Alguna
veces, cuando los días nos dejan solos
huelo
la sal de tu ausencia
y
presiento el murmullo de tus secretos
que
se petrifican en la roca.
La
mirada naufraga entre las olas,
allá
por el atardecer,
cuando
el Sol acaricia el horizonte
y
tu rabia contenida se adormece.
Entonces, me abrazas para sentirme isla,
prisionero de tus orillas,
libertad adherida
al azul inmenso.
Cierro
los ojos para navegar en las noches
por
los mares de espinas,
cuando
la luna siembra su velo
en
el aleteo de luz
surcado
por la estela de los viajeros
por
donde se esparcen sus sueños.
Somos
peces secos,
jareas
de alma marina,
que
arrastran las corrientes
para buscamos en las orillas:
esclavos,
piratas, bucaneros y polizones;
hombres
y mujeres de maletas vacías,
cruzadores
de charcos de sueños rotos.
En
el fondo descansan nuestras derrotas,
tumbas
de sirenas y sus cantos,
viento
que se vuelve brisa aletargada
cuando
se pierde la última batalla.
Hoy,
también, vuelvo a oler la sal de tu ausencia
cuando
llega la noche
y
escucho, al cerrar los ojos,
el
oleaje que llevo dentro de mí
y
me arrastra sin saber a dónde.