Sus pasos acariciaban una alfombra de
mentiras, rompiendo las hojas secas del otoño cuando el aire se manchaba de
frío. Esa mañana, cerca de Gloucester Road, donde se levantaba su imponente
casa victoriana, sus labios perfilaron esa sonrisa que acoge a los seres que
parecen flotar en la autosuficiencia: una vida confortable sin sobresaltos,
como una zona ajardinada que aseguraba su tranquilidad; una familia perfecta y
ordenada en torno a una moral recta y a unos principios sólidos. Su bienestar
descansaba en el bien común, en la ayuda al prójimo, y todo aquello que te
permite dormir sin quebrantar tu
conciencia. Ya en su casa, tras acariciar a su viejo West Highland White Terrier,
que corría a recibirlo, dejaba el abrigo en el perchero de la entrada y se ponía cómodo. En el salón encontraba a
su mujer tomando el té y sus hijos
bajaban a saludarlo para luego seguir con sus quehaceres. Tras excusarse, iba a
la cocina donde preparaba rápidamente una especie de sopa muy líquida, casi sin
color en la que flotaba, de forma anecdótica, algunos fideos. Al llegar a la
puerta camuflada bajo la escalera, la abría y descendía a un sótano oscuro con paredes de ladrillos
mugrientos y húmedos. En ese espacio en el que se respiraba un aire fétido y
denso se divisaba una cama en la que yacía alguien. Era un ser grande y fuerte,
un hombre negro con el cuerpo cubierto por una sábana sucia y ensangrentada
hasta el pecho. Al presentir su llegada, habría sus grandes ojos
enrojecidos y sombreados por grandes ojeras y trataba de mostrar su gratitud
con una forzada sonrisa. Su benefactor lo ayudaba a incorporarse un poco y le
daba de comer. Tras terminar, el hombre grande y negro suspiraba, como si
temiese algo. Entonces el hombre blanco al retirarle la sábana podía ver como
el cuerpo medio podrido tenía parte de sus órganos al descubierto, lo miraba a los ojos percatándose de su
respiración agitada antes de agacharse, y agarrándolo con fuerza mordisqueaba
sus intestino, el hígado, los riñones… mientras el hombre negro intentaba
contenerse sin poder evitar retorcerse de dolor. Como si estuviera fuera de sí,
el hombre blanco, insaciable, revolvía sus tripas y con las manos manchadas
extraía jirones de carne de su pecho, algunas costillas, petróleo, cacao, caucho, diamantes, marfil,
esclavos, piedras preciosas… Este blog es un parto prematuro en el que el autor aún anda aprendiendo a cambiar pañales. A modo de incubadadora, solo pretendo que éste sea un lugar cálido y acogedor donde lo más importante sea compartir y aprender para seguir creciendo. ¡Bienvenidos!
miércoles, 14 de marzo de 2012
El vecino de abajo
Sus pasos acariciaban una alfombra de
mentiras, rompiendo las hojas secas del otoño cuando el aire se manchaba de
frío. Esa mañana, cerca de Gloucester Road, donde se levantaba su imponente
casa victoriana, sus labios perfilaron esa sonrisa que acoge a los seres que
parecen flotar en la autosuficiencia: una vida confortable sin sobresaltos,
como una zona ajardinada que aseguraba su tranquilidad; una familia perfecta y
ordenada en torno a una moral recta y a unos principios sólidos. Su bienestar
descansaba en el bien común, en la ayuda al prójimo, y todo aquello que te
permite dormir sin quebrantar tu
conciencia. Ya en su casa, tras acariciar a su viejo West Highland White Terrier,
que corría a recibirlo, dejaba el abrigo en el perchero de la entrada y se ponía cómodo. En el salón encontraba a
su mujer tomando el té y sus hijos
bajaban a saludarlo para luego seguir con sus quehaceres. Tras excusarse, iba a
la cocina donde preparaba rápidamente una especie de sopa muy líquida, casi sin
color en la que flotaba, de forma anecdótica, algunos fideos. Al llegar a la
puerta camuflada bajo la escalera, la abría y descendía a un sótano oscuro con paredes de ladrillos
mugrientos y húmedos. En ese espacio en el que se respiraba un aire fétido y
denso se divisaba una cama en la que yacía alguien. Era un ser grande y fuerte,
un hombre negro con el cuerpo cubierto por una sábana sucia y ensangrentada
hasta el pecho. Al presentir su llegada, habría sus grandes ojos
enrojecidos y sombreados por grandes ojeras y trataba de mostrar su gratitud
con una forzada sonrisa. Su benefactor lo ayudaba a incorporarse un poco y le
daba de comer. Tras terminar, el hombre grande y negro suspiraba, como si
temiese algo. Entonces el hombre blanco al retirarle la sábana podía ver como
el cuerpo medio podrido tenía parte de sus órganos al descubierto, lo miraba a los ojos percatándose de su
respiración agitada antes de agacharse, y agarrándolo con fuerza mordisqueaba
sus intestino, el hígado, los riñones… mientras el hombre negro intentaba
contenerse sin poder evitar retorcerse de dolor. Como si estuviera fuera de sí,
el hombre blanco, insaciable, revolvía sus tripas y con las manos manchadas
extraía jirones de carne de su pecho, algunas costillas, petróleo, cacao, caucho, diamantes, marfil,
esclavos, piedras preciosas…
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2 comentarios:
Iba a decir, Típico inglés, pero no sería justo. Pone los pelos de punta. Me admira tu imaginación y maestría al contarlo, pero muchacho, el tema...
Besos, desde mi sur que te pilla lejos, jaja.
Gracias, Isolda. Bueno un tema recurrente que es más complejo de lo que planteo aquí: ese intercambio desigual o pacto colonial. En realidad, lo que quería plasmar es esa hipocresía que nos permite ser tan paternalista con los demás. Un abrazo.
Marcos Alonso
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