Como en la paleta del pintor, el negro del contorno de ojos se deshacía en las lágrimas, que se secaban al caer por su cara, dejando una estela emborronada. Inmóvil, mantenía aun su mirada sobre el barco, que se hundía en el horizonte, oyendo el eco de la sirena que retumbaba dentro de sus oídos.
Una sensación de sudor frío recorría su cuerpo dejándola sin fuerzas, como si ahora fuese un montón de cristales rotos, que se rompían como todas sus ilusiones. Todo parecía dar vueltas en una ambiente que se volvía agobiante y hostil, solo quería cerrar los ojos y desaparecer, y como un oleaje le venía un sofoco de rabia y desesperación, para volver a romper a llorar, mientras casi gritaba:”¡Juan, maldito, seas!”, y se compadecía de sí misma.
Ajena a su cuerpo comenzó a andar, como si se arrastrara a ella misma, sin saber cómo, ni a dónde ir. Seguía conmocionada, enfrascada en sus pensamientos, herida en el orgullo, atrapada por la vergüenza, derrotada por el desánimo. Cabizbaja, se encontró, cuando quiso darse cuenta, taconeando por el larguísimo dique, que la separaba de la ciudad. Su pamela rosa pastel la protegía de un sol desnudo e hiriente, que parecía desangrarla de sudor. Su largo traje de telas vaporosas se volvía húmedo y pesado, adhiriéndose a su cuerpo pegajoso.
Victoria Eugenia había perdido la noción del tiempo, no sabía cuánto tiempo llevaba caminando cuando creyó oír nuevamente la sirena del barco, la oía cada vez más nítida, como si estuviese regresando, quizás en su búsqueda, incluso una leve sonrisa se apoderó de sus labios, dándole un aspecto idiotezco y una cierta gracia decadente. Esperanzada, no se dio cuenta que se aproximaba a ella un camión pesado a gran velocidad, en el mismo momento que ella caminaba por el arcén, junto a un gran charco que invadía la carretera. Cuanto más fuerte e insistente sonaba la bocina del camión, más sonreía nuestra protagonista. El tsunami, que surgió de aquel gran charco, fue a dar con tal violencia sobre Victoria Eugenia que la desprevenida mujer se desequilibró hasta caer sobre el “lago”. Fue algo más que un “jarro de agua fría” devolviéndola a una realidad que se iba haciendo cada vez más cruel con ella. Sentada sobre aquel charco y dolorida por la caída, rompió a llorar, como lloran los recién nacidos al darse cuenta del duro mundo en el que han caído.
La escena era dantesca: la pamela se había convertido en un gracioso bote que surcaba aquellas aguas, el bolso se había vaciado desparramando todo su interior para decorar la charca, los zapatos de talones yacían, bocabajo, ahogados en medio de todo aquello, como si fuesen cisnes negros que barruntaban nuevas desgracias. Victoria Eugenia parecía otra. Su voluminoso pelo, que se recogía entorno al barroco moño, se había convertido en un manojo chorreante con mas pena que gracia.
De repente, su llanto se calmó, al ver acercarse una motocicleta, con dos ocupantes, que al llegar hasta donde estaba ella, se bajaron inmediatamente con la intención aparente de socorrerla, parecían chicos jóvenes por su indumentaria, ya que sus rostros, protegidos por grandes cascos de motoristas, quedaban en el anonimato. Victoria Eugenia, que aun gimoteaba, extendió su mano, al acercársele uno de los chicos, sin embargo, se detuvo primero a recoger el bolso, mientras el otro se dedicó a salvar el resto del naufragio. Cuando terminaron de recogerlo todo, seleccionaron algunas de las pertenencias, miraron a Victoria Eugenia, que estaba en silencio con la mano extendida, se miraron entre ellos, y, tras romper a reír a carcajada limpia, se subieron a la moto lanzándose a toda velocidad por la larga carretera, llevándose con ellos su botín y dejando tras de sí a la mujer que imitaba ser la sirenita de Cophenague .
La escena era dantesca: la pamela se había convertido en un gracioso bote que surcaba aquellas aguas, el bolso se había vaciado desparramando todo su interior para decorar la charca, los zapatos de talones yacían, bocabajo, ahogados en medio de todo aquello, como si fuesen cisnes negros que barruntaban nuevas desgracias. Victoria Eugenia parecía otra. Su voluminoso pelo, que se recogía entorno al barroco moño, se había convertido en un manojo chorreante con mas pena que gracia.
De repente, su llanto se calmó, al ver acercarse una motocicleta, con dos ocupantes, que al llegar hasta donde estaba ella, se bajaron inmediatamente con la intención aparente de socorrerla, parecían chicos jóvenes por su indumentaria, ya que sus rostros, protegidos por grandes cascos de motoristas, quedaban en el anonimato. Victoria Eugenia, que aun gimoteaba, extendió su mano, al acercársele uno de los chicos, sin embargo, se detuvo primero a recoger el bolso, mientras el otro se dedicó a salvar el resto del naufragio. Cuando terminaron de recogerlo todo, seleccionaron algunas de las pertenencias, miraron a Victoria Eugenia, que estaba en silencio con la mano extendida, se miraron entre ellos, y, tras romper a reír a carcajada limpia, se subieron a la moto lanzándose a toda velocidad por la larga carretera, llevándose con ellos su botín y dejando tras de sí a la mujer que imitaba ser la sirenita de Cophenague .
7 comentarios:
Interesante capitulo! Gracias.
un abrazo
Gracias Mery por tu comentario,
Un abrazo.
PObre Victoria Eugenia, vaya ue le fue mal
¡Hola Gaviota! ¡Sí, y lo que le espera!
Un abrazo.
Me ha gustado el relato: estilo y fondo. Con Ortega, pienso que quien hace arte está creando un pedacito de universo. Este pequeño mundo de "tintaentrepapeles" será visitado por mi.
Saludos.
Gracias Demían , eres muy amable.
Creo que hace tiempo ya comenté en este relato, pero me he quedado sorprendida del cambio que has llevado a cabo. Me pierdo un poco, pero volveré a ver si me aclaro con el nuevo blog tan inusual.
Un beso
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