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Tras la sonrisa (XIII)

   S us pensamientos, viajeros ausentes de aquel cuerpo en forma de barco fantasma, que parecía navegar por el Mar de los Sargazos, sin rumbo ni destino conocido, giraban sin parar en la búsqueda de un punto de referencia que diese sentido u orientación a las ideas que se descomponían en flashes.     Las calles, cada vez más estrechas, arropaban, con sus frescas sombras, a la extraña figura que martilleaba los adoquines, sumergidos, con frecuencia, en espesos charcos, desde donde ascendía un hedor húmedo y cálido. Victoria Eugenia pareció despertar cuando el eco de gritos lejanos y el ruido de alguna motocicleta se multiplicaba por el apretado espacio de la callejuela.     El frío de la corriente de aire parecía rasgar su piel, que se rebelaba provocando una reacción de extrañas sensaciones; y sus ojos parecían abrirse para descubrir un submundo sombrío y amenazante que le resultaba desconocido. Comenzó a sentirse observada, casi vigilada, desde las alturas por algunas miradas. S

Tras la sonrisa (XII)

Como en la paleta del pintor, el negro del contorno de ojos se deshacía en las lágrimas, que se secaban al caer por su cara, dejando una estela emborronada. Inmóvil, mantenía aun su mirada sobre el barco, que se hundía en el horizonte, oyendo el eco de la sirena que retumbaba dentro de sus oídos. Una sensación de sudor frío recorría su cuerpo dejándola sin fuerzas, como si ahora fuese un montón de cristales rotos, que se rompían como todas sus ilusiones. Todo parecía dar vueltas en una ambiente que se volvía agobiante y hostil, solo quería cerrar los ojos y desaparecer, y como un oleaje le venía un sofoco de rabia y desesperación, para volver a romper a llorar, mientras casi gritaba:”¡Juan, maldito, seas!”, y se compadecía de sí misma. Ajena a su cuerpo comenzó a andar, como si se arrastrara a ella misma, sin saber cómo, ni a dónde ir. Seguía conmocionada, enfrascada en sus pensamientos, herida en el orgullo, atrapada por la vergüenza, derrotada por el desánimo. Cabizbaja, se enc

Suerte

E n ocasiones rezo para poder olvidar todo aquello, pero nunca dejo de velar por las noches, como si estuviese vigilando el Callejón del gato. Las pesadillas me sacuden y el griterío me golpea. Su imagen la recuerdo borrosa cuando lo vi abalanzarse sobre mí, apestando a alcohol, gritándome, a la vez que reía sin parar. Tardé en reaccionar hasta que lo reconocí, era Jóse, mi compañero de trabajo “¡¡Somos millonarios, somos millonarios!! Un frío, casi glaciar, recorrió todo mi cuerpo, y un vacío, de repente, devoró todo quedándose en silencio. Sólo se escuchó una vocecita lejana y dulce “… desde luego…nunca revisas los bolsillos de tus pantalones, y luego te enfadas conmigo si se te queda algo en ellos cuando los meto en la lavadora…”.

Diferencias

Los meses pasaron lentamente, como si estuvieran cansados, navegando por aguas turbias sembradas de sueños. Cerca de la casa, el Sol parecía esconderse tras las sombras que surgían de los agujeros, como recuerdos adornando las viejas paredes y hasta el óxido parecía escupir promesas incumplidas. La cicatriz se confundía con las arrugas de su cara y su ojo tuerto observaba, ajeno, toda la llanura, manchada por el verde brillante de los campos sobre el ocre rojizo de los caminos, vigilados atentamente por su mirada. Sabía que algún día volvería, pero el viejo loco no temía a su hermano, no lo dudaría ni por un segundo, volvería a matarlo y enterrarlo junto aquel nogal.

Ratones

Los ratones bendecidos bajan de los cielos desgarrados para izar banderas en los patios tras conquistar los viejos palacios entre gritos uniformes y carreras alocadas. En los cristales nobles, cuando lágrimas de lluvia recorren su fría y sucia superficie borrando, como una cortina, el viejo Régimen, se dibuja una silueta de una princesa desolada. Triste y vieja, sus ojos se hunden mientras muere en arrogancia, y el olor fétido se vuelve perfume inundándolo todo, cuando la noche se vuelve noche, el frío humo y los ojos cuelgan sobre las sonrisas de ratones.

Nace un “Gran Hermano” Literario

Un grupo formado por siete escritores de diferentes provincias españolas, se ha unido en un proyecto denominado “7 Plumas”, con el fin de escribir una novela en conjunto. Cada componente del proyecto escribirá un capítulo de la obra, siempre capítulos cortos, tomando el relevo de uno de sus compañeros. La novela se ha iniciado sin previa planificación, temática, estilo, ni título. Entre sus integrantes la gran mayoría ni se conoce personalmente, ni siquiera han hablado telefónicamente. Todos sus contactos hasta el momento han sido por correo electrónico y por medio de un blog. Han elegido para este proyecto el formato blog, en la dirección " www.7plumas.com ”, con el fin de convertirlo en una especie de “Gran Hermano Literario” y teniendo como objetivo acercar y cautivar a nuevos lectores, ofreciéndoles un nuevo formato donde ver como se crea y potencia un personaje, como cada escritor posee un estilo y una voz narrativa diferente, un lugar donde se percate de las dudas literaria

Tras la sonrisa (XI)

-¡Hijo de la gran puuuta ! ¿Qué has hecho!¡Me has dejado tirada como a un perro!¡Qué vergüenza cuando se enteren en el pueblo! –Dijo sollozando entre gritos. -¡ Dile al capitán que regrese, por favor!¡Qué será de mí! –Gritaba y lloraba la desafortunada mujer. A Juan se le hizo un nudo en la garganta sin saber qué hacer ni qué decir. Sabía que ya no habría solución posible. Sintió una gran pena por aquella mujer, a la que no recordaba haberla visto nunca suplicar ni estar tan apenada, desesperada y desamparada. -No te preocupes mi amor, aún puedes coger un avión hasta Roma o Florencia –Le dijo Juan, a sabiendas que todo aquello resultaba muy complicado. -Eso va a ser muy difícil, además no llevo la tarjeta de crédito encima –Le recordó sin dejar de llorar. -Vete a la casa de Cristina y pídele que te deje dinero, ya arreglaremos después con ella –Le aconsejó Juan. -¡De eso nada!¡Nadie debe saber lo que me ha pasado, ni Cristina ni Juani ! –Gritaba desesperádamente . -¡ Promét

Tras la sonrisa (X)

Su corazón latía con fuerza. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación, hasta ahora su vida había transcurrido lentamente, sin sobresaltos. Cuando se despertaba hacía siempre las mismas cosas, como si fuese un ritual, hasta que llegaba a la cooperativa, en la que trabajaba como administrativo. De vuelta a casa, tras comer, aún le quedaba algún tiempo para dedicarse a lo que más le gustaba: Hacer maquetas de barcos antiguos y edificios o monumentos históricos, mientras su mujer y sus hijos se entretenían viendo la televisión. La pasión por los barcos antiguos y edificios que construía, que terminaba conociendo al dedillo, fue despertando en Juan un gran interés y curiosidad, informándose sobre las técnicas que emplearon para diseñarlos y fabricarlos, investigando a sus autores, conociendo la época y el ambiente en los que se desenvolvían o los sucesos más relevantes que tuvieron que ver con lo que presentaban sus maquetas. Las numerosas preguntas que se hacía encontraban respuest

Castillos

El Sol de la mañana te acompaña en tu lento caminar por la ladera y la brisa acaricia tus mejillas y tus ojos se cierran para soñar castillos de cartón, cuando eras princesa. Impuntual, siempre llegabas tarde a tus citas y tus bailes se inundaban para transformarte en sirena, juguetona entre olas, mientras te esperaban en la orilla. De tu caja de música brotaron mil chispas que prendieron en la arena, para borrar las huellas que no querías seguir, preferías las estrellas de mar con las que jugabas, mientras te acechaban los horizontes. Lejos, cuando las lágrimas te ahogan sigues soñando, atrapando estrellas en el camino, construyendo castillos de cartón en las alturas, esperando a príncipes, pero te salen ranas. Y cuando las alturas se desploman y te acercas a la orilla, tu corazón palpita y el vértigo te reclama ante el abismo, y todo te parece diminuto, y lo mucho se hace poco, y lo poco decepción, y te miras al espejo inoportuno, como si fueras un retrato, despreciándote, desa

Su silueta

Crees, en la tarde, adivinar su silueta, vigilante. Crees ver sus pisadas en la arena, que guían tus pasos hacia el lugar seguro. Crees mantenerte flotando con su simple mirada, pero la tibia caricia del soplo frío de la noche te devuelve a la incertidumbre donde todo se desvanece y morimos, un poco, también. Hambrientos de su imagen nos desconsolamos al soñar con sus abrazos que nos devoran. Luego, los años nos entierran, poco a poco y nos alejamos sin dejar de mirar atrás para adivinar su silueta.

Tras la sonrisa (IX)

Pasados unos minutos, Juan seguía firme, junto a la puerta, como si estuviese guardando la entrada del Buckingham Palace . Sin embargo, al cabo de un rato empezó a moverse nervioso, como si estuviese oyendo una canción. Como le solía ocurrir, cuando tomaba una cerveza, necesitaba ir urgentemente al servicio, pero no se atrevía a desobedecer las órdenes. Los minutos seguían pasando y tras consultar el reloj, no pudo resistir más y desertó de su puesto, entrando apresuradamente en el servicio de caballeros. Seguramente tardaría menos que su mujer, y si ésta salía primero lo esperaría. Dentro había una cola de hombres esperando a entrar al baño de inválidos, porque el otro lo estaban limpiando en esos momentos. La espera parecía interminable. Dudó en volver a salir y aguantar las ganas de orinar hasta llegar al barco, pero ya le quedaba poco. Esperó. El último hombre que estaba antes de él tardó bastante tiempo en salir y, cuando lo hizo, salió con una gran sonrisa de satisfacción. Juan,

Despedida

Nadie me salvará de este naufragio; con tan solo veinte años quedo sola en este mundo perdiendo a todo ser que amaba. Cómo puede ser la vida tan injusta, capaz de destruir el corazón de una persona como si de un fino cristal se tratara, dejándonos huérfanos, viudos, desamparados. Las calles por donde ahora camino han perdido su color siendo en este día distintas, pero tampoco son iguales los cientos de rostros sumergidos en tristeza que hoy contemplo desolada, y que antes por muy poco que tuvieran caminaban felices junto a sus hijos, ahora perdidos, quizás, en un barco sin rumbo a la deriva...

Tras la sonrisa (VIII)

Las tres tazas de café espumoso despedían un agradable aroma, confundiéndose con el olor a tabaco. Juan había optado por tomar una caña, tenía calor. Aún estaba sudoroso, su inapropiada camisa de manga larga no le permitía soportar el calor, que empezaba a notarse esa mañana, menos aún, después de la lucha mantenida contra la gran maleta. A Victoria Eugenia, el café le parecía algo fuerte, pero no se quejó. Volvía a reír con su amiga del alma, a la que no veía desde hacía mucho tiempo. Habían estado muy unidas cuando vivían en el pueblo, de hecho el exmarido de Juani le presentó a Juan, su mejor amigo, que vivía en un pueblo cercano. Pasados unos años, las dos parejas se casaron con apenas una diferencia de unos meses. Ahora eran compadres y seguían viéndose con frecuencia. Roberto, el ex de Juani, era el más hablador y bromista. Solía contar, con éxito, historias curiosas de cuando eran más jóvenes, en la que los protagonistas, Juan siempre representaba el papel mas destacado, salían

Tras la sonrisa (VII)

Gonzalo , al pasar al lado de las dos chicas, con sus dos sabuesos, les saludó con una reverencia, que fue imitada de forma grotesca por uno de sus pupilos, provocando una expresión de repugnancia en las dos jóvenes. El “niño travieso”, con paso seguro y decidido, fue subiendo las escaleras hasta llegar a la puerta de seguridad, donde saludó cortésmente a los extrañados guardias de seguridad , como si los conociera de toda la vida. Una amplia galería acristalada los separaba de la escala. Una vez dentro del barco, los tres hombres lo recorrieron todo, subiendo escaleras arriba hasta llegar a la cubierta. Ramón, el más bajito , regordete y moreno, con los ojos pequeños y achinados, miraba extrañado a su colega Honorio , algo más alto que él, flacucho, canoso, de inexpresivos ojos azules, y una extraña piel pálida, que le daba un carácter enfermizo y decaído. Sin embargo, su fe ciega en el jefe los disuadía de cualquier acto indisciplinario . Los únicos que protestaban, por aquel paseo

Tras la sonrisa (VI)

-Lo siento mucho señor ¿Se encuentra bien? –Dijo Alicia nerviosa y avergonzada, tratando de incorporarse, cuando ya Yolanda y los allí presentes se acercaron a socorrerlos. - Joooo …. –Se lamentaba Juan –No te preocupes, no es nada –Dijo quitandole importancia a lo que había ocurrido, mientras se revolvía para levantarse, apoyando la rodilla en el suelo y levantándose con la ayuda de varias manos anónimas que lo rodearon por todos los lados. El insignificante Juan se había convertido de repente en el protagonista de aquel tumulto. Joaquín, que también intentaba levantar a Juan, le susurró bromeando algo al oído –¡ Joo macho, qué conquistador , corren a tus brazos!. A Juan no le dio tiempo de contestar, al ser recriminado por Victoria Eugenia –¡Siempre tienes que llamar la atención adonde quieras que vayas! Alicia volvió, cojeando, a interesarse por Juan, tratando de explicarle lo que había ocurrido. -Eso le puede pasar a cualquiera –Le dijo Juan. -Bueno sí, esperemos que esto sea lo

El otro lado

Sé de amaneceres tranquilos, sepultado por las sábanas que se aferran a mi cuerpo, sin que se resignen a despedirse de la noche, los ojos vuelven a cerrarse para viajar entre mares de arena, siguiendo las huellas que se borran, y el olor intenso, casi salado me invade tras la rendición, dejándome conquistar cuando mi piel deserta y renuncia a sentir. La distancia parece infinita y calma las despedidas en ese mundo ajeno donde nos escondemos de los otros, de nosotros mismos. Es cuando surgimos, renacemos, casi magníficos, sin que la mirada se detenga en los demás, como si fueran pequeñas cosas, como si las cosas se escondieran de nuestras miradas y una sonrisa surge devorándolo todo, las ruinas se precipitan, mientras nos mantenemos contemplativos, también, ajeno, al otro lado donde despertamos asustadizos deseosos de que llegue la noche.

Carta al verdugo

Las paredes de tu existencia, de tu olvido, reducen tu alma ennegrecida, mutilada, rezumando un odio grasiento, que empapa trocitos de recuerdos que se alejan en el tiempo, como si cayeran en el profundo pozo del amanecer, deshaciéndose en la desmemoria, pero te acechan en la noche cerrada surgiendo como la marea que te inunda y te ahoga en el mar sudoroso de los sueños, enredado entre las neuronas que sobrevivieron cuando dejaste de ser humano, para convertirte en un monstruo marino, maloliente. Y ahora, cuando los años te atemorizan y la luz alumbra el fondo de los pozos te pesan las cadenas que forjaron tus culpas, con los huesos de tus víctimas, que chirrían como gritos de clemencia, y al amanecer tu pulso tiembla cuando la muerte te acaricia, recordándole, al verdugo, aquellas víctimas temblorosas, desnudas, ensangrentadas, de aquel amanecer, que ahora se repite, con los que compartes tus lloros y que te esperan bajo la tierra

Tras la sonrisa (V)

-Victoria, dándose media vuelta, reconoció rápidamente a Juani , una vieja amiga del pueblo, que había dejado a su marido para irse a vivir a Madrid con un ambicioso comerciante de Ávila . -¿Pero Juani qué haces tu aquí? –Preguntó Victoria, que ya había cambiado su histerismo por un tono más delicado. -Lo mismo que tú, imagino –Contestó Juani , agarrándola de las manos, mientras reían cómplicemente . -¿Te acuerdas de Joaquín? –Le preguntó Juani a Victoria. En realidad todos se acordaban de Joaquín, desde el exmarido de Juani, que se había vuelto alcohólico, desde que lo dejó, hasta el mismo cura, que lo ponía de ejemplo, sin nombrarlo, en las homilías, pasando por las tertulias de la barbería, el bar o la tienda. -Por supuesto –Le dijo Victoria, mientras, con gesto más formal, lo saludaba, estrechándole la mano, sin dejar de escanearlo de arriba a bajo, a lo que éste le correspondió con un beso en la mejilla. -¿Cómo estás Victoria? –Preguntó el apuesto y elegante Joaquín, que apen

Tras la sonrisa (IV)

Las filas de los pasajeros que estaban facturando, iban desapareciendo poco a poco, y los últimos taxis llegaban de forma apresurada, dejando a sus clientes, que, histéricos, gritaban entre sí, y corrían, sin poder cargar las pesadas maletas. Juan era de esos hombres que pasan desapercibidos, de los que están para hacer bulto o acompañar a “alguien”. En realidad era una especie de “nadie”, que por casualidad tenía nombre, aunque, éste era como el tercer apellido de su esposa. Parecía estar luchando con la pesada y vieja maleta, que intentaba escapar, quizás acomplejada por no tener ruedas como las demás. Mientras tanto, Victoria Eugenia de todos los Santos, lo golpeaba, con su abanico, sin dejar de gritarle lo incompetente que era y los malos augurios que le esperaban. Juan y los burros de su pueblo se diferenciaban en la camisa de manga larga con cuadros verdes y los pantalones grises que llevaba, sin embargo, el trato recibido no era muy distinto. Victoria Eugenia era una respetable

Mi abuelo Antonio (IV) (último)

Los que nacimos en el tardofranquismo , y descubrimos la adolescencia en la Transición democrática, fuimos sorprendidos por un estallido de sensaciones y emociones agridulces después de años vagando en tardes tibias. Las nuevas ideas nos inundaron, sin poder abarcar tantos cambios. Las imágenes se superponían, acribillándonos a bocajarro . Como un terremoto los “buenos” se precipitaron desde los altares y ya nada sería como antes. Nos rebelamos, cada hogar se convirtió en una guerra civil, y surgieron cementerios de ideas caducas para reinventar todos nuestros recuerdos. Mi abuelo rebozaba de felicidad cuando leyó aquella carta. Casi un año más tarde reapareció mi tío Ramón, llegó en los últimos convoyes que lograron escapar de un frente que se desplomaba, la guerra se perdía, pero eso ya daba igual. Cuando llegó definitívamente , fue recibido como un héroe, también, se convirtió en un salvador. El dinero que trajo se empleó en medicinas que alargaron la vida de Isabel. Mi tío Ramón