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Las Canteras

En la leve sonrisa de un día cualquiera, en el cálido rayo de sol de un amanecer embriagado, la piel se retuerce vagamente de placer, estirándose, hasta casi romperse, ausente de pasados ni ayer, sin agobios de futuros inciertos, recreándose en el paisaje, casi sin mirar, permaneciendo…, como si fuera un cuadro de segundos eternos, con los sentidos ordenados: sintiendo el pesado cuerpo, rozando en la arena, algo húmeda, oyendo el murmullo lejano de las olas, roto por el quejido de alguna gaviota. Olor a mar salado. Junto a las huellas de amigos desconocidos cierro los ojos para no pensar, sin encontrar nada en mi interior, sin importarme ese vacío que me inunda, echando de menos el presente, casi infinito, sin querer terminar estas letras que me transportan... y vuelvo a recordar que no estoy en las Canteras, que no soy un lobo marino de otra época, que ya no hay gaviotas que vuelen, que la mar está desabrida, que los rayos de la Luna no iluminan, que la piel se marchita, que ya es ta

Decadencia

En las suaves llanuras donde pacen las dudas siempre escucho un silencio aplastante , en medio del susurro de un viento, intrigante, que acaricia el rostro ensangrentando, como si lo desgarrara con profundas heridas. Me gusta oler las flores amargas que me adormecen sobre la fresca hierba de tu piel Sin saber quien eres, conozco tu calor que hierve mi sangre, a fuego lento, hasta convertirse en un tibio sudor. La luz de tus mentiras no me molestan porque son como mías cuando me engaño, para no perderte en los horizontes, para no perderme en los desiertos entre sábanas blancas. Y mientras el amor se marchita en largos otoños recuerdo las lejanas primaveras y sus tormentas tropicales las noches calurosas entre doseles adormecido en las frías mañanas sobre la fresca hierba de tu piel.

Andamana VII

El silencio acompañaba a los pasos del reo, un desgraciado muchacho de no más de catorce o quince años. Cabizbajo andaba casi arrastrando los pies descalzos mientras era empujado por los alguaciles que lo custodiaban. Sus ojos, casi sellados por las lágrimas secas, se escondían en su cara curtida y polvorienta colgada en su enjuto y sucio cuerpo desnudo. Un hermoso canario de color verde rompía el aire quieto al pasar revoloteando, casi rozando al niño-hombre, mientras le cantaba un triste secreto. Los notables de la asamblea presenciaban casi ausentes la terrible escena. Sus frías miradas y helados cuerpos dejaban solos a los atormentados parientes del delincuente. Su joven madre moría de dolor retorciéndose y tapándose la cara. Como si estuviese ensayado, de repente los dos levantaron sus miradas para encontrarse y romper a llorar entre gritos, mientras la una y el otro eran agarrados por fayacanes y familiares. El cuerpo atado y tembloroso fue presa fácil de las rudas y fuertes m

Andamana, la reina mala (VI)

Los faycanes eran los mandadores de los distitos grupos de luchadores. De todos ellos el faycán de Tede, Rodríguez Semidán, era de lo más expertos. Su rotunda mirada castigaba a los jóvenes luchadores que, casi desnudos con vistosos dibujos amarillos en sus cuerpos, se movían ágilmente en el terreno, para evitar las envestidas del contrario o esquivar la bola de cuero, que los adversarios blanquiazules lanzaban violentamente contra ellos. Cuando el impacto era tan fuerte, que hacía sangrar al jugador por la nariz u otra parte de su cuerpo, este quedaba descalificado y era expulsado del terreno ante las advertencias del público que gritando ¡roja!¡roja! hacía referencia a la sangre, que tanto repugnaba a esta sociedad.Varias horas transcurrían hasta que quedaba descalificado algunos de los dos grupos, cuando superaban con creces las descalificaciones del contrario. Terminado el encuentro los gritos de alegría de los vencedores ahogaban los lamentos de los vencidos y sus seguidores qu

Andamana, la reina mala (V)

Tras él se exhibían sus nueve hijos varones. A diferencia del Gran Mencey, éstos eran altos, muy corpulentos y con grandes barbas. Sus duras facciones y miradas severas delataban su origen real, confirmado por sus respectivos bastones de mando o añepas. De todos ellos llamaba la atención el de mayor edad, por su larga cabellera y barba encanecida. Realmente parecía de más edad que su propio padre. Al celoso y desconfiado mencey le sorprendía y le costa creer la verdadera paternidad * de su primogénito. Aún recordaba, con extrañesa, haber jugado, cuando era niño con sus propios nietos. Quizás, por eso, siempre desterraba a sus sospechosos hijos a los bandos más alejados y le incomodaba su presencia. Aguahuco, su hijo bastardo, siempre se sentaba en las gradas de enfrente, en lo más alto, junto a los jóvenes alzados o ultras. Estos iban casi desnudos con sus cuerpos pintados de azul y blanco mientras gritaban, bailaban y reían sosteniendo sobres sus manos sus grandes cachimbas de extraño

Andamana, la reina mala (IV)

Las risas, el murmullo y los gritos se extendían por toda la grada. La gente iba de acá para allá, saludándose y abrazándose. Los más jóvenes saltaban y hasta bailaban, agitando ramas en sus manos, siguiendo el ritmo de chácaras y tambores, mientras sonaban las caracolas, y los guayres y fayacanes golpeaban sus baras en el suelo. El tufo a higos y manteca de cerdo con gofio se mezclaba con el fuerte olor a tabaco, que salía de las cachimbas de los más viejos e incluso de los más jóvenes, escondidos entre el gentío para no ser recriminados. De vez en cuando, se veían pasar a manadas de muchachos de un mismo bando, que cruzaban miradas amenazantes con otros, que sentados se reían y burlaban de ellos. Cada bando solía sentarse en un sitio distinto, arropado en torno a sus machos, que eran los mas fuertes y bravucones. Los líderes de la manada, casi siempre, se hallaban de pie haciendo aspavientos y gestos amenazantes a los machos de otros bandos, a los que les recordaban sus victorias en

Extraño

Extraño tus silencios cuando pienso en ti, mujer sin rostro, de palabras acariciadas por tus dedos que acarician tus labios de sonrisa inexistente Te presiento cerca, como un halo de esperanza, como un gesto de cariño, suspiros de madrugadas, como hojas secas, de árbol noble, que sienten mis pisadas. Me muero dentro buscando tus pensamientos, tus deseos, tus anhelos, tus miedos Creo verte en todo lo que miro, en mi mano y en mis letras, en la mirada perdida, en esta noche ciega. Esperando tus palabras, en soledad sin que la suerte llegué.