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Andamana , la reina mala (II)

Ya no parecía ni fría, ni negra, ni dura, ni inmóvil. Sus gritos quebraron la noche, cuando ya aclaraba el día. Su larga cabellera rizada se agitaba, desordenadamente escondiendo un rostro tapado por las sombras, que iban desapareciendo. Sus manos, donde las venas se confundían con arrugas, coincidieron en la cara al encenderse la luz.
-¿Qué ocurre Señora?
¡Apaga la luz imbécil! –Respondió airadamente, mientras su cuerpo se retorcía, entre el asco y la furia.
Imbécil, era un ser rechoncho y bajito, con los ojos fuera de sus órbitas. El rojiblanco de su piel y sus canas caracterizaban la parte visible de su cuerpo, que sobresalía más allá de su cuello encorbatado. Posiblemente, ya no recordaba su nombre, simplemente era Imbécil. A sus sesenta y tantos años se apresuraba, cojeando, en llegar hasta la puerta. Tras cerrarla se oyó un suspiro. Al fin y al cabo había corrido mejor suerte que la anciana araña.
La mirada volvió a su sitio natural, reclamada por un lejano sonido. El claxon de la guagua, que iba contando las vueltas de la polvorienta carretera, que se precipitaba montaña a bajo. Las montañas ya sacaban sus colores, y la estela de polvo, como si de un meteorito se tratara, delataba a Ramón, el joven chofer y antiguo corredor de la escudería de Telde. Disfrutaba, deslizándose ladera abajo, como si estuviese haciendo surf. Sin embargo, el resto del pueblo soñaba con la tan anhelada nueva carretera. En menos de media hora se llegaría hasta La Candelaria ,y de ahí a Añaza solo quedaba un suspiro.
Aún, quedaría media hora para que la escandalosa guagua dejara de balar y de levantar polvo. Para cuando eso, ya el peine de púas y otros instrumentos habría desistido de arreglar aquella cabellera. Su larga bata había desaparecido; en su lugar: collares, un jersey negro y unas botas negras largas, que aprisionaban los pantalones estrechos, sujetados en la cintura por un gran cinturón. La atenta mirada del pastor parecía admirar aquella figura. Parecía una princesa, de hecho lo era y, además, era Guayresa, Consejera del Gran Tinerfe, Mencey de Canarias. El viejo pastor lamentaba, tras su admiración el trágico accidente, mientras la Guayresa Andamana se cubría su rostro con su antifaz de piel de cerdo.
El olor a café ya inundaba el despacho, cuando se oyó dos pausados golpes secos sobre la puerta ,como si el primero anunciase al segundo y el segundo a Imbécil.
-¡Pasa! –dijo Andama con una voz entre seca y amenazante.
-El secretario está aquí -dijo la cabeza rojiblanca pegada al extremo de la puerta entreabierta.
- Buenos días -dijo el secretario que mediaba los cuarenta años, apareciendo por detrás de Imbécil, mientras se ajustaba la corbata con una mano y agarraba el maletín con la otra.
- Humm -Fue la respuesta.
- ¿Qué me cuentas? –preguntó Andamana, sin hacer caso a los torpes comentarios aduladores del secretario que quería aparentar seguridad.
- Buenoo..-Titubeó -¿Bueno? –repitió interrogando Andamana para preguntar después- ¿Parece que quieres decir malo?
A medida que el secretario perdía la seguridad y ganaba nerviosismo, se afanaba en apretarse la corbata, ahora con las dos manos, como si quisiera ahogarse más de lo que estaba.
( CONTINUARÁ )

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