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Arde el Aaiún

Arde el Aaiún A varios miles de kilómetros de aquí mueren o han muerto soldados españoles en misión de paz, en Bosnia, Líbano, Afganistán... El gobierno de mi país considera que es necesaria esa intervención, porque en esos países se violan los derechos humanos, se perpetran campañas de limpieza étnica o se conculcan los más elementales derechos de los pueblos. Desde donde yo vivo hasta el Aaiún   hay una distancia menor que de Zaragoza a Barcelona. Allí, en estos momentos, están muriendo niños, jóvenes y adultos indefensos a manos de las Fuerzas de seguridad del Estado marroquí. Hombres y mujeres han sido detenidos, violados sus domicilios, destruido sus enseres y pertenencias, torturados o desaparecidos. Creo que sería redundar decir que todo esto ocurre sin garantías constitucionales. El gobierno de mi país interviene en numerosos foros internacionales para lograr un mundo mejor y más justo. En algunos casos ejerce la presión internacional para conseguir que países, como Cuba, l

Mujer de arena

Al atardecer las huellas persistentes hieren la suave arena  rubia escamando tu piel, que lames con delicadeza con la espuma de las olas. La variopinta comunidad,  como una hilera de hormigas, se entrega con devoción en la procesión silenciosa de miradas perdidas, que buscan su interior, anestesiados por la fresca brisa y el murmullo de las olas, abandonándose al rumbo prefijado. El piberío impío, en franco desorden, rompe el ritual alejándose de la fila, persiguiendo  jacas hurgando en las tripas de las rocas, mientras los niños vestidos de viejos corretean descalzos por la arena resistiéndose a la decadencia. Y las olas parecen parir nuevos hijos  que resbalan de sus crestas  para deslizarse hasta la orilla. El pecho se llena de olor a mar y los interiores rebosan limpiándolo todo. El cuerpo se abandona para que el alma fluya. Te respiramos y te sentimos cada latido que golpea las rocas, y tu respiración, allá por la Cicer, se vuelve agitada. El sueño se hace pesadilla, y el b

Insomnio

Egipto es un lugar que nunca soñé, ni imaginé sus desiertos bajo el Sol, sus babosas serpientes moviéndose entre la arena o los cocodrilos verdosos y vigilantes entre el limo. No sé por qué me faltaron sueños que soñar y engullir el mundo, devorándolo insaciablemente, como un niño hambriento sin ojos. Las líneas que hieren el aire de cristal siempre me han sorprendido, creo que sólo yo las veo, como se aproximan despacio, como una leve caída. Soñar…sólo soñar, eso nos hace fuertes, como si fuera vivir, pero con nuestras propias normas, casi como si fuéramos dioses. En definitiva ¿no somos un antojo de los dioses? Somos sus sueños. Soñar es una magia, como volar sin cerrar los ojos; es el vientre de donde salen las palabras que se dibujan en el papel y que nos cuentan historias, penas o celebramos con ellas los triunfos en el amor y en las guerras. Soñar es como descolgar el teléfono y hablar con quien quieras, no importa que ya estén muertos, hablar y hablar sin dejar de reír; y si