domingo, 15 de noviembre de 2009

Tics




Sus grandes ojos tenían un brillo especial. Un brillo que se prolongaba en el tiempo, cuando conoció a Jose hacía cinco años. Entonces, aún, los años no pesaban y la vida resultaba ligera. Mensi siempre había sido despistada, era una tradición familiar que se respetaba de generación en generación. Recordaba en la cocina, mientras ordenaba las tazas de café por colores, en ordenadas filas, como si se tratase de una jura de bandera y con las asas siempre hacia el exterior; aquel día en que conoció a quien sería su marido. Cuando habló con él por el móvil por primera vez no entendía como podía haber puesto su número, en vez de el de él en su billete electrónico. Sus labios dibujaban una cierta sonrisa que el tic nervioso trasformaba en una expresión de asco. La pulcritud de Jose es lo que más llamó la atención de la madre de Mensi cuando lo conoció: “Qué limpito parece ese chico”, a la vez que Mensi reía sin ningún tic. La silla parecía un ejecutivo espantapájaro, abrigada por la impecable chaqueta de moda, la corbata de rayas azules, los zapatos brillantes. Sus manos siempre repasaban su cuerpo para asegurarse de que todo estuviese en orden, a la vez que revisaba minuciosamente los cuadros del salón y el pasillo haciéndoles recuperar su milimétrico equilibrio. Nunca faltaba el beso sobre las mejillas de Mensi y los correspondientes a sus tres hijos que reposaban tiernamente en sus frentes a la hora de comer. La paz familiar se adornaba con las risas y anécdotas de la jornada. Jose siempre era el primero en levantarse para servirle el café a Mensi y se ponía a recogerlo todo, observado por aquellos ojos brillantes. Desde la cocina Jose oyó el ruido de la taza de café al caer al suelo, era cuando Mensi lo veía aparecer por la puerta del comedor, serio, estupefacto durante unos segundos hasta que rompía a gritar: “¡Pero tú eres imbécil! ¡no sabes hacer nada biien! ¡Inútil! ¡Serás hija de la gran puta!” Y por la noche, en la cama, mientras la lágrima descendía, se maldecía por ser tan despistada, por no haber puesto el número correcto.

10 comentarios:

Fidias dijo...

La perfección siempre tiene un doppelganger tenebroso en lo repetitivo y cotidiano.
Muy buen relato

Fernando dijo...

Laas personas que se creen perfectas son inaguantables. Es mejor ser como todos los humanos, es decir, débiles físicamente y fuertes de espíritu. Un saludo.

Marisa dijo...

Muy pulcro en las formas
pero no en el fondo,le faltaba
lo mejor la comprensión.

Prefiero que no sean
tan perfectos y
más caritativos.

Besos.

Amando Carabias dijo...

Ya lo que me faltaba... El comentario suprimido de la entrada de abajo es mío, que me he equivocado de entrada... Anoche lo intenté dos veces; pero por lo que se ve mi equipo tiene tics extaños con este blog, le pasa cada cosa... Esta mañana vengo dispuesto y me equivoco de entrada...
Decía, dije, digo que me parece una fabuloso retrato de una realidad deleznable y odiosa, como la de los maltratadores psicológicos que sin necesidad de poner un dedo sobre el otro lo puede hundir en el abismo.
Como han dicho quienes me han precedido, prefiero alguien menos perfecto y perfeccionista, alguien, en fin, comprensivo con los demás (incluidos sus defectos y errores), pues nadie es inferior a nadie, aunque a veces se nos caiga una taza y se destroce para siempre...
Abrazos.

Anónimo dijo...

Que extraordinario retrato del ser humano, en sus grandezas y en sus miserias.

Desgraciadamente somos así. Tenemos que soportar y aguantar al resto de humanos... o no.





John W.

LIFE dijo...

Marcos: Excelente relato!!!! pero no coincido con los comentarios anteriores...ya que hacen énfasis en la pulcritud y demás...respeto sus opiniones. Pero aqui vi perfectamente retratado uno de los problemas gravisimos que muchos callan.LA VIOLENCIA FAMILIAR, EL MALTRATO.ESTA VIOLENCIA NO SOLO SE MANIFIESTA EN GOLPES, EMPUJONES, NO SOLO ES LA FISISCA SINO EL MALTRATO PSICOLOGICO al menos es lo que yo sentí al leer ... esos ojos brillantes... y esa lágrima que por la noche se derramaba.Me parece un relato digno para abrir los ojos ante lo que se llama maltrato psicológico que causa tanto o más que el maltrato y abuso físico.Es mas tu relato serviría para difundir y que la gente tome consciencia que no debe permitir este tipo de maltratos. Me gustaría saber que opinas de mi punto de vista? O que sentiste cuando lo escribías.Disculpas si no comparto los puntos de vista anteriores,a mi forma de ver el punto central no es ese hombre perfeccionista...sino el miedo y el abuso psicológico que padece esa familia. UN abrazo Marcos!!! y excelente relato.

Jenn Díaz dijo...

Me había hecho mucha gracia el comentario de la madre. Parece tan limpito...
¿Por qué se fijarán las madres en esas cosas?
¿Cuando sea madre, si lo soy, miraré también si son limpios los hombres?

Pero después la historia se hace amarga. Y entonces no importa lo limpito que sea Jose.

Narci M. Ventanas dijo...

La intolerancia ajena es una de las más pesadas cargas que hemos de soportar, por eso yo no la tolero, jajaja (me estará volviendo intolerante)

Estupenda prosa.

Saludos

©Claudia Isabel dijo...

Me gusta como llevás el relato, y de que manera puntualizás la personalidad del tipo; que encaja perfectamente con el perfil militar, donde todo debe ser pulcro, ordenado, a horario...una mente represora, enferma.
Un saludo desde La perla de Janis

Anónimo dijo...

Me encanta tu texto. Excelentes letras.

La sal de tu ausencia

Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifica...