halo de esperanza, como un gesto de cariño, suspiros de madrugadas, como hojas secas, de árbol noble, que sienten mis pisadas. Me muero dentro buscando tus pensamientos, tus deseos, tus anhelos, tus miedos Creo verte en todo lo que miro, en mi mano y en mis letras, en la mirada perdida, en esta noche ciega. Esperando tus palabras, en soledad sin que la suerte llegué.

Tras la sonrisa (II)

El gentío se agolpaba junto al edificio acristalado, mirando hacia lo alto, como tratando de adivinar en las entrañas de qué barco se iban a aventurar a realizar su sueño, que los más pesimistas sospechaban que sería una pesadilla. De todo aquello iba surgiendo una gran manada desorientada, que más allá se iba peinando en ordenadas filas, a medida que las preguntas encontraban las respuestas correctas, enfilándose hacia los mostradores del fondo, donde iban desapareciendo las mascotas como por arte de magia. Llegados a ese punto, los cruceristas se relajaban y con risas nerviosas comentaban lo grande que era el barco, hasta que le indicaban que el verdadero quedaba tras el edificio, por donde apenas se asomaba una tímida chimenea. Las quejas se multiplicaban, sintiéndose éstos engañados y defraudados. Pronto el desánimo se olvidaba cuando los viajeros mas expertos explicaban las ventajas de un barco mas pequeño: Desde luego resultaría más familiar y convivirían menos idiomas entre la

Andamana, la reina mala (III)

-Es cierto, no son buenas noticias –afirmó ahora con mayor dignidad y formalidad– Los maestros se han vuelto a levantar en cuatro faycanatos y diez bandos. -¡Maldita maná de cabras! –Exclamó Andamana- ¿Y qué quieren ahora? –volvió a preguntar. -Quieren… quieren los mismos derechos que los sigoñes –respondió el secretario, ahora expectante -¡Jajajajaa..! -rompió a reir como una loca, mientras se inclinaba para apoyarse en la mesa con sus manos -¿Pero quienes se han creido que son esos inútiles? –preguntó, apretando los dientes y arrugando los ojos de su inexpresiva cara –los achimenceyes y sigoñes no podemos trabajar está mal visto. ¿Es que pretenden ir contra nuestras costumbres y normas sagradas?! -Han exigido poder dejarse el pelo largo –aclaró el secretario mientras Andamana seguía maldiciendo –¡De eso nada!¡Son achicaxnas! ¡Ya les he ofrecido dejarse un dedo más por cada seis años de trabajo! El secretario, inmóvil, miraba de reojo a la guayresa, que se paseaba alocadamente a lo la

Tras la sonrisa (I)

La ciudad dormida despertaba perezosamente, encandilada por los primeros rayos del amanecer, que se reflejaban en el puerto. Los grandes edificios parecían estirarse, alargando sus sombras sobre los demás, como si tropezaran unos con otros. Un trueno ensordecedor inundó todo el espacio. El reactor, cada vez más diminuto, terminó por desaparecer, perforando las altas nubes, que parecían cansadas para proseguir el viaje. Algunos coches, deambulaban perdidos en medio de la resaca. Los de color negro parecían más activos, recogiendo a las diminutas personas que se movían torpemente sobre las aceras, intentando sortear las mesas y sillas de las terrazas que estaban esparcidas por ellas. Las calles sudaban, empapadas por las cubas de la limpieza, en medio de un ambiente cargado de humedad cuando ya el calor empezaba a apretar. Las motos parecían avispas incordiando con su molesto zumbido que revoloteaban alrededor de las glorietas y rotondas. El gran hormiguero se resistía a ponerse en píe e

Andamana , la reina mala (II)

Ya no parecía ni fría, ni negra, ni dura, ni inmóvil. Sus gritos quebraron la noche, cuando ya aclaraba el día. Su larga cabellera rizada se agitaba, desordenadamente escondiendo un rostro tapado por las sombras, que iban desapareciendo. Sus manos, donde las venas se confundían con arrugas, coincidieron en la cara al encenderse la luz. -¿Qué ocurre Señora? ¡Apaga la luz imbécil! –Respondió airadamente, mientras su cuerpo se retorcía, entre el asco y la furia. Imbécil, era un ser rechoncho y bajito , con los ojos fuera de sus órbitas. El rojiblanco de su piel y sus canas caracterizaban la parte visible de su cuerpo, que sobresalía más allá de su cuello encorbatado . Posiblemente, ya no recordaba su nombre, simplemente era Imbécil. A sus sesenta y tantos años se apresuraba, cojeando, en llegar hasta la puerta. Tras cerrarla se oyó un suspiro. Al fin y al cabo había corrido mejor suerte que la anciana araña. La mirada volvió a su sitio natural, reclamada por un lejano sonido. El claxon d

"Smara"

Flor del desierto, sonrisa de arena grabada al rojo vivo en mi alma. Eres todos mis horizontes que contemplo desde la orilla, sintiendo tus latidos en mi sangre. Viajeros, recorrimos la soledad, de mares secos bañados en polvo, buscando caminos sedientos te encontramos, en una mañana perdida, cuando el amor llena el pecho hasta dolerte, cuando una madre grita hasta parirte, cuando una lágrima cae y despiertas. Echaste raíces en mi corazón levaste ancla para partir, navegando entre dunas, dejando huellas para seguirte. Tus pétalos púrpuras es mi bandera, tu felicidad Mi patria. Eres el calor sereno que me abraza, el tormento que me da vida y me mata. Eres todo. Eres única. Eres flor en mi alma.