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Y después

… Y después, entre el follaje gris y azul, que se retuerce en el aire de la habitación hasta agotarse y sucumbir, mi mano se hunde en el mar sereno y castaño de tu pelo liso que baña mi pecho. Mi cuerpo, prisionero de tus abrazos y herido por tus pezones afilados, se rinde acorralado por tus piernas, que trepan desde los pies de la cama, después de la batalla. “¿Por qué hacer el amor y no la guerra si podemos hacer las dos cosas?” –Te pregunto en el silencio roto por un suspiro, mientras cae una lluvia de cenizas sobre la sabana empapada, con sus pliegues cabalgando al ritmo de la respiración. Es ésta la imagen más intensa; la que más me gusta de ti. Escondidos del tiempo y de todos sin importarnos nada más que estar, permanecer, casi morir. Poco a poco las manos se mueven sobre la piel, como los cangrejos tras el temporal, resbalando por tu espalda; las tuyas, sobre mi vientre, pronto se pierden en busca de algún naufragio, para saquear sus tesoros. Ajeno a ello, apago el cigarrillo e

Arrorró

Te dí un nombre y se me olvidó, mientras el mar borraba las huellas, cicatrices de pasos olvidados, entre caminos que se separan para perderse. Luego perdí el amor, lejos, entre siluetas irreconocibles, en los fangos de la desesperación de las tardes sin sol, en las lunas vacías, cuando el eco se pierde para convertirse en arrorró. Hoy ya no recuerdo tu piel, su olor, su calor tibio entre almohadas cuando soñábamos horizontes tras las ventanas. Hoy ya no siento y el viento se duerme en las noches grises, en las madrugadas. Tampoco sueño, ni rezo, ni me pellizco, solo me desvanezco recordando el arrorró.

Prisionero de las tardes

Enjaulado entre hilos de humo siento el peso de esta losa que enmudecen los gritos agónicos en un vacío sediento de polvo gris, en las tardes sin Sol, cuando los pensamientos escapan por las rendijas, para dejarme en soledad, añorando, en la retaguardia, a los enemigos. Busco en la rabia un refugio, donde cobijar las mentiras con las que engañarme, para no sucumbir en la derrota sin batalla, Izando banderas, sin colores, por las que luchar; Imaginando un horizonte donde agarrarme, del que resbalo en todos los sueños para despertar sudoroso en una pesadilla en forma de isla desierta, sin tesoros, destino de mil naufragios, de mil golpes de mar, donde las sirenas callan y el viento se ahoga en medio de la tormenta, donde las almas se rinden y se venden, esclavas del desencanto llevadas por el vaivén de las olas a ninguna parte, destino ciego de indiferencia incierta.

¿Sabes...?

¿Sabes..? Creo que nos necesitamos. Somos inseparables. Sé que pronto te irás con otros o con otras. Pero ahora eres mío, o mía, da igual. Por unos segundos, o algo más, si hay suerte, estarás unido, o unida, a mí, y ya será para siempre, como un trocito de eternidad. Algo de mí se colará por tu mente escondiéndose como los gusanos hasta morirse en soledad, sin que te des cuenta, sin que eso te importe. No creo, pero siempre hay una posibilidad de que ese gusano inútil, dispensable, aleatorio, preñado de ideas y formas caprichosas, por no decir estúpidas, reviente entre capilares y tejidos nerviosos para derramar miles de larvas por todos los lados, produciéndote un cosquilleo de vez en cuando. Entonces, te darás cuenta que estoy dentro de ti. Sujeto, alerta ante cualquier temporal, agarrado con uñas y dientes para no perderte. Lo sé. Yo mismo estoy plagado de esos bichos tan incómodos y no paro de rascarme. Nunca aprendo, ya me lo habían advertido pero no lo puedo evitar. Es como pro

Vendetta

La rabia rompe la tierra para esconder tus raíces, de avergonzados secretos, de tantas frustraciones, que alimenta el agua contaminada de odios y temores. Y retorciéndose en el fango, entre finos hilos de venganza, brotan los retoños verdes, orgullosos, elegantes, espigados, apuntan al cielo inclemente recordando con sus frutos jugosos los sinsabores de una vida engañada, cuando pagas los pecados de los otros, cuando te dejan en las umbrías soledadades y tu alma se vuelve oscura, húmeda, de tantas lágrimas, rota, de desesperanza. Ya no tienes ojos, solo ramas y espinas, ya no distingues a los amigos porque todos son otros, otros sin almas. No te importan las caricias Ni que coman tus frutos Frutos venenosos Asesina sin alma.

Amargura

Como con una pinza sujetaba el cigarrillo entre sus dedos, a la vez que lo contemplaba atentamente, igual que si fuera un diamante. El humo giraba retorciéndose en el aire hasta desvanecerse. También sus pensamientos confusos, que abrazaban su mente, extinguidos por los tragos de güisqui con hielo. Su mirada quemaba al camarero, que se negaba a servirle mas copas y le pedía que se fuese, como si fuera el culpable del infierno en el que se encontraba. Inspeccionado, por los allí presentes, los desafiaba entre insultos y gritos, apenas inteligibles. Nadie se atrevía a enfrentarse al médico del pueblo, sabían que no era mala persona, y mucho estaban allí gracias a él. En el fondo todos sabían que solo necesitaba desahogarse y olvidar, había sido un día muy duro. El bar se había convertido en un duelo y todos los que lo apreciaban estaban allí, compartiendo su inmenso dolor. Sin embargo, muchos empezaron a abandonarlo, heridos por la humillación y descalificaciones. Las miradas se cruzaron

I´m yours

Una vez más, sobre el pegajoso sillón de piel, hacía equilibrio para no resbalar. Las palabras argentinas de aquella mujer de horteras gafas de pasta, pararrayos de las miradas que caían sobre sus grandes tetas bailonas , se mezclaban con el “I´m yours ” que bajaba por el patio del edificio para colarse entre las persianas y bañar la consulta que parecía una sala del Louvre . Durante meses su mente sufrió el retorcimiento psicológico que prometía escupir unas pocas gotas enclaustradas desde hacía treinta y tantos años. Una inmensa cruz de granito paleozoico asfixiaba su garganta de la cual solo salía un hilito de pequeñas palabras en forma de papilla. Día a día fue perdiendo la fé . Aburrido, tarareaba la canción, mentalmente, en medio de los monótonos discursos de la doctora, sin dejar de mirar las zapatillas de cuero que se balanceaban en el extremo de aquellas piernas, enfundadas en unos pantalones amarillos de pata ancha. Arrepentido de perder su tiempo no tenía grandes esperanza