Como con una pinza sujetaba el cigarrillo entre sus dedos, a la vez que lo contemplaba atentamente, igual que si fuera un diamante. El humo giraba retorciéndose en el aire hasta desvanecerse. También sus pensamientos confusos, que abrazaban su mente, extinguidos por los tragos de güisqui con hielo. Su mirada quemaba al camarero, que se negaba a servirle mas copas y le pedía que se fuese, como si fuera el culpable del infierno en el que se encontraba. Inspeccionado, por los allí presentes, los desafiaba entre insultos y gritos, apenas inteligibles. Nadie se atrevía a enfrentarse al médico del pueblo, sabían que no era mala persona, y mucho estaban allí gracias a él. En el fondo todos sabían que solo necesitaba desahogarse y olvidar, había sido un día muy duro. El bar se había convertido en un duelo y todos los que lo apreciaban estaban allí, compartiendo su inmenso dolor. Sin embargo, muchos empezaron a abandonarlo, heridos por la humillación y descalificaciones. Las miradas se cruzaron “¡y tu que miras mentecato! El joven corpulento se levantó sin dejar de mirar al matasanos cincuentón. Tras otro trago de güisqui vomitó fuego en forma de más ofensas contra el joven y su madre. El médico no lo vió venir y cuando quiso darse cuenta estaba rodeado de fuertes brazos: “¡Ya está bien papá, vamos a casa! Ya verás que la próxima temporada volveremos a ascender otra vez”.
S i he de mentirte alguna vez prefiero que sea en la noche cerrada donde las lágrimas escondan su brillo y el viento anuncie la despedida como el puñal traicionero. Si he de lamentar lo vivido prefiero recoger los cristales rotos de las ventanas abiertas por las que entraron tantas mañanas antes de que llegara el mediodía. Si he de mencionar una palabra prefiero que sean las tuyas para llenarme de tí y hacerte prisionera en mis pensamientos. Y cuando los años se cansen prefiero contarlos para saber cuántos perdí, cuántos te debo, cuántos no me cansaría de contar y esconderlos en el bosque de tu esencia antes de partir a las cruzadas sin fe para morirme sin mí, en desiertos anónimos, en el furor de batallas sin enemigos, y disfrazar de leyendas las guerras sin causa, las derrotas ajenas, las esperanzas abiertas que se desangran y fluyen sin fin.
Comentarios
Si que es amargura!!
No se desahogó en su tiempo justo y se le amargó el alma...
Vaya, que bien que su hijo a pesar de lo ácido de l a escena prefiera llevarlo a casa!
Que buen hijo!!
Qué relato!!
Saludos desde el terruño!!
Besitos, sin despistes
Es de los que a mí me gustan, que rompen en el último renglón...
Un abrazo,