viernes, 10 de diciembre de 2010

Las gilipollas



            Ahora que somos una sociedad madura que tiende a envejecer y a sufrir los achaques de la edad, nos asusta el descontrol, el caos y el desgobierno. En la vieja Europa, después de vivir una vida llena de hitos históricos, de ser la impulsora del progreso y las libertades; del bienestar social y la democracia, nos volvemos asustadizos y conservadores; sin duda, este mundo vertiginoso y cambiante nos incomoda y atemoriza. Hemos perdido la agilidad mental y física que nos lanzó a las calles parisinas, o de cualquier otra ciudad europea, guiados por la libertad, en medio de las barricadas del inconformismo y embriagados de idealismos revolucionarios, y no era un fin lo que perseguíamos, sino ese ambiente romántico, una forma de vida, el ser utópicos sin necesidad de utopías. Pero ya somos la vieja Europa, la que se empeña con ese caminar victoriano, con la cabeza muy alta, a pesar de los problemas de cervicales que padecemos, sin querer reconocer que ya no somos el centro del Mundo y que la crisis actual nos alejará, cada vez más, de los puestos de cabeza, donde ya asoman rostros asiáticos o latinoamericanos.

            Con esa encantadora y graciosa decadencia, y en medio de  convulsiones sociales, económicas y políticas, solemos manifestar comportamientos verdaderamente patéticos.

            Estos últimos días, esperando los vientos fríos, que traen el espíritu navideño, nos vimos envueltos por las noticias: por el sur, el cólera en la trágica Haití; al este, el temor a una escalada bélica en Corea; al oeste una amenazante borrasca, que prometía darnos más de un susto; y desde el norte las revelaciones de Wikileaks salpicaban de mierda y corrupción a los gobiernos y empresas más poderosas del planeta.

            No salía de mi asombro, frente al cristal del televisor o de mi PC, pero eso no era todo, aún faltaba lo mejor, o lo peor según se entienda y quien lo entienda. A las 6 de la tarde del viernes, tres de diciembre, cuando media España se disponía a atravesar el largo puente constitucional, saltó la noticia: se cerraba todo el espacio aéreo español debido al abandono de sus puestos de trabajo de la mayoría de los controladores aéreos, alegando indisposición o haber superado el número de horas de trabajo permitidas. Las cámaras de televisión nos mostraron, entonces, escenas de indignación y desesperación, protagonizadas por cientos de los miles de viajeros en los hacinados aeropuertos españoles, que perdieron sus vuelos, su dinero, sus ilusiones, la paciencia y los nervios.

            Solidarizados con la causa de esos martirizados rehenes, secuestrados por los malvados controladores, según nos contaron miembros del gobierno, asistimos, los millones de telespectadores, que de paso nos congratulamos por no haber viajado, a un telecirco romano, donde los periodistas sacaron a los controladores de su catacumba, en el ya conocidísimo Hotel Auditorium, para arrojarlos a los  viajeros que coincidieron en ese hotel o se aproximaron hasta él con las garras afiladas y rugiendo su malestar.

            Creo que ya no podré olvidar, de aquella terapia colectiva, las imágenes de dos mujeres, una de ellas  agarrada fuertemente a la otra, que fingía sonreír, mientras se giraba para mirar horrorizada como las perseguían, a pesar de la protección policial, y le sacaban fotos con móviles o las grababan con cámaras, mientras los indignados viajeros y los millones de telespectadores gritábamos al unísono: “¡las gilipollas, las gilipollas,...!

martes, 9 de noviembre de 2010

Arde el Aaiún


Arde el Aaiún

A varios miles de kilómetros de aquí mueren o han muerto soldados españoles en misión de paz, en Bosnia, Líbano, Afganistán... El gobierno de mi país considera que es necesaria esa intervención, porque en esos países se violan los derechos humanos, se perpetran campañas de limpieza étnica o se conculcan los más elementales derechos de los pueblos. Desde donde yo vivo hasta el Aaiún  hay una distancia menor que de Zaragoza a Barcelona. Allí, en estos momentos, están muriendo niños, jóvenes y adultos indefensos a manos de las Fuerzas de seguridad del Estado marroquí. Hombres y mujeres han sido detenidos, violados sus domicilios, destruido sus enseres y pertenencias, torturados o desaparecidos. Creo que sería redundar decir que todo esto ocurre sin garantías constitucionales. El gobierno de mi país interviene en numerosos foros internacionales para lograr un mundo mejor y más justo. En algunos casos ejerce la presión internacional para conseguir que países, como Cuba, liberen a sus presos políticos y permitan la práctica de las libertades políticas de expresión, asociación y  manifestación. A poco más de doscientos kilómetros de aquí hay un pueblo que habla español, muchos de ellos tuvieron un carnet de identidad español, jugaban a las quinielas de la liga española de futbol; y, también allí nacieron, trabajaron o estudiaron hombres, mujeres y niños españoles. Ese pueblo ha sido ocupado ilegítimamente, por la fuerza de las armas, invadido por miles de ciudadanos marroquíes en una colonización organizada por el propio estado marroquí; ninguneado por las mayores democracias del planeta, que lo miran por el doble rasero, por no decir que miran hacia otro lado. También la ONU está presente en el Sahara, posee un destacamento de 250 efectivos, fuera del Aaiún, que no interviene, “son asuntos de desorden público” dicen, y siguen viniendo a mi ciudad buscando el ocio que no encuentran en el Aaiún, gastando parte de los más de 800 millones de euros que los distintos países dan a la ONU para un cometido que en muchos años no han hecho.

Marruecos es un país hermoso de gente noble. Yo tengo un buen amigo marroquí que me emociona cada vez que me llama “mi hermano”. Esto no es un conflicto de pueblos, ni culturas, ni religiones. El Sahara es un gran territorio donde caben todos, donde todos son necesarios, pero también es un país rico con muchos recursos y grandes posibilidades que atrae la codicia del poder económico de grandes empresas, políticos corruptos, y gobiernos inmorales.

Parece extraño como España, al igual que Francia o los EEUU, le dan tantas concesiones al Gobierno marroquí, tratos preferenciales y sobre todo  como estos países, grandes luchadores por la libertad y la democracia y en contra del terror, se pone una venda en los ojos o miran a otro lado. Los mismos que celebran el día de la Independencia o la liberación de los ejércitos invasores y se enorgullece de la resistencia que ofrecieron a las tropas de ocupación en sus respectivos países.

Una vez, la representante de Estados Unidos en las Naciones Unidades, Jeane Kirkpatrick, dijo, refiriéndose a los dictadores latinoamericanos de entonces “(…) son unos hijos de putas, pero son nuestros hijos de putas (…)”

Ésta puede ser la explicación en esa sorprendente relación entre los países democráticos occidentales y el gobierno alauita. Pero sin duda, las injusticias nos duele a todos y toda la gente de bien, los que valoran la libertad, la solidaridad, la democracia y el respeto a los derechos humanos, en estos momentos nos sentimos saharauis y nos avergüenza nuestro gobierno por su actitud hipócrita, pasiva y cómplice. Estoy convencido, y no es la primera vez que ocurre en la Historia,  que depende de nosotros mismo el conseguir un mundo mejor denunciando sin desfallecer este tipo de hechos. Los saharauis lo vienen haciendo y sufriendo desde hace más de 35 años, repartidos entre los territorios ocupados y los campos de refugiados de Tinduf, pero como en la caja de Pandora aún le queda una cosa: la esperanza, y saben que en el desierto más hostil a veces surge una flor que los advierte de la existencia de agua de la que depende su supervivencia.

sábado, 30 de octubre de 2010

Mujer de arena




Al atardecer las huellas persistentes
hieren la suave arena  rubia
escamando tu piel,
que lames con delicadeza
con la espuma de las olas.

La variopinta comunidad,
 como una hilera de hormigas,
se entrega con devoción
en la procesión silenciosa
de miradas perdidas,
que buscan su interior,
anestesiados por la fresca brisa
y el murmullo de las olas,
abandonándose al rumbo prefijado.

El piberío impío,
en franco desorden,
rompe el ritual
alejándose de la fila,
persiguiendo  jacas
hurgando en las tripas de las rocas,
mientras los niños vestidos de viejos
corretean descalzos por la arena
resistiéndose a la decadencia.
Y las olas parecen parir nuevos hijos
 que resbalan de sus crestas
 para deslizarse hasta la orilla.

El pecho se llena de olor a mar
y los interiores rebosan
limpiándolo todo.
El cuerpo se abandona
para que el alma fluya.

Te respiramos y te sentimos
cada latido
que golpea las rocas,
y tu respiración,
allá por la Cicer,
se vuelve agitada.
El sueño se hace pesadilla,
y el bramido de las aguas furiosas
revienta el aire
cuando ya anochece,
vomitando todo tipo de objetos
tras la resaca,
que se esparcen por la orilla.
Los trocitos de vidrios,
esmeraldas, blancos aperlados, ocres…  
como lágrimas mágicas,
decoran tu piel trasnochada,
y tus gemidos
resurgen en la batalla húmeda
retorciéndose entre las grandes olas
que lo inunda todo.
Mis pies siente tu calor
y tu piel transpira sudorosa
escondida en la noche
que avergonzada oculta las estrellas.
Y cuando ya llego al Rincón
suspiras,
 ya cansada,
 para volver a adormecerte
y entregarte a las olas
que se desvanecen en la orilla.
Al dar la vuelta,
cuando el final invita al regreso,
te vislumbro a lo lejos:
como tres montañas en la Isleta.
Tus pechos se mantienen erguidos
y entre ellos sólo se ve tu barbilla. 
Recostada sobre el mar,
 tus brazos se hunden a cada lado
y tu cuerpo se extiende por la ciudad
 iluminada hasta el Istmo
como un corpiño de lentejuelas hasta tu cintura.


Y cuando inspiro profúndamente,
como si quisiera tenerte toda,
cierro los ojos para engañarme
y esconderme en el sueño
donde te encuentro.

jueves, 21 de octubre de 2010

Insomnio


Egipto es un lugar que nunca soñé, ni imaginé sus desiertos bajo el Sol, sus babosas serpientes moviéndose entre la arena o los cocodrilos verdosos y vigilantes entre el limo. No sé por qué me faltaron sueños que soñar y engullir el mundo, devorándolo insaciablemente, como un niño hambriento sin ojos. Las líneas que hieren el aire de cristal siempre me han sorprendido, creo que sólo yo las veo, como se aproximan despacio, como una leve caída. Soñar…sólo soñar, eso nos hace fuertes, como si fuera vivir, pero con nuestras propias normas, casi como si fuéramos dioses. En definitiva ¿no somos un antojo de los dioses? Somos sus sueños. Soñar es una magia, como volar sin cerrar los ojos; es el vientre de donde salen las palabras que se dibujan en el papel y que nos cuentan historias, penas o celebramos con ellas los triunfos en el amor y en las guerras. Soñar es como descolgar el teléfono y hablar con quien quieras, no importa que ya estén muertos, hablar y hablar sin dejar de reír; y si quieres puedes pintar el aire de azul, a mi me gusta el verde, aunque no es tan fresco huele a menta. Pero tienes que tener cuidado, te los pueden robar. Los ladrones de sueños te lo extraen, a veces tiran tan fuerte que te hacen daño. Yo los odio. No me gustan sus caras, aunque con frecuencia se disfracen de mujeres guapas, se creen que nos engañan. Ya no quiero que me roben ni que me hagan daño ¡Malditos siquiatras! Ya he decidido dejar de soñar, ahora vago por las noches. Eso no me disgusta, al contrario es divertido. Anoche estuve en Egipto…

lunes, 11 de octubre de 2010

SARAQUSTA





Sobre los campos de batalla

se esparcieron las cenizas de tus hijos

y la tierra se volvió fértil y amable.



Ahora su orgullo se erige firme y férreo

sobre los tejados de sus moradores,

temerosos de la cólera de los dioses

con su aliento helado del Cierzo,

el inquisitorial tormento del sol del verano.





Impasible…

como en un remanso

recostada sobre el inmenso valle

el río te bendice con sus aguas

que son tus venas ensangrentadas,

la de tus hijos derramada,

la que amasa la tierra

de donde salen los ladrillos que te encarnan

construyendo Historia

entre murallas y llantos.



Y Como una gran madre

pariendo dolor

tu mirada se eleva

sobre la llanura,

vigilante



sábado, 9 de octubre de 2010

Mi amiga

     Sé que tengo que acostumbrarme a oír el susurro de la brisa destemplada, que confundo con tu voz, cuando acaricia el rostro amigo. Sé que el futuro ya no será igual sin ti cuando los horizontes del mar, ahora desabrido, se rindan y se nieguen a seguir la partida, como si les hubiesen hecho trampa.

Nunca pensé que se notara tanto una estrella más en el cielo, y que su calor fundiera el hielo de nuestras almas para arrancar viejas lágrimas contenidas que ahora brotan de nuestros ojos cuando tu recuerdo nos invade.

     Sé que te llamamos, en voz baja, cuando estamos solos, para que compartas tu risa con nosotros y siembres con ella la cálida paz que nos hace sonreír y nos llena intensamente.

     Ahora sé que la vida tiene color y perfume, un color lleno de matices que has pintado en nuestras vidas, que no precisa de contornos para descubrir la verdadera importancia de las cosas, y ese aroma intenso, lleno de esencias, que has dejado en el aire y que respiramos hasta que nos duele el pecho, sin desperdiciar las más mínimas sensaciones ni el más insignificante detalle.

     Y siempre sentiremos tu presencia porque te llevamos dentro, en lo más hondo, acompañados de tu sonrisa, contemplando tu brillo que nos ilumina y da fuerzas.

En memoria de Angélica

martes, 31 de agosto de 2010

Tras la sonrisa XVII




    La noche se anunciaba hermosa. El mar, tranquilo, se oscurecía de sombras y el barco parecía batir las olas con suavidad, como si caminara de puntillas. A lo lejos, los últimos destellos de luz se apagaban sobre la costa, que se adivinaba en el Poniente, coronada por un velo sedoso de nubes ensangrentadas. El mar susurraba y la brisa fresca aliviaba los cuerpos ligeros y agobiados que subían a cubierta para despedirse del día y contemplar el cielo estrellado y limpio, como un guiño de la buena suerte, antes de ir a cenar al restaurante.

   Juani lucía un traje muy colorido de estampes étnicos, que le daba un aspecto muy juvenil y resaltaba su bronceado y su melena rubia. Subía las escaleras de forma apresurada y risueña, sujetándose el traje y el chal. En su mano tenía el móvil, que volvía a mirar, “Estamos en cubierta, tenemos poca batería, Victoria”. La coquetería de Juani le pasa algunas facturas, se negaba a llevar gafas, “…total, apenas son un par de dioptrías...”, en realidad las suficiente para confundirse con frecuencia y perder amistades o hacer amigos anónimos. Allí la vio, sobre la otra cubierta, con el pañuelo ondeando al viento, mientras la saludaba con la mano.

-¡Victoria! –Grito, mientras su amiga levanta, aún, más el brazo, confirmando ser quién Juani creía que era.

   No se terminaba de acostumbrar a orientarse en el gran barco, ni lograba identificar los lugares del navío con claridad y, con frecuencia, daba vueltas sin darse cuenta que volvía al mismo lugar. Tardó en encontrar la escalera exterior, con la que subir a la cubierta superior, cuando lo estaba haciendo, notó como el viento arreciaba, fruto de la velocidad del barco y el viento en contra. Una vez arriba, buscó a su amiga, protegiéndose los ojos del viento con una mano, mientras que con la otra sostenía el pequeño y gracioso bolsito que lo sujetaba junto al chal, para que no se volase. No la vio donde esperaba. Extrañada corrió por un lado del barco, no había nadie, parecía que ya todos habían bajado a cenar. Bueno, se veía una luz…, una luz reflejada en una especie de… esfera muy grande…que se elevaba por la chimenea y caía por las cubiertas rodando… En la superficie transparente se formaban dibujos, que pronto se deformaban adoptando colores muy tenues, para volver a aparecer figuras con mayor claridad. Juani estaba tan extrañada como yo, no lográbamos entender todo aquello, parecía un sueño… hasta que de repente lo vimos con claridad… ¡Eran nuestros amigos lectores! ¡Dácil Martín y Amando Carabias! Se movían por la superficie de la gran pelota transparente, sin que pareciese que se percataran de que estaban allí. Miraban a todas partes, sin que se vieran, parecían felices, al menos sus sonrisas los delataban, y se empeñaban en agacharse, como si se escondiesen, realmente parecían unos polizones. Un fuerte azote de viento hizo que Juani cerrase los ojos con fuerza, cuando volvió a abrirlos la pelota había desaparecido, entonces dudamos de que todo aquello hubiese sido real. Sin embargo, y cuando ya parecía renunciar a buscar a su amiga vio un bulto que se movía tras una de las grandes vigas exteriores, junto a la barcazas que quedaban colgadas sobre la cubierta. Con disimulo se acercó, evitando que la vieran, al hacerlo oyó unos sonidos inaudibles pero presintió que eran gritos de una mujer, pensó en Victoria, Un hombre parecía furioso y forcejaba con ella. De repente el hombre la golpeó y, al perder el equilibrio la mujer, éste aprovechó para empujarla fuera de la borda y sin mucho esfuerzo la tiró hacia el mar. La silueta del hombre parecíó petrificarse, encorbado hacia el exterior, mientras se llevaba las manos a la cabeza. Sin embargo, a los pocos segundo reaccionó, moviendose rápidamente, a la vez que miraba a su alrededor buscando algún testigo, antes de desaparecer apresuradamente. El corazón de Juaní dio un golpe, como si quisiera salir del pecho, quedando sin respiración cuando de un salto se ocultó tras un saliente. Sus ojos se afanaban en desprenderse de sus órbitas, como si se quisieran arrojar al vacío. No lo podía creer, se repetía una y otra vez y como si fuese un autómata. Enseguida hizo el montaje de la película; se veía venir, el bueno de Juan, por una vez en su vida despertó el demonio que llevaba dentro, nunca lo habían oído rechistar ni quejarse de lo más mínimo.

La sal de tu ausencia

Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifica...