sábado, 1 de mayo de 2010

Nace un “Gran Hermano” Literario

Un grupo formado por siete escritores de diferentes provincias españolas, se ha unido en un proyecto denominado “7 Plumas”, con el fin de escribir una novela en conjunto. Cada componente del proyecto escribirá un capítulo de la obra, siempre capítulos cortos, tomando el relevo de uno de sus compañeros. La novela se ha iniciado sin previa planificación, temática, estilo, ni título. Entre sus integrantes la gran mayoría ni se conoce personalmente, ni siquiera han hablado telefónicamente. Todos sus contactos hasta el momento han sido por correo electrónico y por medio de un blog.
Han elegido para este proyecto el formato blog, en la dirección " www.7plumas.com ”, con el fin de convertirlo en una especie de “Gran Hermano Literario” y teniendo como objetivo acercar y cautivar a nuevos lectores, ofreciéndoles un nuevo formato donde ver como se crea y potencia un personaje, como cada escritor posee un estilo y una voz narrativa diferente, un lugar donde se percate de las dudas literarias de cada autor y con permiso para entrar en los camerinos de la creación de una obra literaria. Y de esta forma vivir todo el proceso de creación de la novela y si le petece hasta poder alinearse con uno de los autores.
Lo más destacable de este proyecto, será la posibilidad que tendrán los lectores de influir en el guión la novela, determinar si el protagonista acaba en los leones o feliz comiendo perdices. A modo de un “Gran Hermano”, podrán criticar a los autores y leer aquello que se cuece entre ellos durante el periodo de escritura de la obra. Las críticas y comentarios, los más influyentes, formarán parte de la edición impresa de la novela. La edición impresa, presumiblemente, integrará la propia novela escrita por las siete plumas y la otra que surja del mundo paralelo generado por los comentarios y de esta nueva experiencia en sí.
Esta vuelta de tuerca a la edición tradicional, en la que se presenta una novela antes de finalizarla, en donde los lectores tienen influencia en el argumento, en formato digital y gratuito, escrita por varios autores en la distancia y utilizando nuevas herramientas como Internet, será para combatir los cada día más preocupantes datos sobre la pérdida de hábitos de lectura.

Tras la sonrisa (XI)





-¡Hijo de la gran puuuta! ¿Qué has hecho!¡Me has dejado tirada como a un perro!¡Qué vergüenza cuando se enteren en el pueblo! –Dijo sollozando entre gritos.
Dile al capitán que regrese, por favor!¡Qué será de mí! –Gritaba y lloraba la desafortunada mujer.
A Juan se le hizo un nudo en la garganta sin saber qué hacer ni qué decir. Sabía que ya no habría solución posible. Sintió una gran pena por aquella mujer, a la que no recordaba haberla visto nunca suplicar ni estar tan apenada, desesperada y desamparada.
-No te preocupes mi amor, aún puedes coger un avión hasta Roma o Florencia –Le dijo Juan, a sabiendas que todo aquello resultaba muy complicado.
-Eso va a ser muy difícil, además no llevo la tarjeta de crédito encima –Le recordó sin dejar de llorar.
-Vete a la casa de Cristina y pídele que te deje dinero, ya arreglaremos después con ella –Le aconsejó Juan.
-¡De eso nada!¡Nadie debe saber lo que me ha pasado, ni Cristina ni Juani! –Gritaba desesperádamente.
Prométemelo Juan! Tienes que ingeniártelas para hacer ver a todo el mundo que estoy en el barco –Le dijo Victoria Eugenia a su marido.
-No te preocupes por eso, me las arreglaré para que nadie se de cuenta de lo sucedido –Prometió Juan. Él sabía lo que supondría para ella que Juani o Cristina descubrieran lo que había pasado. La noticia correría como la pólvora por toda la provincia de Ávila. La orgullosa Victoria Eugenia sería el hazmerreír del pueblo, y su historia pasaría de generación en generación manchando el buen nombre de la familia.
-¿Pero que vas a hacer sola todo este tiempo? –Preguntó preocupado Juan, sabiendo que no tendría suficiente dinero para esperarle en Barcelona.
-Ya me las ingeniaré. Lo importante es que me tengas informada para poder contar lo mismo a nuestra familia y amigos .


El barco se iba alejando de la ciudad, pronto se perdería la cobertura. Juan sintió una enorme pena y preocupación por su fría mujer a la que no solía expresar sus sentimientos.
-Victoria Eugenia, te quiero –Dijo inesperadamente Juan, tratando de darles fuerzas a su mujer.
-¿Me quieres, Juan?
-Sí, mi amor
-¡Vete a la mierda! –Le dijo a su marido de forma concluyente, al que siempre culpaba de todo, antes de colgar.


Desde la popa del barco, donde se encontraba Juan, la ciudad, aún, era visible, desvaneciéndose poco a poco en el horizonte. Una extraña sensación inundaba a Juan, era como si enviudara de repente, al hundirse su mujer, también, con la ciudad. Sin querer reconocerlo su preocupación se mezclaba con una cierta liberación. Aún no recordaba cuándo fue la última vez que se había separado de su mujer. Esa mujer que no le permitía ser él mismo.


El barco cortaba el tranquilo mar, abriendo una gran herida en forma de espuma. La música sonaba a ritmo de salsa y todos gritaban que querían ser toreros. Todos tenían algo que celebrar y brindaban por una despedida que prometía convertirse en un encuentro.

sábado, 24 de abril de 2010

Tras la sonrisa (X)




Su corazón latía con fuerza. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación, hasta ahora su vida había transcurrido lentamente, sin sobresaltos. Cuando se despertaba hacía siempre las mismas cosas, como si fuese un ritual, hasta que llegaba a la cooperativa, en la que trabajaba como administrativo. De vuelta a casa, tras comer, aún le quedaba algún tiempo para dedicarse a lo que más le gustaba: Hacer maquetas de barcos antiguos y edificios o monumentos históricos, mientras su mujer y sus hijos se entretenían viendo la televisión. La pasión por los barcos antiguos y edificios que construía, que terminaba conociendo al dedillo, fue despertando en Juan un gran interés y curiosidad, informándose sobre las técnicas que emplearon para diseñarlos y fabricarlos, investigando a sus autores, conociendo la época y el ambiente en los que se desenvolvían o los sucesos más relevantes que tuvieron que ver con lo que presentaban sus maquetas. Las numerosas preguntas que se hacía encontraban respuestas de las que surgían otras preguntas, y así fue empapándose de saber en Internet y en los numerosos libros que empezó a devorar.

Ahora era distinto, empezaba una aventura que estaba destinada a ser un sueño y que se había transformado en una pesadilla. Las carreras por el barco en busca de sus mujer, en medio de tanta gente, se volvía agobiante y asfixiante. Sin saber cómo, llegó a cubierta y sin aliento se apoyó en la barandilla mirando hacia el muelle.

Volvió a sonar la sirena cuando ya tiraban amarras y Victoria Eugenia despertó. Sintió un gran dolor de cabeza y empezó a recordar que estaba en el baño y cómo al oír la primera sirena se alarmó y al intentar levantarse violentamente se golpeó con la cisterna perdiendo el conocimiento.

Juan confiaba que más tarde o más temprano encontraría a su mujer en el barco. Lo que más le agobiaba era tener que soportar las quejas de su ama y señora, quejas que serían mayores cuanto más tiempo pasara. Ya más calmado empezó a observar aquel gentío. Sus caras eran todas iguales, atravesadas por una amplia sonrisa de lado a lado, algunos viajeros, se habían provisto de bañadores o bikinis, otros portaban en sus manos copas de exóticos brebajes, también los había que, abrazados, se movían al ritmo de la música salsera, que salía de la megafonía, y muchos, como Juan, se apoyaban a la barandilla para despedir a los que se quedaban en tierra. Juan, sin darse cuenta, contagiado por la multitud, comenzó a despedirse con gestos exagerados, gritando a los desconocidos, mientras su rostro se encendía, extrañamente, con su nueva sonrisa desbordante y unos ojos emocionados y brillosos. Los diminutos seres comenzaron a moverse, como si quisieran seguir al barco que ya se desplazaba lentamente. En concreto uno de esos seres corría más que los demás, de repente se paró y se llevó una mano hasta la oreja, en el mismo instante que le sonó el móvil a Juan.
-¿Victoria?¿Dónde estás? –Preguntó Juan aliviado, a la vez que miraba a su alrededor.
-¡Serás desgraciado! ¡Yo estoy en el muelle viendo cómo se va el barco! Ese barco con el que tanto he soñado –Dijo finalmente rompiendo a llorar -¿Y tú? ¿Dónde demonios estáss! – Le gritó a Juan con cierto tono amenazante sin dejar de mirar a todos los lados, sin sospechar que su marido la había abandonado vilmente, como Jasón a Medea en medio de su periplo. Juan se iba agachando como intentando esconderse de aquel ser diminuto, que era su mujer, para que no lo reconociese.
-Yo, yo… estoy en el barco. ¡Mira, te estoy saludando! –Dijo, sin darse cuenta que lo hacía con un tono alegre.

miércoles, 21 de abril de 2010

Castillos



El Sol de la mañana te acompaña
en tu lento caminar por la ladera
y la brisa acaricia tus mejillas
y tus ojos se cierran para soñar
castillos de cartón,
cuando eras princesa.

Impuntual,
siempre llegabas tarde a tus citas
y tus bailes se inundaban
para transformarte en sirena,
juguetona entre olas,
mientras te esperaban en la orilla.

De tu caja de música
brotaron mil chispas
que prendieron en la arena,
para borrar las huellas
que no querías seguir,
preferías las estrellas de mar
con las que jugabas,
mientras te acechaban los horizontes.

Lejos, cuando las lágrimas te ahogan
sigues soñando,
atrapando estrellas en el camino,
construyendo castillos de cartón
en las alturas,
esperando a príncipes,
pero te salen ranas.

Y cuando las alturas
se desploman
y te acercas a la orilla,
tu corazón palpita
y el vértigo te reclama
ante el abismo,
y todo te parece diminuto,
y lo mucho se hace poco,
y lo poco decepción,
y te miras al espejo inoportuno,
como si fueras un retrato,
despreciándote,
desafiándote,
y cuando el abismo te invita
te das cuenta de la inmensidad de las cosas,
del olor de tu música,
de la belleza del paisaje
cuando estás arriba,
de que siempre te has gustado,
que los demás son como son
y no tienen remedio,
que eres lo que quieres ser
que eres sirena
y eres princesa,
que tu risa no tiene precio,
que los castillos pueden ser de cartón
y también de arena,
que no quieres príncipes ni dragones,
que no te asustan
los fantasmas
y sus cadenas,
que tú ya eres bastante
que eres tú
y lo que quieras…

lunes, 19 de abril de 2010

Su silueta



Crees, en la tarde,
adivinar su silueta,
vigilante.

Crees ver sus pisadas
en la arena,
que guían tus pasos
hacia el lugar seguro.

Crees mantenerte
flotando
con su simple mirada,
pero la tibia caricia
del soplo frío de la noche
te devuelve a la incertidumbre
donde todo se desvanece
y morimos, un poco,
también.

Hambrientos de su imagen
nos desconsolamos
al soñar con sus abrazos
que nos devoran.

Luego,
los años nos entierran,
poco a poco
y nos alejamos
sin dejar de mirar atrás
para adivinar su silueta.

sábado, 17 de abril de 2010

Tras la sonrisa (IX)



Pasados unos minutos, Juan seguía firme, junto a la puerta, como si estuviese guardando la entrada del Buckingham Palace. Sin embargo, al cabo de un rato empezó a moverse nervioso, como si estuviese oyendo una canción. Como le solía ocurrir, cuando tomaba una cerveza, necesitaba ir urgentemente al servicio, pero no se atrevía a desobedecer las órdenes. Los minutos seguían pasando y tras consultar el reloj, no pudo resistir más y desertó de su puesto, entrando apresuradamente en el servicio de caballeros. Seguramente tardaría menos que su mujer, y si ésta salía primero lo esperaría. Dentro había una cola de hombres esperando a entrar al baño de inválidos, porque el otro lo estaban limpiando en esos momentos. La espera parecía interminable. Dudó en volver a salir y aguantar las ganas de orinar hasta llegar al barco, pero ya le quedaba poco. Esperó. El último hombre que estaba antes de él tardó bastante tiempo en salir y, cuando lo hizo, salió con una gran sonrisa de satisfacción. Juan, que no dejaba de mirar el reloj, entró en la habitación comprobando toda la satisfacción que había dejado aquel hombre. La obra de arte y el nauseabundo olor estuvo a punto de hacerlo desistir y salir huyendo de allí. En cambio, con gran valor, soportó esa dura prueba y, al momento, salió, también, con una cara llena de felicidad. La sirena del barco lo hizo reaccionar y se acordó de su mujer. Al salir comprobó que no estaba fuera. Eso lo inquietó. Era posible que al no verlo hubiese subido al barco, creyendo que él también lo había hecho. Juan se sentía agitado, fuera de control, una especie de hormigueo recorrió su cuerpo al mirar nuevamente su reloj y comprobar que tan solo quedaban diez minutos. No lo dudó y cuando vio a una señora salir del servicio le pidió que llamara a su mujer. Ésta volvió a entrar y Juan oyó como la llamaba por su nombre.
-Lo siento señor, parece que no está aquí. Nadie responde a ese nombre –Dijo la mujer mientras Juan empalidecía y su rostro se deshacía en una expresión de horror.
Sobresaltado y como si fuera un acto reflejo, Juan empezó a correr por todos los lados de la planta baja. No estaba en la cafetería y el resto era una inmensa sala donde se divisaba todo. Salió incluso al exterior y no estaba, como era de esperar. En ese momento se acordó de aquellos adelantos técnicos, que el consideraba que tenían más desventajas que ventajasy sacó el móvil apresuradamente para llamarla, pero con las prisas se le escapó de las manos y cayó al suelo destartalándose. Suspiró cuando por fin tras ponerle la batería comprobó que aún funcionaba.
Cógelo! –Gritó tras llamarla. Era extraño no contestaba. Parecía una pesadilla. Entonces sus pensamientos se enturbiaron y buscó una respuesta a todo lo que ocurría. Su mujer lo había dejado, pensó, siguiendo el ejemplo de su amiga Juani ¿Sería eso lo que quería? Se preguntó indignado. La sirena del barco volvió a sonar y Juan, instintivamente, salió corriendo hasta las escaleras mecánicas, que subió dando saltos de dos en dos escalones. Jadeante llegó hasta la puerta de seguridad.
-¿Han visto pasar a una mujer por aquí? –Preguntó Juan a los dos guardias, que se miraron entre sí.
-Sí, a más de una –Dijo uno divertido por la curiosa pregunta.
El simple “sí” calmó a Juan, es lo que quería oír, y entendió, rápidamente, que su mujer no podía estar en otro lugar que en las entrañas de aquel barco. Cuando llegó a la escala del barco, los marineros insistían en que se diera prisa, comprobando que era el último en entrar.

martes, 13 de abril de 2010

Despedida

Nadie me salvará de este naufragio; con tan solo veinte años quedo sola en este mundo perdiendo a todo ser que amaba. Cómo puede ser la vida tan injusta, capaz de destruir el corazón de una persona como si de un fino cristal se tratara, dejándonos huérfanos, viudos, desamparados. Las calles por donde ahora camino han perdido su color siendo en este día distintas, pero tampoco son iguales los cientos de rostros sumergidos en tristeza que hoy contemplo desolada, y que antes por muy poco que tuvieran caminaban felices junto a sus hijos, ahora perdidos, quizás, en un barco sin rumbo a la deriva...

La sal de tu ausencia

Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifica...