lunes, 14 de diciembre de 2009

Hogar


El Sol toca la mañana,
desperezándose,
y acaricia la fría piel temblorosa,
los ojos se cierran despacio,
mientras susurra la brisa al oído,
para sentir su calor.
El tiempo se adormece,
retorciéndose sobre sí mismo,
sin que nada cambie.
Los segundos se vuelven latidos
y los minutos sangre
que fluye por los arroyos
hasta abrazarse a los ríos, que besan el mar.
La soledad se llena de recuerdos,
como adornos navideños,
que acompañan en el recorrido,
mientras los pensamientos nos buscan,
a los nómadas del desierto,
un espacio cálido donde vivir:
en las inmensas praderas del pasado,
agrietadas por vertiginosos abismos;
en la espesura del bosque selvático,
incierto destino soñado;
en las playas arenosas de espuma blanca,
orilla de horizontes
donde se desvanece el eco
en forma de olas.
Pero cuando abrimos los ojos
volvemos a caminar,
siempre por los mismos caminos,
atrapados por las mismas paredes
como tumbas hogareñas.

1 comentario:

Fernando dijo...

Me gustan los nómadas del desierto. Admiro la personalidad individual, al valiente, al decidido. He sentido muchas veces esa sensación. Por ejemplo, cruzando la sierra del Guadarrama solo, viendo como las águilas intentaban cruzar la cima de la montaña y ser rechazadas por ráfagas de viento. No me gusta el rebaño, no me gustan los perros del pastor. Mi hogar no puede ser una tumba sino un lar creativo y lleno de luz. Un abrazo.

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Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifica...